Entre besos y disparos

Capítulo 2: La culpa es del baño

El Teniente nos llevó fuera del auditorio. Los veinte alumnos lo seguimos manteniendo una obvia distancia con él. No era sólo el hecho de que recién lo conocíamos, él también se veía intimidante y su rostro neutral con cejas fruncidas te hacía pensártelo dos veces antes de hablarle o preguntarle siquiera la hora.

Yo caminaba casi al final del grupo, hablando con José quien era mi único conocido en esta aventura. Caminamos por un largo pasillo iluminado y atravesamos una puerta doble de metal que nos condujo a un área abierta. Se trataba de la pista de aterrizaje ¡Era enorme! No se podía ver su límite, ni siquiera se vislumbraba una reja que indicara su final.

Nos apuntamos en una hoja la cual sería el registro de asistencia para el tutor. Me permití observarlo una vez más, sólo por un ratito. Me puse de puntillas encontrándolo rápidamente. Estaba, al parecer, contándonos y asegurándose que estemos todos anotados en su hoja. Mis ojos descendieron hacia su vestimenta. Su uniforme era sencillo, constaba de pantalones de camuflaje y una camiseta de color negro que deja sus brazos descubiertos. Unos brazos que eran el triple de grandes que los míos.

—Aquí comenzaremos el recorrido —al oír su voz, dejé de observarlo—. Estamos en la pista central de la base que sirve como punto de encuentro principal para los aviones con los que contamos...

Me apresuré a sacar mi libreta y a anotar. Los demás chicos hicieron lo mismo mientras soportábamos el resplandor de esa mañana. El Teniente continuaba hablando mientras recorríamos la enorme pista. No estábamos solos ya que encontré a algunos cadetes corriendo por el perímetro de la pista, otros con diferentes uniformes estaban limpiando las enormes máquinas y había unos cuantos señores mayores con uniformes color azul adornados con diversas medallas.

Continuamos caminando y observando. Todo era muy interesante y los modelos de los aviones no se quedaban atrás. La base contaba con una gran diversidad de modelos entre los que estaban los aviones Heinkel 111. Aviones de aspecto antiguo, pero que en tamaño eran imponentes.

—¿Crees que nos dejen subir a uno de esos aviones?

—Sigue soñando José. Aunque sería algo muy increíble de hacer.

—¡Avancen no se queden atrás! —luego de una pausa de pocos segundos, continuó— ¿Dónde está la señorita?

Levanté la mano y apenas pudo verme ya que estaba al final del grupo.

"¿Por qué me llama? ¿Va a hacerme alguna pregunta de lo que él había dicho? ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío!"

—Acércate. Colócate al frente del grupo —caminé entre los cuerpos de los demás hasta llegar frente al Teniente—. Así no te dejaremos atrás y no te perderás.

Dicho esto, continuamos con el recorrido.

Lo tenía a menos de dos metros de mí. Él y su ancha espalda me distraían de la clase ya que debía forzar a la única neurona confiable para vigilar mis pasos con el fin de no estrellarme contra él, además que; bueno tengo que reconocerlo, su físico no estaba mal, sus brazos…

Sacudí la cabeza disimuladamente. Me obligué a no mirarlo.

Nos dirigimos a unas gradas ubicadas en la pista para sentarnos por un momento. Revisé mi reloj de muñeca, era cerca de las diez de la mañana. Solo faltaba una hora más para irnos.

—Volveré en un momento. No se muevan de aquí.

El tutor se retiró y en cuanto ya no lo vimos, se alzaron las voces de los varones. Todos parecían hablar emocionados por lo que habían visto hasta ahora, pero en lo único en que podía pensar era en mi vejiga llena y en lo mucho que necesitaba un baño.

—Tengo que ir al baño José.

—Espera a que el teniente regrese y le preguntas dónde están.

—¿Crees que demore mucho?

—No lo sé.

Moví las piernas, inquieta. ¡Baño! ¡Baño!

—Voy a buscar uno.

Me puse de pie y bajé las gradas.

—Pero si no sabes dónde están.

—Supongo que han de estar cerca de la pista, ya regreso.

—¡No vayas Luisa! ¿Y si él regresa y no te ve?

—No te preocupes, no pasará na... —me callé inmediatamente. Era mejor no invocar a la mala suerte—. Preguntaré a los guardias.

Me alejé de la pista con la preocupada mirada de José en mi espalda. Me acerqué hacia un hombre con aspecto de ser un guardia y le pregunté por los baños. Tomé aire y troté hacia donde me indicó, pero luego opté por caminar al darme cuenta de que el trotar no era bueno para una vejiga llena.

Ingresé a un edificio y caminé por un pasillo muy iluminado. Él me había dicho que siguiera recto, luego a la izquierda, otra vez recto y... ¿Derecha? Por cuestiones de la vida lo logré, encontré un letrero con una figura de mujer y otro con el de hombre.

Fue un alivio haber llegado.

Aproveché para lavarme la cara y las manos. Una vez refrescada regresé hacia el pasillo. Inicié mi regreso con tranquilidad y confianza, pero al cabo de unos minutos, me di cuenta de una cosa.

¡Estaba perdida!




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