—Traje una gelatina para ti Luisa.
La voz de Kitana logró sacarme del trance. Los sonidos del comedor volvieron a hacerse presentes para mí. Recordé dónde estaba y con quienes. Logré quitar la mirada de Max y la dirigí hacia mi amiga de pie a un lado de la mesa, mirando lo cerca que estaba de Max.
—Ah... gracias.
La tomé sin ganas. Ya estaba llena de gelatina, no quería más.
—Levántate, ya debemos irnos.
—¿Ya? —la desilusión era evidente en mi voz.
—Ya sonaron las trompetas —dijo Fernando a un lado de mi amiga—. Indican que la hora del almuerzo ha acabado.
—Y Barner nos espera para irnos —mi amiga miró a Max por un momento para luego mirarme—. Te espero fuera del comedor ¿Sí?
Fernando se despidió de mí con una sacudida de mano mientras se alejaba del comedor acompañando a Kitana. De nuevo estaba a solas con él. Podía apostar a mi gato a que estaba rojísima por lo que me había dicho.
Mientras yo sentía todo un explotar de fuegos artificiales en mi estómago, él me observaba con un semblante tranquilo. Incluso llegué a dudar de lo que oí.
Yo... yo no sabía qué responder a aquello ¡Lo único que quería era sonreírle como maníaca! Pero lo asustaría y el avance de hoy se iría al caño. Sin aguantar más la incomodidad del momento me puse de pie con mi bandeja en mano, lista para irme.
—Adiós Max.
Mi boca automáticamente esbozó una sonrisa genuina, a la vez que caía en cuenta que era la primera vez que pronunciaba sólo su nombre sin anteponer el "Teniente".
—Nos vemos el jueves —respondió con una sonrisa similar a la mía.
Salí del comedor con pasos nerviosos y apurados, con miles de pensamientos locos en mi cabeza similares a un enjambre de abejas.
No tenía novia ¡Bien! Prácticamente había dicho que quería algo conmigo ¡Doblemente bien! Él era condenadamente lindo y amable ¿Qué más podía pedir?
De repente alguien me haló de la muñeca, haciendo que mi espalda chocara con una puerta de metal.
—¡Ni creas vagabunda que te irás sin contarme qué fue eso!
—Gracias Kitana por el moretón que acabas de hacerme…
—No seas llorona y vomita —no me quedó de otra que reír ante su amabilidad.
—Vamos al bus, te lo contaré todo.
—¡Ahora!
—¡Shh!
Caminé junto a una vibrante e insistente Kitana. Esta chica cuyo nombre su madre lo sacó de un video juego, me halaba el cabello insistiendo como la niña pequeña que era. Recogimos nuestras cosas en seguridad y subimos al bus a esperar la partida.
—Luisa ya estamos en el bus ¡Habla caramba!
El motor rugió y el bus avanzó, saliendo de la base por el largo camino de asfalto. Todos dentro del autobús hablaban, otros reían y algunos quizá dormían. Me acomodé en mi puesto, quedando de frente a mi impaciente amiga. Di inicio al relato con una evidente emoción de chica de colegio.
—¿Estás segura de que escuchaste bien? —dijo con asombro.
—¡Te lo juro! Yo… —reí— Yo también dudé de lo que dijo, pero…
—¡Oh por Dios Luisa! ¡Le gustas! Te lo dijo, pero… —dijo ceñuda— ¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con eso, eh?
—Es que no entiendo, él se ve tan… serio, quiero decir, siempre mantiene las distancias. Ni siquiera parece que le agrademos. No entiendo cómo… —abrió un poco los ojos, mirándome con una sonrisa pícara— ¿Qué has estado haciendo Luisa?
—¿Qué? —pregunté sin comprender.
—¿Le has estado haciendo ojitos al Teniente durante las visitas?
—¡Ni siquiera puedo guiñar un ojo y esperas a que yo le coquetee!
No respondí a las siguientes acusaciones de mi amiga. Tan solo nos dedicamos a reír y a pensar en lo extraño de la situación acompañadas por la enorme carretera y las extensas praderas de hierba seca iluminada por un fuerte sol que había decidido salir y ganarle a la lluvia.
Para cuando Kitana me dejó en mi departamento ya era cerca de las cuatro de la tarde. Saqué del bolso mis llaves, haciéndolas sonar a propósito. Nemo acostumbraba a maullar cuando escuchaba mis llaves. Abrí mi puerta roja y mi pequeño gatito salió interpretando todo un himno de bienvenida para mí con sus agudos maullidos.
—¿A que no sabes lo que me pasó hoy Nemo?
Lo tomé en brazos y comencé a bailar con él por toda mi sala. Agarré su patita convirtiéndolo en la perfecta pareja para bailar un valls conmigo.
¡Estaba feliz! Demasiado feliz.
Mi felicidad duró hasta tarde en la noche, específicamente cuando me duchaba para ir a la cama. Mi chimuelo celular (le faltaba la techa de encendido) resonó con música dentro del baño, mientras que yo, Luisa Montés quien sólo había tomado tres clases de canto por youtube, cantaba a todo pulmón. Estaba por la tercera canción cuando Nemo entró al baño para mirarme con sus ojitos dilatados, pelaje erizado y maullando de forma amenazadora. Creo que pensaba que alguien me estaba matando ¿Cómo le explicaría a mi gato que no cantaba bien?