Entre besos y disparos

Capítulo 7: El diablo es mujer

Era miércoles y en la cafetería había promoción 2x1 en cupcakes por lo que el local estaba repleto a penas a las diez de la mañana. Jason tomaba y cobraba las órdenes mientras yo decoraba los cupcakes de banana con chocolate que Doña Clara había horneado en la madrugada. Era una tarea divertida de hacer: dibujar gatitos y flores con la manga pastelera era relajante.

Salí de la cocina con la bandeja de cupcakes y los coloqué en el mostrador correspondiente.

—Luisa ayúdame con las entregas por favor.

—Okey.

Revisé las órdenes y comencé con el trabajo. Lo malo de las promociones en dulces era que traía a plagas, y no me refiero a insectos, me refiero a ¡Los niños! La cafetería parecía una guardería. No me gustaban los niños. Los bebés, bueno son soportables y adorables, pero los niños más grandecitos no.

Me acerqué a una mesa en donde dos señoras intentaban mantener una charla normal mientras dos saltarines bichos de cabello rizado gritaban y bailaban alrededor de ellas como si fueran aborígenes sacrificando a misioneros.

—Buenos días —saludé.

—¡Ya llegó la comida! Ven Laura, Nicolás a comer.

—¡Paaasteel!

—Yo quiero el gatito...

—¡No! Es mío ¡Mamá!

—Compartirán el cup...

—¡Nooo!

Los niños comenzaron a llorar estrepitosamente y en cuestión de segundos sus rostros se tornaron rojos. ¡Iban a explotar! ¿Ven? Eso es lo que no me gustaba de ellos. Deposité los cafés y los pastelitos rápidamente sobre la mesita, queriendo salir ya de ahí. Continué entregando las órdenes, rodeada de pequeños cuerpos que corrían y gritaban acelerados por el azúcar. Y eso, sumado al dolor de cabeza con el que desperté, solo lograba ponerme de mal humor.

Cuando finalmente fueron las ocho de la noche, colgué mi delantal y coloqué el letrero de cerrado. Doña Clara se había ido antes, desde hoy comenzaba un nuevo curso de confección de ropa deportiva así que yo quedaba a cargo.

—¿Te irás en bus Luisa? —inquirió Jason mientras limpiaba las mesas.

—Jefa Luisa para ti —le propiné un empujoncito con mi cadera, riendo—. Estoy jugando, y sí iré en bus, como siempre. 

—¿Adivina quién tomó el auto de su mamá sin decirle nada y ahora está que se come las uñas del miedo?

Sin quitarle la mirada caminé hacia la puerta de entrada que a través de su vidrio veía al pequeño auto negro estacionado justo enfrente.

—Pensaba que no tenías licencia Jason.

Para aclarar: mi amigo era como Bob esponja. Ya había dado la prueba tres veces y en todas había fallado. Por lo que ahora debía esperar un mes para volver a darla. No entendía por qué no aprobaba si él manejaba decentemente. Respetaba lo discos pare y cedía el paso a las ancianitas, incluso una vez frenó en seco sólo para evitar aplastar un gato. Nos golpeamos duro aquella vez, pero lo importante era que el gato estaba bien.

—Y no la tengo.

—¿Estás loco? ¿cómo se te ocurre manejar sin…?

—Calma mujer ¡No pasará nada!

—Por Dios, no digas esas palabras…

—¿Quieres que te lleve a tu casa o no?

Para el momento en que abrochaba el cinturón de seguridad, ya me estaba arrepintiendo de haber aceptado.

—¿Quieres quitar esa cara de secuestrada por favor? —me dedicó una larga mirada para luego estallar en risas— Llamarás la atención.

—Calla y maneja Jaime.

—Como ordene jefa Luisa.

El tráfico no se hizo esperar. Esta era la peor hora para salir pues los buses iban repletos y bloqueaban las calles, además había más autos particulares manejados por los oficinistas que también salían de sus trabajos a esas horas. Por suerte, logramos salir del tráfico y nos dirigimos por una vía despejada. Parecía que todo iba de nuestro lado hasta que las luces rojas y azules aparecieron en el retrovisor.

—Mierda ¡Mierda! —me volteé y el temor aumentó en mí— ¡Jason quieren que te parquees!

—Ay no Luisa —su voz temblaba—. Este es mi fin, me llevarán preso por manejar sin licencia.

Los dos temblábamos mientras veíamos cómo el oficial bajaba de su auto y caminaba hacia nosotros. Sólo faltaba una música de fondo y la audiencia asustada para que fuera una auténtica película de terror. La mujer se inclinó a lado de Jason, saludando educadamente; sin embargo, no esperaba que mi amigo se pusiera tan nervioso que balbuceara tonterías.

—Por favor no nos arreste, somos normales.

La oficial y yo miramos a Jason. Qué estúpido.

—Una de las direccionales no sirve —aclaró la mujer, sin apartar la mirada confundida y un poco divertida de mi pálido amigo—. Debe cambiarla.

—Sí, sí lo haré.

—Tranquilo Jason —le susurré—. ¿Algo más oficial?

—Eso es todo —sonrió—. Buenas noches.

En cuanto se fue, me relajé tanto que casi me orino encima.




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