Entre besos y disparos

Capítulo 18: Mi mala suerte

Mi departamento era el escenario perfecto para una casa embrujada en Halloween. En esos momentos, sola como me encontraba, la compañía de almas en pena sería bienvenida. En total silencio y a oscuras, estaba sentada en el sillón de flores acompañada por una lata de jugo de sandía.

Ahora que Nemo ya no estaba, volvía a estar como antes. Habían transcurridos varias semanas desde el incidente con mi gato y en esas semanas no había vuelto a ser víctima de los golpes en mi puerta lo cual frustraba a los policías.

Sí, había ido a colocar una denuncia y me llevé una sorpresa al enterarme que nadie antes la había hecho. “¿Acaso Max no lo había hecho? Él dijo que se encargaría”.

La comisaría nunca recibió una queja de golpes o acoso. ¡¿Entonces a quién había llamado Max?!

Por suerte, él no había vuelto a aparecer desde el día de la muerte de Nemo. Ni un mensaje, ni una llamada. Eso era lo mejor, estaba segura de que alejarme de él era lo más razonable a hacer; aunque aquello me produjera un malestar inesperado. Entonces me di cuenta de que había empezado a… quererle.

En esas semanas había ido al trabajo, pero Doña Clara se había portado tan bien conmigo que, en ocasiones, me mandaba unas horas más temprano a casa y se mostraba comprensiva al igual que una madre. En la universidad había sido incapaz de contener mi tristeza frente a mis amigas y un día Kitana me encontró llorando en el baño de la facultad y fue entonces cuando le conté la extraña muerte de mi bebé. Kitana, Diana e incluso Gabriela derramaron lágrimas al escuchar lo que había pasado. También consideré la idea de poner al día a Kitana acerca de mi descubrimiento, pero… No lo hice, no pude hacerlo. Creo que, en el fondo, me sentía estúpida al haber sido engañada de esa forma.

Sacudí mi cabeza, olvidando las últimas semanas. Dejé la lata de soda a un lado y me incliné hacia mi laptop. Intenté retomar mi trabajo, pero mis dedos se detuvieron sobre el teclado ¿Qué día era? ¿Mañana qué fecha sería?

Nunca me había pasado algo parecido, pero lo entendí al final. Con todo el estrés de mi acosador, de las amenazas y de la muerte de Nemo, había descuidado el tiempo. El calendario de mi celular indicaba viernes 29 de octubre. Y algo muy tonto de mi parte fue no suponer esa fecha, pues cada centímetro de la ciudad estaba cubierto con telarañas artificiales y calabazas. ¿Quién iba a tener tiempo para decorar el departamento cuando acosadores merodean tu casa y matan a tu gato?

Eché una mirada alrededor. La temática de las festividades me daba la oportunidad de dejar mi departamento sucio por un par de días más. El desorden y la suciedad de mi sala pasarían como parte de la decoración. ¡Estaba hecha un caos!

Tomé la limpieza de mi casa como el pretexto perfecto para alejarme de los trabajos de la universidad. Comencé por levantar la lata vacía, junto a papeles y envolturas de caramelos y botarlas en el basurero. Una cascada de nostalgia y pena me cayó encima cuando tropecé con los platos de Nemo. Entonces volví a llorar, recordando a mi primera mascota; a mi primer compañero peludo.

No podía continuar con sus cosas aun en mi departamento. Con tan solo verlas me producían intensas ganas de llorar; así que los recogí y junto con los juguetes de Nemo los guardé en una pequeña y gastada caja de cartón, la cual fue a parar a mi bodega.

Mi plan de distraerme con la limpieza funcionó. La esterilización de mi departamento entero me llevó el resto de la tarde, me mantenía la mente ocupada librándome de recuerdos desagradables. Quería mantener la cabeza libre de preocupaciones, por lo que; sin dudarlo más, tomé mi cartera, me vestí con mi uniforme y me encaminé hacia la cafetería.

—¡Hola cariño! ¿Cómo te encuentras?

No encontraba las palabras indicadas para demostrar mi verdadero estado a mi jefa. ¿Qué le podría decir? Ella estaba realmente interesada por mi estado, ella era una persona dulce quien no merecía una respuesta malcriada por mi parte.

—Con sueño.

“Al menos, fui sincera”.

—¿Te sientes lista para volver? —preguntó con cautela.

—Claro que sí, Doña Clara. Me gusta venir a trabajar.

Mi jefa estaba tan dudosa conmigo que hasta abrió el local ella sola. Generalmente eso lo hacíamos o Jason o yo.

—¿Por qué ha abierto usted el negocio? Podía hacerlo perfectamente yo.

—No ha sido problema alguno, además ¿Me ves muy vieja como para no poder abrir mi propio local? —preguntó con una sonrisa.

La campanilla sonó anunciando la entrada de Jason.

—¡Ahí está mi amiga la rara!

Lo miré con una sonrisa.

—Y ahí está mi amigo a quien le da miedo las películas en blanco y negro.

—¡Shh! ¡No lo digas!

El sonido de los motores de los carros en la autopista, el rechinar de dientes de un niño pequeño que comía pastel en una de nuestras mesas... Sonidos como esos nos acompañaron por el resto del día. Comenzaba a sentirme normal de nuevo, pero debía ir con cuidado porque, aunque todo pareciera arreglarse, yo aún me sentía observada cuando salía de casa.

—¿Alguna vez has sentido que te siguen?




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