—¡¿Luisa?!
—¿Qué?
—¿Te pasa algo? Estas muy extraña.
—Tengo sueño, es sólo eso.
Para cuando inició la semana, el malestar mental que me había originado Joseph continuaba conmigo, haciendo que me comportara distante, más callada de lo normal y eso no pasaba desapercibido por mi amiga casi hermana.
Era cerca del mediodía cuando Kitana y yo salimos de la clase más aburrida de la malla curricular: costeo de investigaciones. Tres horas seguidas, sin descanso, con sólo la proyección de la Ingeniera y el salón a oscuras. Obviamente me dormí. Dos veces.
Mientras caminábamos por la plazoleta de la facultad, yo estiraba mi entumecido cuerpo. Finalmente nos sentamos, bajo un árbol, a comer la ensalada de frutas que habíamos conseguido hace poco.
—Oye ¿qué tal si mañana, luego del viaje a la base, nos vamos a comer algo por ahí? Hace mucho que no salimos.
—¿Crees que tengamos ganas de salir luego de la matanza?
—Pero mañana no hay entrenamiento.
—¿Estás en drogas? ¿Cómo que no?
—¿No te ha dicho tu tutor lo que haremos mañana?
Olvidé mi ensalada de frutas, concentrándome en mi amiga.
—Supuse que seguiríamos con los ejercicios.
—Mañana habrá una especie de... —calló por un momento, recordando— ¿Cómo lo dijo el Teniente?
—¿Qué? ¿Qué habrá?
—No recuerdo la palabra que él usó, pero lo que se hará es una práctica con los aviones. Creo que los reclutas que estudian para ser pilotos harán ensayos mañana, por lo que la pista estará ocupada y no podremos entrenar ahí.
—¿Y qué haremos nosotros entonces?
—El Teniente dijo que debíamos asistir ya que veríamos la práctica del ejército aéreo.
—¡Bien! ¡Gracias Jesús! —retomé mi ensalada y le dediqué un mini baile a la ocasión—. No haremos ejercicios, sí, sí, no haremos ejercicio ¡No, no!
Estaba comiendo a gusto, con mi humor un poco mejorado por la noticia; sin embargo, sentí la mirada de mi amiga clavada en mi cara. Kitana me observaba como si de repente llevara puesto un turbante y quisiera leer el futuro en mí.
—¿Por qué me miras como si yo fuera una carta del tarot?
—Te vi —dicho esto, me demostró el buen trabajo de su odontólogo al sonreír abiertamente—. Te vi con el teniente en las gradas, solo los dos, hablando a gusto…
—Oh… —emboqué un pedazo de guineo— ¿No te había contado que estuve a cinco segundos de desmayarme mientras hacía ejercicio?
—No me importa si casi te da el soponcio —se arrastró hasta llegar a mí. Me arrebató la fruta para que le prestara atención—. Me interesa saber de qué hablaron. ¡Cuéntame el chisme!
A pesar de que puse los ojos en blanco y me quejé en murmullos, no podía negarme que sentía un cosquilleo agradable en el pecho al contarle a Kitana acerca de nuestra conversación. Me sentía como de quinces años. Con granos, hormonas alocadas y un hot dog comprado en el bar de la secundaria.
—¿En serio eso pasó? —preguntó con cara confundida.
—No soy tan patética como para inventarme algo así…
—No, no —contestó de inmediato—. Quise decir que eso que me contaste no suena a algo que él dijera. Es que se lo ve tan serio.
—Tu tutor también intimida, los dos se ven estrictos.
El recuerdo de su castigo al tonto de Luis se cruzó por la mente. Él podía ser amable en un momento y al segundo siguiente, ser severo.
—¿Entonces si salimos mañana?
—Sí, vamos a comer waffles.
Al día siguiente, al salir de casa encontré a Kitana de pie a un lado de su auto; revisando su celular. Le di un vistazo rápido al atuendo del día. Llevaba unos jeans rasgados, con botines negros y una blusa muy linda que dejaba al descubierto sus hombros. Por mi lado me decidí por mis infaltables jeans negros, me había puesto una blusa muy parecida a la de mi amiga, pero en cambio la mía era blanca y hoy cambié mis converse por unas sandalias doradas.
—¡Luisa estás muy bonita!
Para la mayoría de las personas yo lucía normal, casual; pero para Kitana, quien siempre me vía con la ropa más cómoda, esto que llevaba era para la alfombra roja.
—Gracias, me he bañado hoy —bromeé.
—Entonces eso es lo diferente que noto.
—Hoy me he querido arreglar ya que no entrenaremos.
—Sí claro, es por eso y no por tu soldado Ryan.
—No es por él.
Sí lo era.
—C´mon sube, ya estamos late.
Para ser tan temprano Kitana y yo estábamos de un excelente humor. Encendimos la radio del auto y cantamos como dos focas recién salidas del circo, incluso Kitana hizo bailar al auto. Cosa que estaba muy mal hacerla, no debería jugar así; pero… en fin, como las calles estaban vacías a esas horas, Kitana jugaba con el volante y pronto estábamos avanzando por la vía. Todo era risas y diversión hasta que a Kitana se le pasó de vista un rompe velocidades y el auto brincó haciendo que nuestras cabezas chocaran con el techo.