Cuando Gio terminó de hacer las últimas llamadas necesarias, se dirigió nuevamente al departamento. Su mente estaba llena de estrategias y planes para mantener a Isabella a salvo y, al mismo tiempo, ocultarle la verdad de su peligrosa vida. Al abrir la puerta, encontró a Isabella aún sentada en el sofá, sus ojos seguían reflejando una mezcla de miedo y confusión.
—Hola de nuevo, Isabella —dijo Gio mientras cerraba la puerta tras de sí.
Isabella lo miró con desconfianza, sus brazos cruzados sobre su pecho en un gesto defensivo.
—¿Vas a contarme finalmente qué está pasando? —preguntó ella, su voz temblorosa pero firme.
Gio suspiró y se sentó frente a ella, tomando un momento para reunir sus pensamientos.
—Isabella, lo que te voy a decir es difícil de creer, pero es la verdad —comenzó, manteniendo su mirada fija en ella—. Mi nombre es Gio Rossi. Y, sí, estoy involucrado en algo peligroso. Pertenezco a la mafia italiana en Nueva York.
Isabella soltó una carcajada inesperada, rompiendo la tensión en la habitación. Se inclinó hacia adelante, mirándolo con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿La mafia? Vamos, Gio, ¿esperas que me crea eso? —dijo, su tono burlón—. ¿Qué sigue? ¿Vas a decirme que soy la princesa perdida de algún reino lejano?
Gio se quedó en silencio por un momento, observando cómo ella se reía de la situación. Suspiró profundamente, dándose cuenta de que decirle la verdad solo la haría reír más y aumentar su desconfianza.
—Escucha, Isabella. No te estoy mintiendo —insistió él, su voz seria—. Todo esto es real, y tu seguridad está en juego.
Isabella lo miró a los ojos, buscando algún indicio de falsedad en sus palabras, pero solo encontró seriedad y determinación.
—¿Entonces me estás diciendo que secuestraste para protegerme? —preguntó ella, alzando una ceja—. ¿Eso es lo que hacen los mafiosos?
Gio se dio cuenta de que debía cambiar de táctica si quería que ella confiara en él. Pensó rápido y decidió inventar una historia más creíble.
—Está bien, Isabella, tienes razón. Quizás fui demasiado dramático —dijo, relajando su postura—. La verdad es que soy dueño de una fábrica y dirijo el negocio familiar. Hacemos bienes de lujo, y hay mucha competencia desleal. Por eso, he tenido que tomar medidas extremas para asegurarme de que nadie nos haga daño.
Isabella parpadeó, sorprendida por el cambio en su relato. Su escepticismo comenzó a disiparse, y su postura se relajó un poco.
—¿Una fábrica? —repitió ella, tratando de asimilar la nueva información—. ¿Entonces todo esto fue solo una forma de mantenerme a salvo de la competencia?
Gio asintió, aprovechando el momento de duda en su favor.
—Sí, exactamente. Lamentablemente, en este negocio hay gente que juega sucio y trata de dañar a quienes tienen éxito. No quería que te vieras envuelta en todo esto, pero no tuve otra opción —dijo, su voz llena de aparente sinceridad—. Lamento haberte asustado así.
Isabella lo miró con una mezcla de alivio y desconfianza. Aunque la nueva explicación tenía más sentido, aún quedaban dudas en su mente.
—¿Y por qué no me lo dijiste desde el principio? —preguntó ella, su tono más suave—. Me hubiera ahorrado mucho miedo y confusión.
Gio se inclinó hacia adelante, tomando suavemente las manos de Isabella entre las suyas.
—Tenía miedo de que no me creyeras, o peor, que te asustaras más —dijo, mirándola a los ojos—. Pero quiero que sepas que estoy haciendo todo esto por tu bien. No quiero que nada malo te suceda.
Isabella suspiró, sintiendo cómo sus defensas se derrumbaban lentamente ante la sinceridad de Gio. A pesar de las dudas, había algo en su mirada que le hacía querer confiar en él.
—Está bien, Gio. Te creo —dijo finalmente, apretando suavemente sus manos—. Pero espero que no haya más sorpresas como esta. Solo quiero entender lo que está pasando.
Gio asintió, sintiéndose aliviado de haber logrado ganarse su confianza, al menos por el momento.
—Lo prometo, Isabella. No más sorpresas —dijo, sonriendo levemente—. Y gracias por confiar en mí.
Pasaron unos minutos en silencio, ambos tratando de asimilar la situación. Gio se levantó y caminó hacia la ventana, observando cómo la luz del amanecer comenzaba a iluminar la ciudad.
—De todas formas, tenemos que ser cautelosos —dijo Gio, volviendo su atención a Isabella—. Hay personas que podrían intentar hacerte daño para llegar a mí. Por eso quiero que te quedes aquí, donde puedo asegurarte que estarás a salvo.
Isabella asintió lentamente, aunque la preocupación seguía latente en su mirada.
—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme aquí? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Gio se volvió hacia ella, sus ojos mostrando una mezcla de preocupación y determinación.
—El tiempo que sea necesario, Isabella. Solo hasta que todo esto se calme —respondió, tratando de darle una sensación de seguridad—. Prometo que haré todo lo posible para resolver esto rápidamente.
Isabella asintió de nuevo, aunque el miedo aún no había desaparecido del todo.
—Está bien, Gio. Confiaré en ti —dijo, su voz firme—. Pero por favor, no me dejes en la oscuridad.
Gio caminó hacia ella y se inclinó, colocando un suave beso en su frente.
—Nunca, Isabella. Te lo prometo.
La mañana continuaba avanzando, y aunque la tensión aún estaba en el aire, ambos sentían que habían dado un paso hacia adelante en medio del caos. Gio sabía que mantener a Isabella a salvo y alejada de la verdad sería un desafío constante, pero estaba decidido a protegerla a cualquier costo.
Un par de días después, mientras Isabella se adaptaba a la vida en el departamento de Gio, comenzó a notar pequeños detalles que le hicieron preguntarse más sobre su anfitrión. Los hombres que iban y venían, siempre atentos, siempre vigilantes, y el flujo constante de llamadas y mensajes. Aunque Gio mantenía la fachada de un hombre de negocios, había algo más profundo y oscuro que aún no lograba comprender del todo.