Entre besos y disparos

Capítulo 19: Siete caras

Parpadeé. Una, dos, cinco veces. Nada, no veía nada.

Sacudí la cabeza y me arrepentí al instante. Se sintió como sacudir una bola de boliche. Me encontraba sumamente entumecida y adolorida. El dolor se volvió un hincón y como respuesta intenté levantar una mano para sostenerme la cabeza, pero no pude. Algo me lo impidió.

Repentinamente me sentí cansadísima. Así que no quise hacer más esfuerzo, dejé caer la cabeza golpeándome fuerte. Un poco de polvo se levantó alrededor. Hubiera abierto de nuevo mis ojos para ver de dónde salía aquel polvillo, pero el naciente dolor de cabeza me lo impidió. Parecía que aumentaría el dolor si abría los ojos; además no tenía sentido abrirlos porque no podía ver nada.

Comenzaba a desesperarme este estado de confusión. Me sentía atrapada en un sueño, viendo imágenes borrosas y recordando sonidos que no estaba segura si pertenecían a sueños o la realidad.

No sé cuánto tiempo estuve así. La obnubilación iba desapareciendo poco a poco, aclarándome la mente, devolviéndome el control sobre mi cuerpo y reconectándome con el ambiente. Comencé a sentir frío. Como reacción pateé arrastrándome un poco. El sonido de mis piernas hizo eco en el lugar.

Ahora que tenía de vuelta el control sobre mi cuerpo, me tomé mi tiempo para estirar cada parte. Empecé con mis piernas, flexionándolas despacio; dando pequeños espasmos por el dolor. Continué con mis brazos, pero una vez más no pude. Los podía sentir sí, pero por alguna razón no podía moverlos.

Poco después apareció otro sonido, como algo cayéndose y rodando por el suelo. Abrí mis ojos y lo encontré. Se trataba de una botella. Un único haz de luz se extendió por el lugar iluminándola e iluminando unos centímetros a su alrededor. Busqué la ventana por la cual entraba esa luz, pero no la encontré.

“¿Por qué estaba cerrada la ventana?... Yo… yo no tenía ventanas…”

Giré la cabeza a todos lados. Esa no era mi habitación. Las paredes eran demasiado altas, el techo lucía viejo. Las vigas de madera estaban carcomidas y el olor era diferente.

Con un movimiento rápido, logré sentarme y empujarme con desenfrenados movimientos de mis piernas. Me arrastré hasta que mi espalda chocó con algo. Se oyó un tintineo similar a cuando muchas botellas de vidrio chocan entre sí. Levanté mis manos para cubrirme la cabeza, pero fue entonces que noté que estaban atadas. Mis muñecas enrojecidas tenían marcas que estaban a poco de sangrar debido al cabo desgastado que las ataba. Estaba a poco de sufrir un ataque, mi corazón no podía latir así y permanecer funcionando correctamente.

Aun con el dolor de cabeza, hice el esfuerzo de recordar. Lo último que recordaba era a… Jason, él… No, eso fue el sábado. Yo… había estado en mi departamento y luego ¡Salí a comprar comida! ¡Sí! Y… y las calles estaban vacías… Recordé un escenario. Las fiestas, el domingo de halloween. ¡Halloween!

Estaba recordando todo, pero con mi último recuerdo vino a mi mente la imagen de dos hombres, ocultos tras las máscaras de dos disfraces inusuales, sujetándome y drogándome con algo...

Jadeé de horror. Había recordado todo.

—No ¡No!

Intenté pararme, pero no pude sin la ayuda de mis brazos. Halaba de ellos, pero lo único que conseguía era golpearme. La desesperación ocupó toda mi cabeza. No tardé más de un minuto en entrar en pánico. Ahora que estaba realmente consciente de lo que había ocurrido, estaba extremadamente asustada.

Los hombres disfrazados me habían secuestrado. Estaba asustada y en peligro.

Miré alrededor en busca de algo de... de cualquier cosa que pudiera darme una idea del lugar donde estaba, pero sólo veía oscuridad. Debía hacer algo, no podía…

—¿Estás bien? —me paralicé al escuchar esa voz— Deja de moverte, haces mucho ruido…

—¡¿Quién eres?!

Me aclaré la garganta, estaba seca y adolorida. Pasé mi lengua por los labios encontrándolos resecos y partidos. Tenía mucha sed.

—Tranquila, shh… No te voy a hacer nada...

Era una mujer de voz tranquilizadora, pero sus palabras no iban a ganarme. No me dejaría engañar, no confiaría en nadie.

—¡¿Q-quién eres?! ¿Dónde demonios estoy? ¡¿Hem?! ¿Dónde est...?

Mi pregunta terminó con un alarido de dolor.

—Shh, cálmate. No llores, por favor no hagas ruido.

La voz se alarmó y trató desesperadamente de callarme.

—¡Tranquilízate! —la voz aguda de un muchacho apareció de repente.

¿Otro? ¿Cuántas personas estaban conmigo? ¿Eran ellos mis secuestradores? No, no podía ser. Sus voces sonaban tan asustadas como la mía ¿Acaso eran ellos también rehenes como… como yo?

El controlar mi llanto no estaba a mi voluntad. Quería parar de llorar, primero por dejar de hacer tremendo ruido y segundo el llorar no me iba a ayudar. Quería calmarme y pensar con claridad, pero no podía. Las lágrimas salían a chorros como un grifo abierto, bañando mi cara. Y lo peor de todo era el pánico que me torturaba y me impedía actuar o tranquilizarse. Jamás me había sentido así antes y era desesperante no saber qué hacer.

—¡Cállate! —bramó una tercera voz.




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