Entre besos y disparos

Capítulo 25: Una verdad a medias es una mentira completa

—¿Es realmente necesario que tenga atada las manos?

—Sé que no querías que le pusiéramos los medios de sujeción Max, pero no podemos correr el riesgo de que despierte, se arranque las vías y huya de aquí.

—No lo hará, hablaré con ella. Yo la controlaré.

—¿Así como la controlaste en el helicóptero?

Hum

—¡Silencio!

—Está despertando.

—Mariela prepara el sedante por…

—¡No más drogas!

Abrí los ojos y los cerré de nuevo al quedar cegada por una brillante luz. El dolor de cabeza y el extraño sueño aún me tenían muy confundida. No estaba segura de dónde estaba ni qué había pasado, si seguía siendo un ave o eso era parte del sueño.

Lo que sí reconocía era el estado de mi cuerpo. Me dolía todo y moría de sed. De nuevo. Justo cómo me había sentido cuando desperté en la fábrica.

Moví la cabeza al escuchar a alguien susurrar y en el movimiento un mechón de cabello cayó justo en medio de mis ojos, tapando a medias la visión de las tres siluetas a pie de mi cama. Quise levantar una mano para apartar el mechón, pero no pude. Estaba atada. De nuevo.

Lo intenté una vez más. Hice una mueca al sentir un pinchazo de dolor en mi mano izquierda.

—No hagas eso.

Volteé bruscamente la cabeza hacia quien hablaba. Ahí estaba Max, resaltando con su uniforme negro entre los dos médicos de blanco. Me observaba atento, esperando cualquiera reacción de mi parte y preparado para responder. Acercó su mano y retiró el mechón de mi cara.

Separé los labios para formular la primera de las muchas preguntas que tenía para él, pero el médico de cabello canoso se adelantó.

—Hola Luisa, soy el doctor Dubrow y mi colega es la enfermera…

Hablaba extraño, como si tuviera una uva metida en la garganta; pero a pesar de aquello, le entendía su español perfectamente articulado.

Continuó hablando y hablando, sin embargo, yo no podía apartar la mirada de Max. Con cada segundo que permanecía observándolo, era una cuchillada más. Era masoquista. Se sentía como si estuviera manteniendo mi mano en la hornilla encendida. Aguantando el dolor y sin hacer nada por detenerlo.

—¿Luisa? —llamó— ¿Se encuentra bien?

Estaba alarmado por mi repentino llanto. El dolor de la quemadura era tanta que comencé a llorar. La visión de Max se tornó borrosa.

—Esto-oy bien… —una vez más intenté usar mi mano para limpiarme la nariz— ¿Por-por qué…? ¿por qué estoy atada otra vez?

—Precaución. No queremos que se lastime a usted misma o alguien más —dijo la enfermera.

—Estoy bien —repetí. Me aclaré la garganta—. Me duelen las muñecas ¿pueden desatarme ya?

—¿Tiene idea de dónde se encuentra Luisa? —negué y la cefalea empeoró— Está en las instalaciones de…

—Terry déjame esa parte a mí —intervino Max—. Déjanos a solas.

—No creo que sea apropiado que…

—No pedí tu autorización.

Intercambiaron más palabras, pero opté por ignorarlos. Sus estridentes voces empeoraban el dolor de mi cabeza. Así que, con un poco de miedo, decidí explorar el lugar. Si no me decían ya dónde demonios me encontraba, yo lo averiguaría por mí misma.

Lo primero que vi al elevar la mirada fue una lona color ámbar similar a la de tiendas de acampar. Se elevaba y descendía con el viento. Recorrí la enorme estancia lentamente desde mi lado izquierdo. Seguí mi brazo y me detuve en mi mano. Con razón me había dolido, la aguja que reposaba en el dorso de mi delgada mano no era nada amable con mi piel. A mi lado había una pequeña mesa de metal con una bandeja del mismo material lleno de instrumentos quirúrgicos, jeringuillas y junto a ella hallé el suero conectado a mi cuerpo.

No estaba sola ahí, había otras tres camillas. Una con un hombre al cual no reconocí, pero sentí pena por él al ver su estado. Estaba lleno de golpes y estaba conectado al doble de máquinas que yo. En la otra camilla estaba una mujer de espaldas, parecía que dormía, y en la última camilla estaba ¡Arnold!

Abrí más los ojos al reconocerlo. Mi corazón palpitó más rápido.

Sentado en el borde de su camilla, estaba siendo atendido por una enfermera. Arnold volteó a mirarme con una sonrisa tranquila. No dudó en saludarme con un gracioso movimiento de su mano. Lucía muchísimo mejor, estaba aseado y con nueva ropa. No pude hablar, pero la preocupación en mis ojos le decía todo a Arnold. Él respondió con un asentimiento, diciéndome que todo estaba en orden y que los demás estaban bien.

Se escucharon pasos. El médico y la enfermera se retiraban sin decir una palabra más. En cuanto atravesaron la lona, Max se acercó a mí. Desató mis manos manteniéndose en silencio y optó por sentarse a un lado de mi camilla, un poco lejos de mí.

Su uniforme estaba descocido en su hombro y sucio en muchas partes. Su cara parecía jamás dejar aquella expresión de cansancio y fatiga. Mis ojos picaron, amenazando con un nuevo episodio de llanto.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.