Con un movimiento inesperado lanzó otro azote, pero mis sentidos fueron mucho más rápidos y me balanceé para evitarlo. El hombre sonrió, totalmente complacido. Esto era un juego para él mientras que para mí era el propio infierno. Mientras más miedo demostraba, más placer sentía aquel hombre.
Permaneció de pie, observándome, con el cinturón colgando a un costado de su cuerpo. Pasaron los minutos sin que aquel hombre hiciera algo. Aproveché ese corto instante para recuperar aliento y prepararme... Yo sabía muy bien a qué venía ese tipo.
Luego el hombre se inclinó hacia mí. Estiró su enorme mano y la enredó en mi cabello, y de un sólo desplazamiento me levantó. Grité ante el dolor. Se sentía como millones de agujas clavadas en mi cabeza.
No había notado que Sara hablaba en su idioma, balbuceaba lo que parecían súplicas y ruegos. Estaba intercediendo por mí, pero no estaba funcionando.
—Lo s-siento-o... —balbuceó Sara, con su cara llena de lágrimas.
—Hay que hacer algo... cualquier cosa... —Arnold hablaba realmente enojado mientras Isabella le masajea el lugar donde se golpeó al caer.
Arnold esperaba recibir apoyo por parte de Didier y Tom, pero a ellos les daba igual si me ahorcaban o me violaban.
—Por fa-avo-or... —apenas reconocía mi propia voz—. Por...fa...vor...
El tipo, que sonreía embobado, sufrió un cambio de humor veloz. Su cara se tornó roja, y la vena de su frente palpitaba por el enojo. Gritó muy cerca de mi cara y por el tono de voz estaba segura de que era un insulto.
Me haló, haciéndome arrastrar los pies.
—No... no... ¡No! —grité desesperada al darme cuenta de que me estaba llevando a la doble puerta de metal. A ese cuarto donde habían abusado de Andrea.
Me removí como un gusano, sin importarme que perdiera cabellos en el intento. Quería librarme de su agarre, de su fuerte y tosca mano.
A punto de atravesar la doble puerta, apreció el otro tipo. El hippie rubio que me había seguido a la universidad. Alternó sus ojos entre mí y el tipo. No pasó desapercibido el hecho de que mantuvo su mirada en mi pecho por más tiempo del necesario.
Le reclamó al grandote. Le gritaba apuntándome a mí y a la correa. El rapado le contestaba también enojado. Parecían que discutían por el mismo tema otra vez. Luego se callaron.
Acto seguido, me dejó caer. Ni siquiera sentí el dolor en ese momento. Sólo me concentré en arrastrarme por el suelo hasta llegar a mi rincón. Allison se acercó gateando, con lágrimas en su delgado rostro. Me abrazó por la cintura y comenzó a sollozar pegada a mí.
Tenía mi vista clavada en los dos hombres. Seguían discutiendo, pero no llegaban a los golpes. El rapado gritó lo que parecía una maldición y se fue golpeando estruendosamente la puerta de metal. Mientras tanto el delgado rubio se acercó hacia mí. Me preparé para lo que sea, empujé a Allison hasta que estuvo tras mi espalda.
El rubio se agachó frente a mí. Me sonrió como si fuera un amigo mío y me acarició la cara quitando el polvillo. Le aparté su mano. No pensé en las consecuencias de aquel acto, no pensé en que tal vez le molestaría como había pasado con el grandote, lo único que hice fue actuar. Afortunadamente el rubio no perdió la calma. Se levantó y se marchó.
En ese momento todos se alocaron.
—Luisa...
—¡Oh mi Dios!
—Maldito desgraciado…
Todos me rodearon. Hablaban al mismo tiempo y haciendo las mismas preguntas. Pero no les contestaba, estaba consternada. La cara de Sara se interpuso en mi campo de visión. Lucía mal, realmente mal.
—Sara... ¿Estás bien? —mi voz era pastosa y hasta un poco afónica. Seguramente mi garganta y mi voz no volverían a ser los mismos después del ahorco del tipo.
—¿Qué dices? —acercó su rostro a mi hombro para llorar— La pregunta es ¿Si tú estás bien?
Temblé un poco al sentir sus brazos helados.
—Sara... ¿Sara qué te pasa? —me separé para verle la cara— Estabas bien...
—Estoy bien.
—¿De qué hablaban? —pregunté— ¿Por qué el rubio me defendió?
—Luisa, será mejor que te calmes y te dejes ver esos golpes —intervino Arnold.
—Quiero saber, necesito saber… —Arnold no dijo más— Sara por favor…
—No lo sé… yo… —tosió— Yo no presté atención a lo que decía… Lo siento Luisa.
Asentí y le sonreí. Ahora que estaba más tranquila, comenzaba a sentir cómo mi cuerpo estaba realmente. Ardía y palpitaba como si, en algún acto de estupidez, hubiera estado tumbada todo el día al sol en la playa. Con el borde de mi blusa limpié la sangre de mi codo, descubriendo un raspón rojizo y lleno de tierra.
—Toma... —dijo Isabella, ofreciéndome un pedazo de tela empapado con agua—. Será mejor que limpiemos esa herida antes de que se infecte.
Sonreí tímidamente y al hacerlo me dolieron todos los músculos del rostro. Isabella se sentó frente a mí y con delicadeza tomó mi antebrazo manchado de sangre y comenzó a frotar. Di un respingo, por la combinación del dolor que sentía ante su roce y por la deliciosa sensación del agua en mi piel.