Entre besos y disparos

Capítulo 27: La verdad, aunque severa es amiga verdadera

¿Qué irónico no? Uno desea escuchar la verdad, pero llegado el momento uno tiembla y prefiere refugiarse en la mentira.

En menos de un mes, había visto cosas... Cosas repugnantes y horrendas. Había descubierto que el hombre que me gustaba era un perfecto mentiroso. ¡Dios sabrá qué otras cosas faltaban por descubrir!

Ahí estaba, plantada con la más fría expresión en mi rostro encarando a quién una vez fue merecedor de mis pensamientos, de mis primeros besos, de mi preciado tiempo... ¡Le había dado tanto! ¿Y él? ¡Apenas me había dado una pequeña pizca de su vida y de paso esa pizca era una total mentira!

Semanas atrás, cuando mi vida llevaba su rutina monótona había llegado a confiar ciegamente en él. Aunque ahora ese ciegamente lo cambiaría por un tontamente. Yo…

Yo estaba enamorada. Había creído en el amor. Hoy ya no sabía qué pensar. ¿Por qué lo había hecho? ¿enamorarme era parte de algún plan? ¿Qué quería de mí?

Mi cuerpo era un templo donde se alojaban miles de sentimientos, todos alborotados y volando de un lado a otro. La angustia estaba presente, al igual que la rabia. El pánico, la cólera, el arrepentimiento... La desesperación, la desconfianza, la ira, el odio... El dolor.

Dolor, sobre todo.

Todos estos sentimientos, para nada buenos, dominaban mi cuerpo y ninguno de ellos se fijaba como central en mi mente. Y es eso, eso, que me mantiene fija e inexpresiva frente a Max. En mi mente reina la nada. No podía decir que estaba arrepentida porque al segundo siguiente me sentía dolida, y sucesivamente los sentimientos cambiaban como si alguien hubiera estado jugando con la configuración de mi cerebro y dejara activado la opción aleatoria.

Podría jurar que todos esos sentimientos se reflejaban en mi cara, pero él… su cara lucía como un pizarrón vacío, sin sentimientos ni nada de emoción. Sus ojos podrían haberme ayudado a descifrar su estado si no hubieran estado fijos en el rasposo suelo. Olvidamos todo acerca del problema que habíamos dejado kilómetros atrás. Olvidó la guardia que hacía hace minutos, olvidó que estábamos en algún punto geográfico de Rusia siendo buscados por gente demente.

Éramos dos estatuas presas de la realidad, esperando la reacción del otro.

—Te diré todo —confesó con tono de súplica. Jamás lo había escuchado hablar con ese tono de voz —. Te prometo. No, te juro que... que te lo diré absolutamente todo, pero —sus ojos finalmente se toparon con los míos— te ruego que por un momento confíes en mí y me dejes sacarte de aquí.

—¡No! Ahora mismo quiero que...

—Nos pueden encontrar y si lo hacen nos irá muy, muy mal —su cara se contrajo en una mueca de desagrado debido a sus pensamientos—. Ven conmigo por favor. No lo repetiré dos veces.

Me tomó unos segundos y una reprimenda interna llegar a la conclusión de que él tenía razón. Debíamos correr, correr lo más rápido, pero no estaba completamente segura. Las estúpidas dudas me impedían pensar con claridad.

Por fuera de mi cuerpo, me había convencido a mí misma que mi confianza en Max era nula; pero por dentro, estaba consciente que eso no era verdad o en parte no lo era. Max no fue sincero conmigo, me ocultó cosas y prácticamente me trajo a este infierno. Estas razones eran suficientes para que alguien desconfiara de él. Sin embargo, ahora él estaba aquí ayudándome y protegiéndome.

“¿Qué debo hacer?”

Max esperaba por una respuesta y yo anhelaba una decisión. Era más que claro que mi única salida de ese lugar era con él. No tenía más opción. Tomé la mano que me tendía y nos pusimos de pie.

***

Mis piernas temblaron haciendo que mis rodillas chocaran entre sí segundos antes de dejarme caer. Puse mis manos a tiempo para evitar que mi cara se golpeara con las piedrecillas, pero mis manos no tuvieron suerte. Se lastimaron aún más.

Hubiera soltado un tremendo insulto de no ser porque tenía la garganta y la boca seca, además de que mis pulmones trabajaban el doble por respirar.

Esto era agobiante. Verte obligado a correr y seguir corriendo sin descanso, siendo perseguido por hombres que sólo querían adornarte con una bala entre las cejas era un suceso nada bueno para recordar.

Ya que estaba en el suelo, aproveché para descansar un poco. Miré alrededor tratando de entender el lugar donde estaba, resultaba más fácil ahora con la luz de la luna. Me senté, limpiando mis manos en mi pantalón.

El cielo estaba hermoso, de un azul oscurísimo iluminado con pequeños destellos blancos; similar a que derramaras un frasco de escarcha blanca en el cielo. La luna estaba increíblemente cerca, tan grande y brillante que toda la pradera quedaba cubierta por una manta de luz plateada.

Entretuve mi cerebro con el paisaje en un intento de no pensar en quienes nos perseguían o ignorar el inminente desmayo que mi cuerpo anhelaba.

A nuestro alrededor se levantaban pequeños arbustos de gran espesor, árboles altos cuyas ramas eran muy delgadas y las hojas sólo se hallaban en el pico. El suelo era el gran problema, lleno de piedras y desniveles. Con el pasar del tiempo, perdí la cuenta de cuantas veces había tropezado. Max quería ayudarme a incorporarme, pero cuando me percataba de sus intenciones me paraba rápidamente y lo evitaba, dejándolo con las manos extendidas. Una vez de pie, caminaba rodeándolo e ignorándolo como a una sombra cualquiera.




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