Entre besos y disparos

Capítulo 17: Banderas rojas

Tuve uno de esos despertares horrendos, de esos donde despiertas con un abrir repentino de ojos acompañado de la molesta confusión de no saber si continuas en la pesadilla o has despertado por completo.

Me volteé lo más que el sofá me permitió. La falta de luz de la sala no me dejaba ver el reloj de la pared, pero el silencio y el frío del ambiente me hacían sospechar que era de madrugada. Agudicé el oído, alcanzando a escuchar otra respiración; una más lenta y acompasada.

Intentando no emitir sonido alguno, busqué mi celular dando palmadas alrededor. Vibró al encenderse y la pantalla me encegueció por un buen rato con su brillo. Eran las cinco de la madrugada. Eché una rápida miradita a Max, quien dormía con un brazo sobresaliendo del otro mueble.

Me senté en el sofá sin retirar mi mirada del hombre que dormía bajo mi techo. En mi sala, a solas conmigo. En ese momento suspiré, sintiendo la tranquilidad de estar acompañada.

Me encaminé a la cocina con el deseo de un vaso con agua. Sin embargo, al pasar a un lado de la puerta roja, un olor extraño hizo que me detuviera olvidándome del agua. Olfateé e hice una mueca. ¿Qué olor era ese? Retomé el camino hacia la cocina y olfateé el lugar. No, no era olor de basura. Así que regresé al recibidor donde el olor era más intenso. Era… era un olor raro, olía a algo oxidado o alguna cosa metálica, no estaba segura.

Unos segundos más de olfateo y di con el origen. Provenía de afuera, del otro lado de la puerta. Con cierto temor, me acerqué y esperé con mi oído agudizado en busca de soniditos. No quería que, al abrir la puerta, encontrara a mi acosador de frente. Poco a poco retiré los seguros y tomé el pomo. Lo giré con suma lentitud y con la misma velocidad entreabrí la puerta, dejando una delgada brecha para observar el exterior. No encontré nada ni a nadie, pero el olor desagradable se intensificó.

De pronto varias moscas alzaron vuelo desde el suelo. Bastó con mirar hacia abajo para que mi alma dejara mi cuerpo. Un desgarrador grito salió de mi garganta, haciéndome retroceder tres pasos de la puerta abierta. Las lágrimas inundaron mi cara, llevé mi mano a mi boca en un absurdo intento de calmar los sollozos.

Mi adolorido grito despertó a Max, quien no tardó ni cinco segundos en aparecer a mi lado.

—¿Qué ocurre? ¿Luisa?

No podía hablar, ni pensar, ni reaccionar. Con mi temblorosa mano logré señalar el portal de mi puerta. Max siguió la dirección de mi mano y contuvo la respiración, tensándose a mi espalda.

Nemo yacía muerto en la entrada de mi departamento. Lo más inquietante y aterrador era que su cuerpo sangrante estaba descuartizado y tirado, sin ninguna piedad, en la entrada de mi puerta.

—¡¿Q-quién ha-a hecho eso-o?!

Todo mi cuerpo estaba temblando, preso de un miedo poderoso que congelaba mis músculos. Max no respondió. Su mirada aún estaba clavada en el cuerpo sin vida de mi gato. Su expresión era indescifrable.

Descalza y aun temblando me acerqué a la entrada. Sólo pude asegurar que mi gato había sido asesinado con maldad, con odio y con clara intención. Al pensar en lo mucho que Nemo pudo haber sufrido, un gemido desgarrador salió de mi garganta, obligándome a bajar mi cabeza y llorar ruidosamente. Acto seguido, sentí las manos de Max en mis brazos. Me halaba con el fin de alejarme de la sangrienta escena. Se encargó de cerrar la puerta y arrastrarnos de nuevo hacia el sofá. Tuve que separarme de su pecho al sentir que no podía respirar bien. Me estaba ahogando.

—Luisa…

—Ha-an sido ellos ¡Han sido ellos!

—Luisa escúchame.

—¿Qué? —gimoteé. Una nueva crisis de llanto se apoderó de mi voz, hipeé con desesperación—. Lo que… lo que hicieron… no… —un escalofrió recorrió toda mi columna— Estoy ate-errada Max, ¡tengo miedo!

—Yo también pienso como tú, creo que quienes mataron a tu gato son los mismos que golpeaban tu puerta.

—¡Entonces debemos llamar a la policía!

—Déjame eso a mí —repuso con voz calmada—. Tú no estás en condiciones de hacerlo. Intenta calmarte Luisa, no te preocupes más —al mirarlo pude darme cuenta de que él también estaba asustado, pero lo controlaba perfectamente—.  ¿Quieres que... me haga cargo de...?

Asentí.

—Iré a buscar una funda a la cocina.

Miré sus ojos y sólo encontré furia. Una furia tan inusual que me asustó.

En cuanto quedé a solas, me puse de pie. Las piernas me temblaban, parecía que en cualquier momento mis pies fallarían y me dejarían caer. Di unos cortos pasos hasta llegar a la puerta, donde las moscas habían vuelto a posarse sobre el cadáver de Nemo. Lloré a su lado con mis ojos cerrados. Solo veía crueldad en ese acto tan malévolo y lleno de odio. ¡¿Quién carajos se desquita con un inocente animal?!

Entre las lágrimas y los espasmos de mi cuerpo que me hacían ver borrosamente, pude deslumbrar un pedazo de papel debajo del cuerpo del animal. Me arrodillé a su lado. Nerviosa, lo saqué y lo acerqué para verlo mejor. Era un delgado pedazo de cartulina cuyo color crema se distorsionaba con algunas manchas de sangre salpicada en ella.

Con letra pulcra y negra se leía unos garabatos que inentendible, un idioma extraño.




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