Entre besos y disparos

Capítulo 29: El monstruo

Una vez más el viento helado me hizo temblar. Todo mi cuerpo se estremeció violentamente y en un acto reflejo, pasé las manos por mis brazos teniendo en cuenta siempre el delicado estado de mi mano. Ya no me dolía, solo sentía un extraño estiramiento de la piel en esa zona cuando hacía algún movimiento.

Nuestras bocas permanecían cerradas, tan solo el silencio era interrumpido por el sonar del viento y el frotar de mis manos contra mi cuerpo.

Se podría considerar que ése era el ambiente perfecto para una charla pasiva y seria que era lo justo que Max y yo necesitábamos. Quería ser capaz de meterme en su complicada cabeza y de una vez por todas saber cómo se sentía, qué estaba pensando.

“Me quiere… Max ha dicho que me quiere realmente…”

¡No, No!

Cerré mis ojos. Una sacudida de cabeza bastó para disipar esos pensamientos. Mantener a raya los sentimientos era lo mejor que podía hacer en ese momento.

No tenía pensamientos coherentes al juntar las palabras "Max" y "espía". Aún esperaba que de entre los arbustos salieran varios hombres con cámaras de televisión y un presentador atractivo con cabello brillante y dientes blancos que se me acercara y gritara: "¡Has caído!" y ver a Max reírse de la broma...

Debajo del manto negro de la noche y con la mirada preocupada de Max decidí separar, por primera vez, la lógica y el amor. Desde que lo había conocido, estos dos habían estado mezclados haciendo que llevara mi vida en base a esta peligrosa mezcla. Desde este momento, lógica a la cabeza, amor al corazón. No juntos, nunca más.

Ahora era tiempo de lógica.

Y como era lógico, tenía que saber qué pasaría ahora, a dónde iríamos y cómo saldríamos de ese lugar.

Remojé mis labios con saliva, humedeciéndolos antes de hablar.  Giré levemente mi cabeza y me topé con sus ojos ya mirándome fijamente. Su cara finalmente daba una pista de su estado. Parecía estar tan tranquilo como la noche. Sus ojos, su boca, su entrecejo... estaban calmados, sin tensión evidente. Los castaños ojos de mi acompañante reflejaban un poco de angustia y... ¿Pena? No lo podía asegurar. Empezaba a creer que Max sabía acerca de mi habilidad para interpretar su mirada ya que la desvió para evitar que yo la leyera.

—Luisa...

Me puse de pie, con mis brazos colgando a cada lado de mi cuerpo sin saber qué hacer. La forma como Max pronunció mi nombre llamó mi atención. Hizo que olvidase de mi desorden emocional sólo para escucharlo. Max no sonaba nada bien...

Apreté mis labios conteniendo las lágrimas. Mis sentimientos, que segundos atrás los había guardado, afloraron libremente como si alguien abriera la imaginaria jaula en que los contenía. ¡Qué gran labor había hecho al mantenerlos a raya! Sentía ganas de llorar, de gritar y maldecir a los cuatro vientos por todo lo que estaba pasando.

Mientras me dejaba llevar por mis pensamientos, la mano de mi acompañante sostuvo la mía haciéndome entender. Max era la llave para abrir esa jaula de sentimientos.

—Luisa.

Sostuvo mi muñeca y con suavidad haló de ella para hacerme girar y quedar frente a él. Mantuve mi rostro inexpresivo, era mejor así. Debía bloquear mis sentimientos, debía hacerlo para pensar con claridad y sin interrupción de ellos.

—¿Cómo saldremos de aquí? —tuve que usar toda la energía de mi cuerpo para que mi voz sonara tranquila.

El entrecejo de Max se arrugó levemente. Él no esperaba que dijera eso.

—Ya lo tengo resuelto —hizo una pausa de unos segundos aun sosteniendo mi muñeca—. Luisa tengo que hablarte de esto. Ahora, no puedo seguir conteniéndolo. Esto me está carcomiendo.

Bajó la mirada dirigiéndola a mi mano. Por como lo escuchaba hablar, parecía que lo que me quería decir representaba un peso para él.

—Lo siento.

—Mira Max...

—Sólo... déjame hablar —solté un suspiro—. No te haces una idea de cuánto lo siento. Perdóname por haberte ocultado lo de mi profesión, lamento que te haya pasado esto. Quisiera haber hecho las cosas diferente.

La sinceridad con la que hablaba era abrumadora ¡Cuántas veces no había deseado que Max me hablara así! Parecía realmente arrepentido.

Luego del intercambio de palabras, pasaron minutos de silencio. Yo me concentré en relajar mi adolorido cuerpo, mientras que Max buscaba algo en la enorme maleta negra que trajo consigo. Escuché la tierra moverse y en un momento él se acercó y se detuvo a unos cortos pasos de mí.

Escuché el sonido de zippers. Max se quitó el chaleco de su torso, ofreciéndomelo.

—Póntelo.

Miré detenidamente el chaleco antibalas para luego mirar su pecho.

—Tú no tienes otro.

—Póntelo Luisa.

—No.

Comencé a caminar con la intención de rodearlo y dejarlo solo, pero Max fue rápido en dar un paso a un lado y bloquearme el camino.

—¡Póntelo! —ordenó y su voz dura me templó los huesos— Lo siento.

Sin esperar mi respuesta, me colocó el chaleco pasándolo sobre mi cabeza y ajustando las correas a los lados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.