Nemo tampoco se lo podía creer. Aunque me la pasara contándole repetidas veces lo que había ocurrido hace apenas unos días, mi gato no me creía. ¿Y quién sí? De no ser porque hubo varios testigos, incluso yo hubiera creído que había alucinado con una cita con Max.
En ese instante mi celular sonó, interrumpiendo mi discusión con el gato. Se trataba de Kitana, estaba estacionada afuera de mi departamento. Mi acomedida amiga se había ofrecido voluntariamente y con gran emoción a asesorarme con peinado, maquillaje y vestuario, a lo cual, no me había negado. Y como si fuera cosa del destino, había recibido ya mi sueldo por lo que podía comprar unos cuantos trapitos nuevos.
Me despedí de Nemo con una caricia en su cola.
Acordamos visitar una de las tiendas favoritas de mi amiga, una llamativa boutique con un enorme letrero que decía "Madame" adornado con bordes de estampado de leopardo. Por dentro el lugar era pequeño, pero exhibía mucha ropa. Caminé un poco y me detuve frente a una vitrina donde un maniquí lucía un vestido liviano y casual. Llegaba hasta un poco más arriba de la rodilla y era de volados. Su color era hermoso.
Hipnotizada por la belleza del vestido, llamé a Kitana quien pululaba por la tienda buscando opciones para mí.
—Quiero ese vestido.
—¡Es hermoso! Y es de la nueva colección, pero Luisa… puede que este trapito salga caro.
—Creo que soy capaz de escuchar el precio sin desmayarme —revisé la etiqueta y casi me da la muerte blanca— ¿Qué dem...?
—¿Qué? ¿Cuánto cuesta?
—El precio tiene tres cifras.
—Debes haber visto mal —me quitó la prenda para ver por sí misma—. Sip, tienes razón. ¿Qué hacemos?
—Vende mi cuerpo, no muy barato.
Kitana hizo sonar la lengua. ¿Ese gesto era por que me creía exagerada o porque mi amiga pensaba que no lograría conseguir mucho con mi cuerpo?
—Sigamos buscando.
—No —dije y la detuve de su avance.
Muy bien, debía analizar la situación.
Esa semana tendría una cita en años ¡Años! y sería con un hombre increíble que me gustaba mucho y que era malditamente guapo ¡Yo también debía estar impactante! Y lo estaría con ese vestido.
Me merecía ese vestido.
“¡Debo comprar ese vestido!”
Sí era caro, demasiado; pero... pero podría usar el dinero de emergencia, el de la cuenta de ahorro de mamá en el banco. Esto era una emergencia. Ella estaría de acuerdo conmigo.
—Tengo el dinero.
—¿Estás segura?
—¡Sí! Acompáñame al probador antes de que me arrepienta.
El condenado vestido me quedó a la medida. Al probármelo me enamoré aún más ¡Me quedaba perfecto! Daba la impresión de que toda la tienda conspiró para que yo gastara mi sueldo. Incluso los zapatos estaban con el 40% de descuento ¡Me llevé dos pares!
Fue así que el mencionado vestido pasó de estar en exhibición a colgado en la puerta de mi baño. Lo admiré casi toda la noche imaginando cómo lo usaría. Inevitablemente pensé en las diferentes situaciones en las que el vestido podría ser un problema. Quizá la falda podía alzarse con el viento o mancharse con comida.
“Recordatorio para mí: no comer nada de nada en la feria”.
Incluso hice mi famosa dieta de doce horas para que me quedara mejor. No cené y por la mañana siguiente me propuse sobrevivir con una manzana y una taza de café en el estómago. Al cabo de quince minutos mi estómago rugió en protesta junto a mi vieja amiga la gastritis.
Tuve que abrir un paquete de galletas y comerlas mientras mi amiga revoloteaba a mi alrededor.
—¿Puedes por favor decirle a tu tiburón que deje de jugar con el vestido? —gruñó una impaciente Kitana.
—Su nombre es Nemo.
—Me gusta el nombre, es tan original. Y hablando de original, ¡Mira tu atuendo!
Kitana me hizo girar frente al espejo de cuerpo entero de mi cuarto.
—Me has contagiado tu estilo.
Miré mi cabello y quedé encantada. Kitana lo había planchado y dejado suelto, mi maquillaje era poco, casi ni existía, todo se veía natural: El cabello, el maquillaje... Y el rubor en mis mejillas lo era también.
—Creo que estoy lista.
—¿De verdad?
—No. Ya me invadieron los nervios.
Kitana suspiró.
—No te cacheteo solo por cuidar del maquillaje —de repente me sostuvo fijamente de los hombros—. Repite conmigo: soy Luisa Montés y hoy saldré con un guapo, sexy, delicioso y cremoso hombre.
—¿Delicioso y cremoso? Él no es un helado.
—¡Repite!
Puse los ojos en blanco, sin embargo, repetí su extraña oración.
—Llevo puesto un vestido ridículamente caro y lo sabré utilizar —como un loro amaestrado, repetí—. Y lo besaré.