Entre besos y disparos

Capítulo 23: Ellos

El negro abundaba en aquel silencioso lugar. Nada se veía, nada sobresalía. Me encontraba reclinada sobre mi espalda, completamente sola y en total silencio. Frustrada intenté moverme, pero no logré más que mover los brazos. Palpé a mi alrededor y tablas me apresaban, tablas duras.

Con terror descubrí que estaba en un ataúd. No oía a nadie, no sentía más que desesperación y terror porque me enterraran viva.

Podía sentir con total claridad la estructura de las tablas, sentía el rápido repiqueteo de mi corazón y sobre todo sentía el miedo impregnado en las palabras de auxilio que salían de mi boca. Quería despertar, despertar de una buena vez. Deseaba que de nuevo viniera aquel tipo de la noche pasada y me levantara, sólo para así poder escapar de la pesadilla. No soportaba la desesperación de estar encerrada en el escalofriante ataúd.

Todo empeoró cuando el aire comenzó a escasear…

 

—¡Luisa!

Mis ojos se abrieron acónitos. Tom me miraba entre enojado y adormecido. Sacudí mi cabeza e intencionalmente moví mis brazos para cerciorarme de que no hubiera tablas.

—¿Qué pasa? —pregunté con voz rasposa, la típica voz que te sale cuando duermes y lloras al mismo tiempo.

—Estás hablando en sueños —el chico bostezó exhibiendo su dentadura y continuó—. Cállate por favor.

Solo Tom podía combinar dos palabras completamente opuestas en una frase. Podía ser grosero y amable a la vez con su "cállate por favor".

Estornudó y no tardó en regresar a su sitio. Instintivamente, ladeé mi cabeza hacia las rendijas de las ventanas. Aún era de noche. ¿Qué hora sería? ¿Qué día era? ¿el quinto o el sexto?

Sentía mi cabeza pesada, tensa y adolorida por haber dormido tanto. Eso era lo que había estado haciendo desde la muerte de... de Sara ¡Dios, era tan difícil darla por muerta!

Allison ahora estaba siendo cuidada por Isabella, porque yo no podía. Unas lágrimas se derramaron al recordar a Sara. Mi corazón se desgarraba al pensar en Chris. Ni siquiera lo conocía, pero desde ya sentía un tremendo afecto por él ¿Cómo se tomaría la noticia? ¿alguna vez… él se enteraría? ¿o la buscaría por siempre sin conocer que Sara ya no existía?

¿Y si todos, al final, moríamos? Porque, sinceramente, como iban las cosas ese sería nuestro final. Y no por manos de los secuestradores. Nuestras vidas acabarían siendo arrebatadas tarde o temprano por el hambre, la sed o la misma neumonía.

Sara fue la luz guía. Todos la respetábamos porque ella había permanecido por más tiempo encerrada y por lo tanto había sufrido más. Si alguien tenía dudas sobre algo o perdía la esperanza, con solo mirar la fe en los ojos de Sara inmediatamente volvía a nacer las ganas de vivir. Sara daba esperanza y ahora, que no estaba; nuestra fuente de esperanza se había esfumado también.

Cada persona en esa bodega tenía sueños, aspiraciones, temores y por supuesto una familia. Una familia que estarían forrando la ciudad entera con panfletos de sus rostros, una familia que dejarían sus necesidades a un lado para imponer la búsqueda, una familia que no se cansaba de esperar su regreso.

Las ráfagas de viento helado llegaron y envolvieron a todos. En secuencia, cada uno fue temblando y acurrucándose. El frío me envolvió y decidí que lo mejor sería sentarme y arrimarme a mi propio cuerpo en busca de un poco de calor. Y así lo hice.

Quedé sentada con mis rodillas a la altura de mi pecho. Agradecí llevar zapatos cómodos y abrigadores. Tenía la impresión de que el día cuando fui secuestrada, me hubiera vestido justo para la ocasión. La idea me dio cierto grado de miedo.

La luna brillaba exuberante, regalándonos rayitos débiles pero necesarios que atravesaban las ventanas cubiertas. Todo estaba en silencio, bueno casi en silencio, tan solo se escucha las respiraciones y algún que otro ronquido. Yo era la única despierta en ese momento. Me peiné el cabello con los dedos. En ocasiones se me escapa una que otra mueca de dolor. Aún tenía las marcas de la hebilla en mi piel y el dolor se sentía igual de intenso por lo que decidí acostarme. El frío del suelo aliviaba un poco el ardor.

El sonido de una lata al caer no me sorprendió, hizo un eco que se escuchó claramente. Perezosamente miré en busca de la lata, pero no la vi hasta que rodó hacia el haz de luz de luna que alumbraba un punto en el suelo. Estaba acostumbrada a que cosas viejas y cacharros como esos cayeran, ocurría todo el tiempo.

Pude escuchar el caer de una segunda lata en algún lugar de la bodega, pero por más acostumbrada que estuviera al sonido de cosas cayendo, no estaba preparada para lo que venía.

De la primera lata que cayó, comenzó a fugarse un humo verde a gran velocidad. La segunda lata no tardó en imitar a la primera, donde quiera que estaba. Sólo escuchaba el humo saliendo de ella.

Lo primero que pensé fue “¡Bomba lacrimógena!”.

—¡Arnold, Isabella! ¡Despierten! 

Los sacudí tan fuerte como pude y al ver que reaccionaban, continué con los demás.

—¡¿Qué está pasando?!

Tom entró en pánico. Salió corriendo hacia la puerta doble para golpearla.




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