Entre Balas Y Besos

CAPÍTULO II

Gio caminó con paso decidido hacia la casa de Isabella, mientras Carlo se encargaba de coordinar los preparativos necesarios. No querían dejar nada al azar, especialmente en momentos tan delicados como ese. Sin embargo, lo que Gio no sabía era que lo estaban vigilando desde el momento en que salió del edificio.

Un auto negro con los vidrios tintados lo seguía a una distancia prudente, asegurándose de no perderlo de vista. Al llegar a la modesta casa de Isabella, Gio bajó del coche y se dirigió a la puerta. La adrenalina corría por sus venas, pero su rostro mantenía la habitual expresión imperturbable.

Isabella abrió la puerta y, al verlo nuevamente después de tres días, su corazón dio un vuelco. El miedo y la sorpresa se reflejaron en sus ojos.

—Aquí tienes tu celular —dijo Gio con voz firme, extendiéndole el dispositivo. Su tono no dejaba lugar a la duda; era más una orden que una simple declaración—. Te llamaré. Contesta la llamada.

Isabella, todavía asimilando su presencia, tomó el celular y asintió casi automáticamente.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó mientras él se daba la vuelta para irse.

—Me puedes llamar Gio —respondió sin volverse—. No tengo tiempo ahora, lo siento, Isabella.

Ella se quedó helada por un momento y luego, con voz alta y cargada de sorpresa, dijo:

—¡No te he dicho mi nombre! ¿Cómo lo sabes?

Gio, sin detenerse, murmuró en voz baja, apenas audible:

—Sé muchas cosas más.

Isabella, confundida y un poco asustada, no pudo entender sus últimas palabras. Lo vio alejarse. No podía evitar sentir una mezcla de temor y curiosidad. ¿Quién era realmente ese hombre?

Mientras tanto, en la distancia, los observadores continuaban su vigilancia, reportando cada movimiento de Gio. La situación se volvía cada vez más peligrosa, y las tensiones estaban a punto de alcanzar un punto crítico.

Gio se dirigía de vuelta a uno de sus almacenes, el eco de sus pasos resonando en la silenciosa noche. Mientras iba en la parte trasera de su vehiculo, sacó su teléfono y realizó una llamada grupal a Carlo y a su hermano Matteo.

El teléfono sonó un par de veces antes de que ambos contestaran casi simultáneamente.

—¿Carlo? ¿Matteo? —dijo Gio sin preámbulos, su tono firme—. ¿Carlo, tienes todo listo?

—Sí, Gio, todo está preparado —respondió Carlo rápidamente.

—Matteo, ¿ya estás en el almacén? —preguntó Gio.

—Sí, ya estoy aquí. Todo en orden —respondió Matteo.

Gio asintió para sí mismo, satisfecho con las respuestas.

—Perfecto. Les devuelvo la llamada en cinco minutos. Tengo que llamar a alguien más —dijo Gio, finalizando la conversación antes de que cualquiera pudiera responder.

Colgó y, sin perder tiempo, marcó el número de su próximo contacto. Mientras esperaba a que contestaran, sus pensamientos volvieron brevemente a Isabella. Sabía que el camino que había elegido era peligroso, pero no podía evitar sentir una atracción hacia ella, una que no podía ignorar.

Gio, mientras iba hacia el almacén, buscó en su lista de contactos y seleccionó el número de Sofia Romano. Ella era una de sus informantes más confiables, alguien que siempre tenía un pulso sobre los movimientos de sus enemigos. La llamada fue respondida después de unos pocos tonos.

—No puedo hablar ahora mismo —dijo Sofia rápidamente, su voz tensa.

—I miei nemici si stanno muovendo? (¿mis enemigos se han estado moviendo?) —preguntó Gio en italiano, sin perder la calma.

Hubo una breve pausa antes de que Sofia respondiera, también en italiano:

—Non che io sappia. (No que yo sepa)

La llamada se cortó abruptamente. Gio guardó su teléfono, sintiendo una ligera molestia por la respuesta breve, pero entendiendo la necesidad de discreción. La información de Sofia le daba un respiro, pero no podía permitirse bajar la guardia.

Llegó al almacén, donde Carlo y Matteo ya lo esperaban, listos para los próximos pasos en su plan. La noche todavía era joven, y Gio sabía que cada decisión que tomara en las próximas horas sería crucial para mantener el equilibrio en su peligroso mundo.

 

 

Gio, sintiendo que algo no cuadraba, decidió llamar a su enemigo y rival, Vincenzo, para aclarar la situación. Sacó su teléfono y marcó el número con una determinación fría. La llamada fue contestada al tercer tono.

—Vincenzo, tenemos que hablar sobre nuestros negocios y lo que habíamos acordado —dijo Gio, yendo directo al grano.

—He respetado el trato, Gio —respondió Vincenzo abruptamente—. No he cruzado ninguna línea.

—No es lo que me dicen mis hombres —replicó Gio, su voz firme—. Los han visto en nuestras zonas, haciendo de las suyas.

Hubo un momento de silencio antes de que Vincenzo respondiera.

—Debe ser alguien más. Mis órdenes fueron claras: no invadir.

Gio se quedó en silencio, pensando en las implicaciones. Si no era Vincenzo, entonces había alguien más en el juego, alguien dispuesto a enfrentar tanto a la mafia italiana como a la de Vincenzo.

—Entonces hay alguien más involucrado —dijo Gio, más para sí mismo que para Vincenzo.

—Necesitamos averiguar quién es, Gio. Esto puede perjudicarnos a ambos —respondió Vincenzo, su tono serio.

Gio asintió, aunque Vincenzo no podía verlo.

—De acuerdo. Nos mantendremos en contacto —dijo antes de colgar la llamada.

Tan pronto como la llamada terminó, Gio sintió una ola de frustración. Gritó con toda su fuerza:

—¡MALDIZIONE!

Carlo y Matteo, sorprendidos, lo miraron con preocupación.

—Llamen a alguien dentro de la policía y pidan información —ordenó Gio con firmeza—. Necesitamos saber quién está detrás de esto.

Carlo asintió y sacó su teléfono, mientras Gio se daba la vuelta, tratando de calmarse. Miró a Matteo.

Carlo llamó a su contacto dentro de la policía, utilizando un número seguro. Después de unos momentos, la llamada fue respondida.




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