Entre besos y disparos

Capítulo 28: Michael Morell

“Entonces ¿él me quiere en verdad?”

No le di más vueltas a ese pensamiento. Ni siquiera rememoré sus últimas palabras en mi mente. Así que lo ignoré. Ignoré todo, sus palabras y el acelerado palpitar de mi corazón al escucharlo.

—Así que Lombardo —asintió. Medio sonreí cuando recordé lo que había pensado la primera vez que escuché su apellido— Tallarines Lombardo… —escuché su corta risa.

—A Alfredo le gustará escuchar eso —dicho esto volvió a reír. Sonaba más tranquilo.

—¡Alfredo! —dije sobresaltada al recordar— Él… ¡él también es un…!

—Un agente, así es.

—Él fue quien me encontró…

—Y le quedaré muy agradecido por eso.

Mi mirada se topó con la suya. Aparté la mía de inmediato.

—Entonces —me aclaré la garganta— ¿Todo era… mentira? —dije con asombro— ¿Todos los… militares eran…?

—No, no. Es una verdadera base militar, legalmente constituida, pero funciona también como sede de la ASN. Nosotros nos asentamos bajo tierra, operando y trabajando ocultos bajo la fachada de esa base. El gobierno permitió nuestra unión para desviar la atención de personas... como las que te secuestraron.

—¿Todos ahí son espías como tú?

—No todos. Algunos reclutas, algunos tenientes como la Teniente Córdova, los mayores que conociste pertenecían realmente a la vida militar y otros, ocultos con el uniforme de camuflaje, eran agentes burócratas y agentes operativos.

Entonces... los espías caminaban por los pasillos de la base, camuflándose, actuando como verdaderos militares. La terrible Teniente Córdova no pertenecía a este nuevo mundo de espionaje y ¿Qué tal Fernando? El agradable chico que conocí junto a Kitana ¿Él era una agente del ASN?

Al pensar en Fernando automáticamente recordé la charla sobre el corte militar. Llevé mis ojos a la cabellera de Max encontrando la explicación a por qué él llevaba un peinado distinto. Al no ser militar no tenía que seguir sus normas.

—Pero ¿Las personas no se daban cuenta de que había algo distinto con esa base?

—Por esa razón la construyeron a las afueras de la ciudad, alejado de cualquier entidad, inspector o civil que pudiera darse cuenta.

Vaya...

—La base nunca aceptaba que instituciones educativas fueran de visita, tampoco organizaban ferias ni participaban en eventos benéficos. Se evitaba todo eso con el propósito de mantener en secreto nuestra alianza, no queríamos que ningún extraño entrara. Pero desde hace diez años los colegios, las universidades y hasta un Teniente coronel canadiense comenzaron a presionar al Director de la base para que les permitieran una visita guiada, pues los rumores de lo maravilloso que eran nuestras instalaciones llegaron a oídos de los Generales de otras bases.

Sus palabras encajaban con la conversación que tuvimos en el comedor hace mucho tiempo. Recordé la mesa y a todos nosotros sentados. Recordaba perfectamente que Fernando mencionó algo sobre que mi universidad era la primera en ingresar.

—¿Entonces por qué mi universidad fue aceptada? 

—Al gobierno no le gustó que la base se diferenciara de las otras. Habló con el director de la base y acordaron en mantener las apariencias lo más real posible y comenzamos a aceptar a instituciones educativas, no sin antes investigarlas claro. Tu universidad era como cualquier otra y no se encontró impedimento para que ingresara. Aunque no contábamos con que vinieran tantas veces.

Sonrió apenas. Escuchar a Max hablar acerca de los días en que yo moría por ir a la base, me trajo recuerdos y sensaciones agradables. La Luisa sonrojada y nerviosa que viajaba en el autobús evitando las miradas curiosas de los compañeros, parecía haber muerto.

Levanté la cabeza y encontré a un Max un poco más animado. Ambos permanecimos sumidos en nuestros propios recuerdos.

—¿Quién era esa mujer qué te llamó cuando estábamos en el campamento?

—Evelissa. Ella es la subdirectora de la ASN.

Bostecé y al terminar mis dientes castañearon. Tantas preguntas, pero poca energía.

—¿Quieres dormir ya? —preguntó amablemente.

Bostecé ruidosamente, al segundo siguiente me quejé por el dolor en mis costillas. Me incorporé llevando mis manos a mi tronco. Comencé a masajearme el lugar donde nacía el dolor. Ahora que había estado en reposo, el dolor había aumentado.

—Déjame ayudarte —a pasos lentos y cautelosos se acercó a mí llevando un bolso blanco en una de sus manos—. No estoy en condiciones de pedirte algo, por lo que ha sucedido debido a mí, pero... Por favor.

—No es nada.

Estúpidamente y sin ningún motivo aparente comencé a llorar. No podía contenerme, todo lo que me dice, todo lo que he visto, todo lo que me han hecho se materializa en forma de lágrimas. Me veo superada por la situación, todo... todo es...

—Luisa...

—No, no… —gemí, haciendo débiles movimientos con mi mano para alejarlo— Estoy bien, en serio.

Pues no me hizo caso. Se acercó lo suficiente hasta quedar cerca de mí. Lo tenía peligrosamente cerca que podía sentir su respiración en mi rostro. Max me observaba, esperando mi permiso para acercarse. Asentí un poco y aunque no quería admitirlo, sentía una enorme necesidad de que me abrazara.




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