Entre besos y disparos

Capítulo 11: El décimo viaje

¡Qué calor! ¡Que alguien apague el sol!

Hace unos minutos me deshice de mi abrigo de tela quedándome solo con una blusa de tiras, pero no había servido de mucho, aún me derretía de calor. Kitana estaba en las mismas circunstancias. Se había recogido el largo cabello en una coleta y su atuendo, totalmente blanco hoy, se le pegaba al cuerpo.

Últimamente el clima estaba loco. Un día llovía y al minuto siguiente salía el sol. Estaba a un pelo de colgarme un letrero y gritar “el fin del mundo está muy cerca” y espantar a los niños en la calle.

Kitana y yo apuramos el paso y llegamos a su auto blanco. En cuanto subimos mi amiga encendió el aire acondicionado. Permanecimos quietas por un momento, disfrutando de la frescura.

—¿Quieres ir a comer un helado?

Miré la hora en mi celular. Éste marcaba las dos de la tarde.

—No puedo, debo trabajar.

Salimos del parqueadero de la facultad. Las clases estuvieron bien, pero estaba agotada. No sabía qué ocurría conmigo. Me cansaba mucho, tal vez tenía bichos en la panza.

—Luisa mañana es el último viaje a la base...

Automáticamente solté un suspiro. Mitad pena por la realidad de mañana y mitad dicha al recordar mi aventura por los cielos de hace unos días.

—No sé qué haces para que te sucedan cosas así ¡Volar con él!

Ese día del vuelo, en cuanto me liberé de la mirada de Max, fui a parar a las gradas directamente al lado de mi amiga, quien me exigía que le contara todo de todo. El hecho de haber estado media hora sola con él en una diminuta cabina suponía un evento de gran importancia que requería horas de chismoseo.

—Yo no hice nada —mi sonrisa se ensanchó—. Max lo hizo.

—¿Qué quieres decir?

—Él hizo trampa para que fuera yo quien ganara el vuelo.

Kitana soltó un potente grito, más alto que el pito del auto. En el camino aproveché para contarle todo sobre el vuelo y de paso arreglar mi horroroso cabello. Había crecido, pero no como me gustaría.

En menos de veinte minutos Kitana estacionó fuera de mi trabajo. Le agradecí tanto porque me había evitado un viaje en un bus caluroso. Antes de salir del auto, acomodé mis cosas en mi bolso en donde brillaba una pequeña cajita envuelta con papel de regalo.

—¿Qué es eso?

—Un regalo para Jason —abrí la puerta sacando un pie—. Hoy es su cumpleaños. Adiós Kitana, gracias por el aventón.

Crucé la puerta de vidrio acompañada por el sonar de la campanilla.

—¡Buenas tardes! —pronuncié en cuanto estuve dentro.

—Qué bueno que llegas hijita. Un poco tarde, pero llegaste —contestó Doña Clara— ¡Ven, ayúdame en la cocina!

—Estaba en clase Doña Clara… —localicé a Jason detrás del mostrador— ¿Quién cumple años hoy?

Corrí hacia la cocina rodeando las mesas. Puede que la cafetería estuviera repleta de clientes y que me esperara un día horrendo lleno de trabajo, pero nada podía quitarme el buen humor.

—Te acordaste…

—Claro que sí, no todos los días nace un niño bestia como tú… —lo abracé por el cuello, apretujándolo. Metí una mano en mi bolso, sonriendo por lo que iba a hacer— ¡Feliz cumpleaños Jason! Toma, te traje un aguacate.

Con una sonrisa inocente, le ofrecí mi “regalo”. Me reí ante la cara de mi amigo, pero no esperaba que sonriera, tomara el aguacate y me devolviera el abrazo.

—Gracias, mientras sea con amor todo es aceptable.

Mantuve mi broma hasta la hora del cierre, cuando nuestra jefa sorprendió al cumpleañero con una pequeña tortita de coco. Luego de cortar su pastel, le entregué el verdadero regalo. Le compré una billetera. Le hacía falta, Jason cargaba su pasaje de bus dentro de la media.

Al llegar a mi departamento, en lo único en que pensaba era en dejarme caer en mi cama. Olvidé de darle de comer a mi gato y caminé directamente al cuarto. Me deshice de mi ropa de trabajo y caí dormida en ropa interior.

***

Escuché sonar la alarma. Antes de levantarme abracé a Nemo que dormía a mi lado. Permanecí acostada unos minutos más escuchando su respiración. Una vez de pie me arrastré al baño y di inicio al laborioso proceso de trasformación de una bestia que ha hibernado a una dama linda. Había puesto un poco más de esfuerzo en mi apariencia, además que dejé a un lado los converse y opté por unas sandalias rosa. Y otra novedad: me había maquillado.

Hoy era el décimo y último viaje a la base militar lo cual se traducía como la última vez que lo vería. Tan solo pensar aquello hizo que una incomodidad se asentara en mi pecho. Sacudí la cabeza. Los bichos de mi panza debieron migrar a mis pulmones.

Corrí por mi departamento recogiendo llaves, cuaderno y sirviendo la comida a mi gato. Al hacer sonar la funda de comida, Nemo corrió desde mi cuarto hacia mí, sobándose en mis piernas.

—¡Hola caracola! —saludé en cuanto entré al auto blanco.

Miré el atuendo de Kitana. Llevaba un jean negro con una blusa del mismo color y botas altas ¡botas! Y ¿Adivinen qué color? ¡Negro! E incluso cargaba gafas negras ¡A las cinco de la mañana!




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