Estiré el brazo y lo golpeé.
—Te gané.
Tan solo dos minutos faltaban para que la alarma retumbara con el estridente sonido de bocina que yo misma había programado la noche anterior.
Desde una esquina de la cama, Nemo me observaba con tal concentración que parecía estar estudiándome. Maulló una vez, exigiendo comida. Lo ignoré y me di la vuelta, enredándome con las sábanas. Lo mejor de las mañanas era quedar así: enrollada como un burrito, como un delicioso burrito.
“Hum burrito”.
Mientras mi mente se disputaba entre la vigilia y el sueño, diversas imágenes aparecieron en mi memoria. Se trataba de mi antigua casa, aquella con el cerramiento de piedra y pisos rechinantes de madera. Pisos que a mi madre le encantaba limpiar hasta hacerlos relucir.
Me separé del colchón, olvidándome de los recuerdos del sueño. Mi pijama terminó en el suelo y caminé en ropa interior hacia mi baño acompañada de una serenata de maullidos a mi espalda. Una de las ventajas de vivir sola era tener esta libertad. Si no quería vestirme ¡No lo hacía! Si quería comer cereal para cenar ¡No había problema! Nadie más que yo, podía restringirme de hacer algunas cosas.
Me llevaba bien con mi soledad ya que era una persona muy independiente. Cambiaba los focos quemados yo sola, arreglaba las goteras de los grifos por mis propios medios y una vez arreglé un tomacorriente en menos de dos horas. Claro que me llevé un buen susto cuando me electrocuté un poco, pero no había pasado a mayores.
—¿Tienes hambre? —murmuré camino hacia la cocina— ¿qué desayunarás hoy Nemo? ¡Oh, mira! una lata de la misma comida de ayer ¡delicioso!
¿Por qué le había puesto nombre de pez a un gato? Pues porque a este pequeño felino le encantaba el agua. Incluso a veces se duchaba conmigo. Era un gato único por lo que su nombre no podía ser uno común como Micifuz o Pedro.
Me preparé rápidamente siguiendo mi rutina de todos los días. Era martes y hoy tocaba ir a la universidad. La idea de faltar y quedarme soñando por unos minutos brillaba en mi cabeza, pero no podía. Había una reunión de los estudiantes con los maestros para organizar un trabajo o algo así. La verdad era que no me interesaba.
Recogí mi cabello y me observé detenidamente en el espejo del baño. El reflejo de la joven de veintiún años no coincidía con la persona que yo era. El espejo mostraba una joven feliz, vivaz, extrovertida, cambia focos, segura de sí, independiente.
¿Joven? Biológicamente sí, pero socialmente me sentía de cuarenta y cinco. En ocasiones mis amigas intentaban sacarme de la casa, algo parecido a llevar a la abuelita a la playa. ¿Feliz? Sólo los fines de semana... ¿Vivaz? ¡Puf! Yo era una caída de la hamaca, hasta una hormiga podría estafarme ¿Segura de sí? Hm… ¿Independiente? ¡Eso sí! Pero aquello podría escaparse de mis manos y estaba a poco de transformarme en una ermitaña.
Mi celular sonó desde algún lugar de mi cuarto haciendo que olvidara a la ojerosa del espejo. Tuve que escarbar entre las sábanas y almohadas hasta hallarlo. Era un mensaje de Kitana, la chica con el nombre de personaje de Mortal Kombat. También conocida como mi mejor amiga.
En su mensaje decía que ya estaba afuera de mi departamento. El señor Marcus, su padre, le había regalado un hermoso carro blanco para su último cumpleaños. Desde entonces Kitana solía llevarme a la universidad o a mi trabajo en algunas ocasiones.
—Cuida la casa Nemo.
Cargué mi bolso con la laptop, me coloqué un abrigo de flores que sinceramente me hacía lucir como una alfombra vieja, pero era tan cómodo. Con llaves en mano salí al nublado día.
—¡Hola caracola!
—¡Hello mi bitch! —contestó con su usual spanglish.
Kitana era una chica encantadora de cabello castaño y ondulado. Su cara era redonda debido a sus cachetes, que no desaparecían ni bebiendo agua de chía y comiendo lechuga, y combinaban perfectamente con sus redondos ojos oscuros.
—Amiga mía ¡Hoy es un día interesante!
—¿Es por eso por lo que estás vestida toda de negro Kitana?
Su forma de vestir variaba mucho. Kitana solía vestirse basándose en un color o en un estereotipo. Raro, pero divertido.
—Quise estar a lo emo, ya sabes recordar mis tiempos en el colegio cuando me tragaba mis penas entre dos panes y escuchaba My chemical romance —contestó riendo—, pero lo interesante de hoy es la reunión que tendremos con Barner ¡Tendremos un viaje fuera de la universidad! ¿A qué no es divertido salir por fin de ese salón?
Kitana y yo estudiábamos ingeniería industrial en una universidad pública. Era una coincidencia que tu mejor amiga del colegio estudiara la misma carrera que tú y en la misma universidad ¡El sueño de toda mujer! Desde que éramos unas quinceañeras con acné y brackets nos enfocamos en jamás separarnos y continuar con nuestra loca amistad. Kitana era la mantequilla y yo el pan, ella era la papa y yo la mayonesa, Kitana el celular y yo los audífonos. ¡Jamás separadas!
Y pues bien estábamos a un año y medio de acabar la carrera y como requisito se necesitaba completar treinta horas de actividades extracurriculares ¡Treinta valiosas horas de mi vida! Treinta horas que podría haber invertido en aprender inglés o a manejar.