¡Qué lluvia!
Era martes y la ciudad había amanecido con una intensa lluvia que vino acompañada de estridentes truenos que ponían a Nemo nervioso. Mi pequeño gato se había escondido en lugares oscuros, como mi armario e incluso debajo de la mesa del comedor. No deseaba dejarlo solito en mi departamento, pero tampoco podía llevarlo conmigo a la base.
Como había dicho, hoy era martes y ya estaba en camino en el carro de Kitana; aunque mas bien, estaba atrapada en el tráfico. Las calles simulaban ríos y la lluvia no paraba. Ahora que lo pensaba detenidamente, era una lluvia rara. Probablemente se acercaba el fin del mundo.
Kitana se recostó sobre el volante y tocó dos veces más el claxon como si de ese modo a su auto le salieran hélices y sobrevolaríamos a los demás. Ya casi eran las seis de la mañana y aún estábamos muy lejos de la universidad.
Luego de unos minutos los carros comenzaron a avanzar y poco a poco Kitana se abrió paso y finalmente llegamos al alma máter. Ambas corrimos como dos gatos en plena lluvia, llegando al parqueadero con media hora de retraso. Para nuestra suerte aún los buses estaban ahí, pero algunos estudiantes todavía no habían llegado, también retrasados por la lluvia.
Somnolientas y mojadas Kitana y yo nos sentamos en nuestro puesto usual para zamparnos el desayuno que había comprado para ese día: Dos cafés con crema y tres rollos de canela con chocolate; combinación perfecta para el día lluvioso. José se nos unió, atraído por el olor de mi rollo de canela.
—Jóvenes buenos días.
En la puerta del bus apareció el profesor cubierto por un impermeable amarillo con sus lentes mojados.
¡Ja! ¿Ahora quién era el que llegaba tarde, eh Barner?
—No podemos esperar más, ya tenemos una hora de retraso. Avisen a sus compañeros que nos iremos.
¡¿Una hora de atraso?!
Salimos a las siete de la mañana del campus y pasó de nuevo, sí, quedamos atrapados en el tráfico. La lluvia volvía a las carreteras más peligrosas por lo que los buses iban más despacio y llegamos a la base militar cerca de las diez de la mañana. Ni siquiera habíamos entrado a la base y ya me moría del cansancio ¡Caramba! Pasar horas en un bus viajando también era agotador.
Cruzamos por seguridad acompañados de una leve llovizna. Sin duda esto era lo último de la tormenta. Barner fue quien encabezó nuestro reducido grupo de personas. Debido a la fuerte lluvia, muchos estudiantes no lograron llegar a tiempo. Mientras caminábamos hacia el encuentro con los Tenientes, me encargué de contar las cabezas. Había veintiún almas aquí, prácticamente la mitad del total del grupo.
En uno de los pasillos que cruzamos encontré de lejos al tenien… a Max de pie, hablando con una mujer uniformada. Al otro teniente no lo vi por ninguna parte.
—Teniente buenos días —saludó nuestro profesor.
—Llegan tarde —era muy probable que estuviera molesto—. Muy tarde.
—Ya sabe Teniente... la lluvia nos retrasó, las carreteras estaban...
—¿Este es todo el grupo?
Max pasó la mirada con el entrecejo arrugado.
—Algunos no lograron venir.
Dejó escapar un pesado suspiro, al segundo siguiente cuadró su mandíbula. Oh Jesús, estaba enojado, muy enojado.
—El coliseo ha sido ocupado por los cadetes de primer año —anunció en voz alta—, así que no podremos entrenar ahí, además el campo está enlodado por lo que tampoco es un buen lugar para que estudiantes como ustedes se ensucien.
¿Era sarcasmo? ¿Desde cuándo se preocupaba por nosotros?
Observé intrigada a Max sin comprender su forma de actuar de ese día. La actitud agria de Alfredo estaba comenzando a pegársele.
—Entonces ¿Qué harán hoy los muchachos?
Algunos chicos también se preguntaban lo mismo, mientras que unos pocos se quejaban por la situación.
—Harán otras actividades. Ahora vayan a ponerse el uniforme, nos encontramos en la pista. Incluidas las dos señoritas.
Empezamos a caminar confundidos y un poco aterrados. "Otras actividades" me sonaba a limpiar cosas. Lavar platos, limpiar retretes con un cepillo de dientes. Y cuando éste estuviera limpio, comeríamos sobre el. O algo así vi en una película.
Una vez ya vestidas con el uniforme de camuflaje, Kitana y yo charlábamos mientras nos dirigíamos hacia el Teniente Max. Él estaba de pie en medio de la pista acompañado por dos hombres de cabello canoso y por dos grupos grandes de hombres de uniforme militar.
Kitana y yo fuimos las primeras en llegar con él.
—Buenos días Teniente.
Kitana me propinó un leve codazo.
—Buenos días —murmuré.
—Buenos días, señoritas.
Desvió su mirada de nosotras y nos ignoró fácilmente. Era inevitable comparar su actitud de ahora con la que tuvo la semana pasada, en la galería de tiro. Se comportó amable y simpático, todo lo contrario a este momento ¿se comportaba así porque debía guardar la compostura? Era cierto que sería un poco extraño que un teniente, especialmente siendo tutor de un trabajo, se mostrara amistoso con los alumnos. Incluso eso podría levantar falsas sospechas de que algo se cocinaba entre esos dos…