Entre besos y disparos

Capítulo 8: Como la mosca caí en la miel...

El despertar de hoy fue extraño. Con lo primero que me topé al abrir los ojos fue a Nemo lamiéndome una axila. Esta no era la primera vez que mi gato me acosaba de esta forma. Era muy probable que le gustara el sabor de mi desodorante.

—Gato descerebrado… —murmuré aún sumergida en la neblina de sueño— Déjame.

Quise retirar mi brazo, pero con tan solo pensar en moverlo me dolió todo el cuerpo. No me había equivocado al decir que el entrenamiento me pasaría factura pronto. Estaba inmovilizada, adolorida y tendida en mi cama siendo lamida por un gato al que le encantaba el sabor a aloe vera. Amanecí con el cuerpo tan adolorido que ni siquiera me molesté en idearme una excusa creíble para justificar mi falta a las dos clases del día. Solo imaginarme subiendo y bajando de los buses ya me causaba dolor.

Finalmente, Nemo se alejó. Lo sentí enrollarse a un lado de mi cabeza. Escuché su ronronear cerca, era un sonido tan relajante que por poco me mandaba al mundo de los sueños una vez más. Le di un beso en su rosada nariz y a velocidad de un caracol, estiré mi brazo y tomé mi celular. Le escribí un rápido mensaje a Kitana preguntándole cómo estaba. Esperaba que estuviera peor que yo.

Enterré la cara en la peluda pancita de mi gato y fantaseé con un día de vagancia, en el que pasaba acostada en la cama rodeada de comida y sin hacer nada. En algún momento me quedé dormida y al despertar otra vez ya eran más de las diez de la mañana. Puesto a que no saldría de casa para nada, decidí levantarme muy despacito y adelantar trabajos antes de irme al turno de la tarde. No podía librarme del trabajo.

Revisé mi celular. Kitana ya había contestado.

*Necesito una silla de ruedas ¿Tienes una que me prestes? *

*Lo siento, la estoy usando * Respondí.

*He pasado toda la tarde haciendo la muñeca vudú de la Teniente Córdova, ¿quieres desquitarte? Ven a mi casa luego del trabajo*

No podía. Saldría tarde y, además tenía que madrugar para ir de nuevo a ese lugar donde habitaban hombres altos y musculosos y mujeres rabiosas que me maltrataban. Opté por escribir la introducción de mi ensayo para Barner, claro que mi trabajo parecería más una carta de quejas dirigidas a las gorilas.

Luego de una ducha caliente y una tarrina de fideos con pollo instantáneos, cerré el zipper de mi abrigo y caminé muy despacio a la estación del bus. Mis músculos estaban resentidos conmigo así que debía tratarlos bien.

Al llegar al local Jason me recibió con una enorme sonrisa mientras barría la acera. No tardé en conversarle acerca del infierno que pasé en manos de las tres Tenientes. Jason se reía en cada palabra que decía lo que me hizo darle un golpe en su cabeza, pero terminó doliéndome más a mí que a él ¡Ni siquiera podía alzar el brazo, me dolía tanto!

—No siento mi cuerpo. No sé cómo puedo estar de pie.

—¿Te duele tanto?

Le dediqué una mirada mientras secaba las tazas y las apilaba.

—¡Que sí! ¿Las quejas que he dicho cada minuto no te terminan de convencer?

—Entonces... ¿Te duele esto?

Agarró mi muñeca y alzó mi brazo por encima de mi cabeza. Solté un grito de dolor que se escuchó por todo el local.

—¿Y esto?

Hincó con un dedo el costado de mi abdomen, haciendo que me doblara del dolor ¡¿Pero es que no entendía?! Enojada y a la vez divertida con el juego agarré un rodillo de madera y le propiné repetidos, pero sumamente suaves golpes en la cabeza. Doña Clara había salido a hacer compras y el local tenía a solo tres clientes por lo que podíamos tener un pequeño receso del trabajo. Continuamos jugando hasta que Jason me lanzó un puñado de harina.

Lo miré con la boca abierta y él me devolvió una mirada juguetona.

—¡Huye! ¡Corre! Porque voy a lanzarte huevos.

—No Luisa, eso apesta.

Quince minutos después Jason y yo estábamos limpiando la cocina con Doña Clara de pie detrás de nosotros, reprendiéndonos. Lo peor de todo es que nos reíamos por la situación y eso enojaba más a nuestra jefa, parecíamos los hermanos que eran sorprendidos en la travesura. Cuando nuestra jefa se fue a su oficina Jason, con un pedazo de yema en su frente, se acercó a mí.

—¿Quieres que te acompañe a coger bus?

—No es necesario, además vendrá tu novia en cualquier momento y debe encontrarte aquí.

Cerramos media hora más tarde debido a dos mujeres que continuaban en una mesa a pesar de las miraditas con mensaje de “ya váyanse” que yo les dirigía.

Recogí mis cosas, me puse mi abrigo celeste, me despedí de Jason con un abrazo y caminé lo más rápido que pude por las calles, soltando gruñidos de dolor. Ya era tarde y mis únicos amigos eran los perritos callejeros en busca de comida. No soporté la soledad de las calles así que tomé un taxi y en minutos estuve frente a la puerta de mi casa.

—¡Luisa! Llegando tan tarde…

Apenas eran las nueve de la noche.

—Buenas noches, Rosa —fingí una sonrisa—. Sí, ha sido un día largo.

Metí medio cuerpo al departamento. Quería llegar a mi cama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.