Entre besos y disparos

Capítulo 21: Dolor

Día 3

Mi mano se abría camino entre los mechones del dorado cabello de Allison. La niña, con su cabeza en mi regazo, dormía emitiendo leves ronquidos. Bajé la mirada y la fijé en su rostro. Era reconfortante verla de esa forma, con el semblante sereno, sin miedo y durmiendo tan pacíficamente como si mis piernas fuera su cama.

Ojalá yo también me sintiera así.

Desvié la mirada hacia Sara. Aquel día Sara amaneció mejor, incluso se puso de pie y anduvo caminando con pasos cortos. Pero no estábamos en condiciones para celebrar su mejoría, todos teníamos la mirada puesta en la doble puerta. Mediodía y Andrea no regresaba.

Cerré los ojos con fuerza. Una opresión se apoderó de mi pecho quitándome el aliento.

Aquella chica se la habían llevado desde el día anterior. Se la llevaron y había sido por mi culpa. Por mi cobardía otra persona estaba sufriendo. Y lo que más me inquietaba era mis propias conjeturas. ¿Por qué no regresaba? ¿Y si Andrea había sido asesinada por ese desgraciado?

—Sara.

—¿Si Luisa?

Sara se había acercado a mí. Su cara mostraba un poco más de color.

—¿Andrea… estará bien cierto?

Estaba segura de que Sara vio mi culpa reflejada en mi rostro porque en cuanto terminé de hablar, me sonrió y asintió mintiéndome para hacerme sentir mejor. A pesar de que sabía lo que ella hacía, funcionó.

—Nos necesitan. Les servimos sólo si estamos vivos.

—Pues esos tipos dan la impresión de que no les importaría ponernos una bala en la cabeza…

No pude seguir hablando, pues la puerta se abrió de repente golpeando estrepitosamente las paredes. Todos nos pusimos de pie ante el estruendo, incluso Allison. El hombre fortachón entró y empujó a una maltratada Andrea. Jadeé al verla. Ella arrastraba los pies, no podía caminar y solo se movilizaba debido a que el despiadado tipo la empujaba.

Quise correr y ayudarla, pero la mano de Sara me retuvo de la muñeca. Con movimientos lentos, Sara se movió hasta taparme de la vista del tipo. Sin embargo, no fue suficiente. El hombre me guiñó un ojo antes de darse vuelta. No nos movimos hasta que el hombre retrocedió. Se fue, escupiendo a un lado como si nada hubiera pasado.

En cuanto escuchamos el cerrojo de la puerta, cobramos vida y corrimos hacia Andrea.

—¡Oh por...!

Lo que encontramos fueron los vestigios de lo que alguna vez fue Andrea. Su cara estaba enrojecida como si ese desgraciado hubiese pasado todo el día dándoles cachetadas. Su ropa ahora estaba casi deshecha y su piel llena de marcas que me estremecía con solo pensar cómo se las habría hecho. Mis puños se cerraron a ambos lados de mi cuerpo. ¡El maldito la había golpeado!

Sara con dificultad corrió a traer el balde de agua. Tomó un viejo paño e hizo ademán de sumergirlo para limpiar a Andrea, pero Tom la detuvo arrebatándole el balde.

—¿Qué haces?

Sara y yo lo miramos sin entender.

—¿Qué crees que está haciendo? —dije mientras ayudaba a Andrea a sentarse.

—¿Por qué usarás toda el agua? —Sara intentó quitarle el balde, pero Tom retrocedió— ¡Nos quedaremos sin nada que beber!

—Niño no es momento para ser egoísta —repuso Isabela.

—Pero ¡hay que pensar en todos!

—¡Basta ya! —grité. Andrea comenzó a llorar aún más.

—Usaré mi parte —dijo Sara. Le quitó el balde al chico y con el único vaso que teníamos, sacó un poco de agua—. Yo me quedaré sin beber ¿de acuerdo? ¿ahora estarás más tranquilo Tom?

El chico permaneció en silencio.

—Yo doy mi parte también —hablé.

Una vez que se calmaron los ánimos, Sara, Isabela y yo nos quedamos junto a Andrea mientras Arnold intentaba entretener a Allison. La pequeña niña derramaba silenciosas lágrimas. Aunque era pequeña ella entendía lo que estaba pasando.

—Te… Te vamos a limpiar —advirtió Sara a la vez que se acercaba con el paño húmedo hacia Andrea—. ¿Sí?

Andrea se soltó de mi agarre, negando con la cabeza.

—No-o quiero que… que na-nadie me toque —siseó entre dientes—. Él...e-el me...

No podía completar una sola frase porque volvía a llorar, recordando lo que ese desgraciado le había hecho.

—Por favor, Andrea. Sara y yo sólo queremos que estés bien.

—Mira tu ropa… —dijo Isabella. Acto seguido se deshizo del cárdigan que cargaba y se lo pasó a la muchacha— Déjanos ayudarte.

Al ver que ninguna de las tres nos alejaríamos de ella, finalmente Andrea accedió dirigiéndonos una mirada de desconfianza, pero sin poner resistencia. Sara comenzó a lavarla llevando una secuencia. Humedecía la tela y limpiaba, una y otra vez. Se dejó limpiar y cambiar de ropa por nosotras. Era difícil verla temblar cada vez que alguna la tocaba o cuando volvía a llorar repentinamente después de un momento de calma.

En medio del silencio, el francés habló.




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