Entre besos y disparos

Capítulo 14: Un mensaje por aquí, un mensaje por allá…

—Daniel dice que le provocas caries.

—¿Me odia?

—¡No boba! —dije, abrazándola un poco— Quiere decir que eres muy dulce.

No me había olvidado de mi propósito de ayudar a Daniel a conquistar a Vanessa. Desde hoy iniciaba mi persuasión con ella. Dentro de mí me cuestionaba lo que hacía. Yo en el papel de cupido ¿en serio? Ni siquiera podía tener en orden mi propia vida sentimental.

—¡Luisa!

Era Kitana, esperándome debajo del árbol más frondoso del campus.

—¿En serio Daniel piensa eso? —Vanessa sonreía.

—¡Sí! Él se muere por todos y cada uno de tus huesos.

No estaba exagerando. En cada clase, se la pasaba mirándola. Me despedí de Vanessa, sintiéndome orgullosa de mi trabajo. Al menos ya había plantado la idea en su mente.

Kitana se acercó a mí ofreciéndome una gelatina. Ver el postre me trajo recuerdos.

—¿Sigues determinada a juntarlos?

—Es mi proyecto de grado —contesté, dándole una probada a la gelatina.

—¿Por qué ese repentido interés por el puesto de cupido? —puso una mano en mi hombro— Ese trabajo no es para ti. Deja de meterte en eso y mejor concéntrate en tu propio dilema amoroso.

Kitana estaba al tanto de la última cita que tuve con el Teniente. Me consoló saber que no era la única que pensaba que él era un poco extraño.

—¿Entonces it´s over?  *(¿entonces se acabó?)

—Ni siquiera sé si llegó a comenzar.

—¿Volverán a salir? —me encogí de hombros— ¿No?

—No me ha escrito ¡Y yo no seré la primera en hacerlo!

—¿Por qué no? El hecho de que la anterior cita no haya salido bien, no quiere decir que…

—Se comportó raro, lo sabes ¡te conté todo! —dicho esto, devoré con coraje la gelatina.

Luego aplasté el envase y lo lancé al tacho de basura, pero tuve que regresar y recogerlo del suelo al no encestar como quería.

—Se supone que salimos para hablar y conocernos, pero no fue así. Él no quiso contarme de su vida —enfurruñada murmuré: — Cómo quiere que confíe en él…

—Por favor bitch, era apenas la segunda cita ¿esperabas que te dijera su número de cuenta bancaria?

Tuve que levantar una mano para taparme los ojos. El sol estaba fuerte, reluciendo en el centro de un cielo sin nubes. Caminamos hacia la salida de la universidad, hoy Kitana no había traído su auto.

—Esperaba saber si tenía hermanos, si es de los que compra boletos de lotería o qué signo zodiacal es.

—Tal vez estaba nervioso.

—No lo creo.

—¡Hola! ¿quieren una foto?

Un flacuchento de cabello rizado y quebradizo nos interceptó. Su vestimenta era el de un protestante contra las fábricas. Todo hippie, vistiendo prendas dos tallas más grandes.

—No gracias.

—Inténtalo una vez más —insistió Kitana—. Si no hay química, entonces lo olvidaremos.

—Vamos chicas, no se tardará mucho. Es solo una foto.

Era el mismo tipo de acento extranjero. Esta era la segunda vez que nos interceptaba. Kitana y yo nos miramos, pensando lo mismo. Quizá no tenía dinero y vendía fotos a cambio de algo.

—De acuerdo, de acuerdo… —gruñó Kitana— ¡Pero mas vale que salga bien!

Nos abrazamos y sonreímos. En plena calle nos tomamos la bendita foto.

—Gracias lindas —dicho esto, se marchó sin entregarnos nada.

—¿Y la foto? —Kitana me miró indignada.

—La gente cada día está más loca —suspiré, levantando un brazo en cuanto vi el bus—. Debo ir a casa a darle de comer a mi gato, nos vemos otro día Kitana.

Quise pensar en otra cosa, como los temas del examen que tenía para mañana o las cuentas que debía pagar a fin de mes; pero en lo único que podía pensar era en el Teniente bipolar.

No iba a dar mi brazo a torcer. Yo estaba en lo correcto. Él se había comportado diferente en el restaurante. Tal vez se estaba replanteando el salir conmigo… Quizá yo no le gustaba y sólo quería distraerse conmigo. Los militares tenían esa fama.

Frené mis pensamientos. Me estaba hiriendo innecesariamente. Pensar en esto me consumía energía.

Estaba tranquila hasta cuando encontré a Rosa limpiando la acera. Llevaba otra vez el vestido verde que la hacía lucir como una iguana.

—Buenas tardes —saludé corriendo hacia mi puerta.

—Ah Luisa —dejó de barrer— qué bueno que te veo, quería hablar contigo. La otra noche una camioneta estuvo aquí…

—¿Ah sí?

¡Parece una cámara de vigilancia!

—Ajá… —puso sus puños sobre sus añosas caderas— Sabes Luisa que no quiero hombres en el departamento, recuerda: los hombres sólo quieren...

—Perjudicar a las mujeres —completé. Se me escapó una risa. “Perjudicar”, qué palabra…




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