Entre Balas Y Besos

CAPÍTULO VII

El aire de la noche aún era fresco y suave cuando Gio yacía en la cama, con Isabella acurrucada a su lado. Su respiración suave y regular indicaba que estaba profundamente dormida. A su alrededor, la habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Los primeros rayos de la madrugada aún no habían aparecido, y la ciudad de Nueva York dormía, temporalmente tranquila.

Gio, que había pasado años durmiendo con un ojo abierto, sorprendentemente se encontraba en un sueño profundo y reparador, algo raro para él. La noche había sido intensa, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Estar con Isabella le había permitido experimentar una paz y conexión que no había sentido en mucho tiempo.

Sin embargo, esa paz se vio abruptamente interrumpida. El sonido agudo y persistente de su teléfono móvil vibrando en la mesita de noche rompió el silencio. Gio se movió ligeramente, despertándose del sueño con la habilidad instintiva que había desarrollado a lo largo de los años. Extendió la mano y agarró el teléfono, notando en la pantalla que era su hermano.

Gio suspiró, sabiendo que una llamada a esa hora solo podía significar problemas. Deslizó el dedo para contestar y se llevó el teléfono a la oreja, tratando de no despertar a Isabella, que seguía profundamente dormida a su lado.

—¿Qué pasa, Marco? —murmuró Gio en un tono bajo y serio.

—Gio, tenemos problemas. Grandes problemas —respondió su hermano, su voz tensa y urgente.

Gio se levantó de la cama con cuidado, tratando de no perturbar a Isabella. Salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente detrás de él, y se dirigió a la sala de estar.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Gio, su voz más firme ahora que estaba solo.

—Ha habido un ataque. Algunos de nuestros hombres fueron emboscados en el territorio cerca del puerto. Fue un desastre, Gio. Hay muertos y heridos. Creemos que es cosa de Jhonson.

Gio sintió un frío recorrer su espina dorsal. Jhonson había sido un dolor constante en su vida, y esto solo aumentaba la tensión entre sus facciones.

—Maldita sea —murmuró Gio entre dientes—. ¿Cuántos hombres hemos perdido?

—Cuatro muertos y varios heridos. Los detalles aún son confusos, pero necesitamos que vengas ahora. La situación es crítica y necesitamos tu liderazgo.

Gio respiró hondo, tratando de mantener la calma. Sabía que no tenía otra opción. Debía ir y manejar la situación antes de que se saliera aún más de control.

—Voy en camino —dijo, colgando el teléfono.

Se dirigió de nuevo a la habitación, encontrando a Isabella aún dormida. Su rostro se veía tranquilo y sereno, y por un momento, Gio sintió una punzada de remordimiento por tener que dejarla. Se inclinó hacia ella y le dio un suave beso en la frente.

—Lo siento, Isabella —murmuró—. Tengo que irme.

Isabella murmuró algo inaudible en su sueño, pero no se despertó. Gio se vistió rápidamente, poniéndose sus jeans y una camiseta oscura. Tomó su chaqueta de cuero y salió del apartamento, cerrando la puerta con cuidado detrás de él.

La noche en Nueva York era engañosamente tranquila mientras Gio conducía por las calles casi desiertas. Sabía que esa calma era solo superficial. Bajo la superficie, las tensiones y peligros de la vida que había elegido eran palpables.

Llegó al lugar donde había ocurrido el ataque. Las luces de emergencia iluminaban la escena, y había una sensación de caos controlado mientras sus hombres trataban de manejar la situación. Varios cuerpos yacían en el suelo, cubiertos por mantas, mientras los heridos eran atendidos por los médicos.

Marco se acercó a él, con una expresión sombría en su rostro.

—Es peor de lo que pensamos, Gio —dijo su hermano—. Parece que fue una emboscada bien planeada. Los pillaron desprevenidos.

Gio sintió la ira burbujear dentro de él, pero la mantuvo bajo control. Sabía que perder la calma no ayudaría a nadie en ese momento.

—Necesitamos averiguar quién filtró nuestra información —dijo Gio—. Esto no pudo haber sucedido sin que alguien de adentro hablara.

Marco asintió, su expresión dura.

—Estoy en ello. Ya he ordenado una investigación interna. Pero mientras tanto, necesitamos asegurar nuestro territorio y mostrar fuerza.

Gio asintió, sabiendo que su hermano tenía razón. No podían permitirse parecer débiles.

—Reúne a todos. Quiero a todos los capos aquí en una hora. Vamos a planear nuestra respuesta y asegurarnos de que esto no quede impune.

Marco se alejó para cumplir las órdenes de Gio. Mientras tanto, Gio caminó por la escena del crimen, observando los cuerpos de sus hombres caídos. La culpa y la ira se mezclaban en su interior. Estos hombres habían confiado en él para su protección, y sentía que les había fallado.

Una hora después, todos los capos se habían reunido en un almacén cercano. La atmósfera era tensa mientras Gio se paraba frente a ellos, su expresión dura y determinada.

—Esta noche hemos sufrido una gran pérdida —comenzó, su voz fuerte y clara—. Cuatro de nuestros hombres han sido asesinados, y muchos otros están heridos. Esto no puede quedar sin respuesta.

Los hombres asintieron, murmurando en acuerdo. La lealtad y el respeto que sentían por Gio eran evidentes.

—Jhonson ha cruzado la línea —continuó Gio—. Pero no podemos permitirnos una guerra abierta sin antes asegurarnos de que tenemos la ventaja. Marco está investigando para descubrir cómo se filtró nuestra información. Mientras tanto, vamos a reforzar nuestras defensas y asegurarnos de que ningún hombre de Jhonson pise nuestro territorio sin ser visto.

Los capos asintieron de nuevo, sus rostros serios. Sabían lo que estaba en juego.

—Quiero a todos en alerta máxima —ordenó Gio—. Nadie entra ni sale sin ser revisado. Y si ven a alguien sospechoso, actúen sin dudar.




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