—¿Alfredo?
—Andando —gruñó.
Con un tosco movimiento me arrebató el cubrebocas de la mano. Levantó el casco, volviendo a cubrir su cara totalmente. Creo que lo miraba demasiado y con clara sorpresa. Eso no le gustó. Suspiró pesadamente y me tomó de la muñeca para arrastrarme por los pasillos. Cada paso me sacaba gemidos de dolor. Mi cuerpo estaba al límite de sus fuerzas.
Le hice una pregunta, pero por el bullicio él no me escuchó. Todos a mi alrededor gritaban. Con mi visión periférica lograba ver a más hombres de negro peleando o disparando y en uno de los cuartos pude ver llamas que indicaba la presencia de un incendio.
—¿Qué…? ¿cómo…? ¿cómo nos encontraron? —el Teniente permaneció en silencio— ¿A dónde vamos?
Nos detuvimos en lo que parecía ser un sótano. Además del humo verde que trajeron las bombas, también comenzaba a abundar el humo proveniente del incendio. Tosí y tosí hasta que el pecho me dolió.
De repente, vi a Allison correr por un pasillo. Estaba segura de haber visto una melena rubia pasar rápidamente.
—¿Allison? —caminé hacia el pasillo— ¡Allison!
No lo pensé demasiado, corrí hacia ella. Doblé en una esquina y mi pie resbaló. El suelo estaba cubierto de sangre.
No tuve mucho tiempo para procesarlo, porque un fuerte halón hizo que retrocediera. Un segundo después se escuchó un disparo cerca de donde había estado hace poco. Alfredo me empujó hasta que mi cuerpo chocó con una rasposa pared.
—¡¿Qué haces?! —gritó furioso.
—Allison… ella…
—Olvídate de los demás, ellos están bien.
Parpadeé. El humo había aumentado.
—¿Qué haces aquí? —murmuré con temor— ¿cómo… cómo saldremos de este lugar?
De pronto noté algo que había pasado desapercibido. Su uniforme. No vestía cómo un militar. Su uniforme negro lo cubría entero, lo único que resaltaba era unas siglas amarillas en su pecho.
—¿Por qué…?
—Escucha Luisa, diré esto sólo una vez —espetó con voz dura—. Tengo un único propósito esta noche: sacarte de aquí. Sería de mucha ayuda que permanecieras callada y que me obedezcas. Sé que tienes muchas preguntas, pero este no es el momento de hacerlas. Hay un montón de cosas más que no entiendes y tampoco deberían importarte, ¡así que quédate cerca! No tengo ganas de que suene una alarma y te vuelen los sesos.
Iba a decir algo más, pero una voz proveniente de su radio lo distrajo. Permanecí quieta, observando cómo Alfredo hablaba con alguien que sonaba intranquilo y a la vez exigente. Le dijo dónde estábamos y luego la comunicación entre ellos se acabó.
Poco a poco fui resbalando por la pared hasta que terminé sentada en el suelo. Abracé mis piernas, temblando con cada disparo que retumbaba por el lugar. El techo temblaba y soltaba polvillos cuando corrían. No sabía qué ocurría, pero estaba demasiado asustada para averiguarlo.
El sonido de unos pasos apresurados se escuchó por sobre todo el alboroto. Supuse que si lograba escucharlo era porque ese alguien corría demasiado cerca de nosotros. No tardó mucho en llegar otro hombre a donde nos encontrábamos Alfredo y yo.
—Ve con Christian y ayúdalo. No la ha encontrado aún. El Heli esperará —dijo el recién llegado, dando órdenes y moviéndose por el reducido espacio—. ¿En dónde está?
Alfredo me señaló con un movimiento de su barbilla. En cuanto me vio, el segundo tipo se acercó a mí con dos de sus grandes pasos.
A pesar de que llevaba también un casco, yo no le quitaba la mirada de donde estarían sus ojos. A medida que se acercaba y se arrodillaba frente a mí, esperaba con ansías ver de nuevo mi reflejo en su visor. Estaba irreconocible, demasiado delgada con pequeños rasguños que no recordaba ni cuándo ni cómo se hicieron. Pero lo más impactante era ver el pavor en mis ojos, el terror vivo en ellos. Lucía como un animal asustado y muy maltratado.
Había estado tan absorta por mi reflejo que por poco no notaba que el hombre, con recelo y cuidado, me colocaba una mascarilla idéntica a la que él mismo cargaba.
—¿Mejor?
Tomé una respiración profunda que se sintió como el mayor placer del planeta. Podía respirar, el aire se limpiaba con ayuda de la mascarilla.
—Sí… —respondí, aun dando inhalaciones profundas.
—¿Puedes caminar?
Asentí.
Me ayudó a incorporarme, pero antes de marcharnos de ahí lo retuve por un segundo.
—Hay… hay una niña… —dije mientras señalaba el pasillo— Allison, hay que ir por ella.
—Ella está bien —aseguró, empujándome para que comenzara a avanzar—. Está con nosotros.
—¿Nos… nos sacarán de aquí?
—Te juro que sí.
Tambaleando, caminé con él. Salimos del pequeño sótano y tomamos otro largo pasillo atestado de humo. Mi debilitado pie tropezó con el otro, haciéndome perder el equilibrio. En un segundo estaba viendo la pared y al siguiente mi cara se dirigía al suelo. La rápida acción de mi acompañante evitó que me golpeara de bruces contra el raposo suelo. Agarró fuertemente mi cintura con un solo brazo, deteniéndome de mi caída.