Entre besos y disparos

Capítulo 5: Soledad

Aquel día llegué a mi departamento muerta de cansancio. Nos tomó un poco más de dos horas regresar de la base a la universidad y a mí otros cuarenta minutos ir a mi departamento. Además, durante esas dos horas tuve que calmar a mi amiga y frenar sus alocadas ideas. Para ella, el hecho de que me el Teniente se hubiera preocupado por mí era clara señal de que quería cortejarme. Kitana lo veía como si éste tuviera plumas de colores brillantes y se dedicara a danzar alrededor de mí.

Abrí la puerta y caminé arrastrando los pies como alma en pena. Dejé a un lado mi pequeño bolso y caí de espaldas en el sillón. Aun sin haber hecho nada de ejercicio ese día, me dolía todo el cuerpo; quizá se debía al largo viaje.

Miré la hora en mi celular y éste marcaba las cuatro de la tarde. De mala gana me levanté y caminé hacia mi baño, el cual quedaba dentro de mi cuarto, en el camino me deshice de la blusa y los calcetines. El sonido del teléfono fijo detuvo mis pasos.

—¿Aló?

¿Luisa?

Era la pastosa voz de un hombre.

—Ella habla ¿Quién es?

Tu papá —tosió en el teléfono estrepitosamente—. ¿Cómo... cómo estás hija?

Me sentí mal al escuchar la voz de Joseph. Casi nunca lo veía y mucho menos lo llamaba o él a mí y cuando lo hacía era porque necesitaba algo de mí.

—Bien ¿Por qué llamas?

Necesito que me prestes dinero.

¡Ahí estaba el motivo!

—No tengo. Debo irme, voy a colgar.

¡Mierda Luisa! ¡Nunca tienes nada! —gritó— Soy tu padre ¡Es tu obligación ayudarme!

El coraje se subió rápidamente a mi cabeza.

—¡No te daré dinero para que lo gastes en drogas! Tengo cosas que pagar aquí.

Iré —amenazó—. ¡Sé dónde vives Luisa! Tu estúpida madre te dejó dinero, lo sé, ¡Así que no me mientas diciendo que no tienes, carajo!

Comenzó a gritar insultos por el teléfono por lo que colgué, golpeando al inocente aparato. Miré fijamente mi teléfono como si éste fuera Joseph y mordiéndome los labios, lloré. No sé por qué tanto afán en no emitir sonido si, de todas formas, vivía sola. Podía llorar, gritar y nadie me escucharía.

Caminé de vuelta a mi dormitorio, reprimiendo lo último que había sucedido. No necesitaba esa amargura en mi vida, debía olvidar a ese hombre y vivir. Una parte de mí se sentía una miseria al pensar así de su propio padre, pero aquella parte era tan diminuta que no ejercía tanto peso en mi conciencia.

Mientras me duchaba y dejaba de llorar, el teléfono sonaba y sonaba. Joseph podía ser realmente persistente cuando se lo proponía.

En los primeros meses en que comencé a vivir sola esta misma situación se daba, con la única diferencia que la Luisa ingenua de esa época sí le daba dinero al sabido de su padre. Pero en cuanto me enteré de que Joseph lo usaba para comprar alcohol y drogas, corté toda ayuda hacia él.

Me cambié de ropa de manera automática. No cené nada porque sinceramente no podía, ese hombre me había dañado el resto del día. Apagué todas las luces de mi casa y me encerré en mi cuarto, enrollada entre las sábanas y abrazando a mi única almohada. Nemo no tardó en subir y pasar su cola por mi cara. Lo acosté a mi lado y acaricié su pelaje.

No sé cuánto tiempo me quedé acostada llorando. Sentía mi soledad, mi dolor, sentía la falta de mi madre...

Me revolví en la cama y cerré fuerte los ojos como si de ese modo no viera mi realidad. Tenía una prueba mañana y trabajos que hacer, pero nada de eso me importó y solo me limité a lloriquear en mi cama hasta que finalmente me dormí, olvidando y cayendo en la esperada inconciencia.

***

Me removí sobre la cama, estirándome. Mi reloj despertador no me molestó ya que lo había apagado como tres veces. Me quedé boca arriba, mirando el techo blanco de mi habitación. No tenía idea de la hora que era, pero de lo que sí estaba segura era que perdí algunas clases.

Cansada de dormir, me levanté hacia el comedor. Era casi las once de la mañana así que me puse manos a la obra y me preparé el almuerzo. Mientras el filete se doraba, revisé mi celular encontrándome con varios mensajes preocupados de Kitana.

Le contesté que me había quedado dormida. No me sentía cómoda diciéndole la verdad: que había llorado tanto que ahora mis ojos parecían dos naranjas de lo hinchados que estaban. Preparé una ensalada rápida y me senté a comer en la islita de la cocina mientras veía las noticias. Luego de unos minutos apagué el televisor, ver las tristes noticias de personas desaparecidas no ayudaba al episodio de depresión por el cual estaba atravesando.

Dejé la mitad de mi plato intacto, algo muy raro en mí ya que me encantaba comer; pero hoy me sentía... Bueno… No me sentía yo. Veía a mi departamento demasiado vacío, como un cuarto simple al cual solo venía a dormir y ya. Un lugar de paso.

No aguantaba más. No quería estar aquí, ya no quería estar más tiempo sola.

Dejé los platos en el fregadero y comencé a prepararme para el trabajo. Llegaría con una hora de anticipación.




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