Entre besos y disparos

Capítulo 30: La duda tortura

La resonancia del disparo recorrió todo el bosque silenciando a los animales, dejando puerta abierta al silencio. El sonido me paralizó de pies a cabeza. Quedó grabado en mi memoria al igual que las imágenes en mis retinas.

Max había… Él lo…  Max lo había matado.

No le tembló la mano al momento de acercar el arma y disparar. Ningún sentimiento de misericordia cruzó por su ser al ver cómo el cuerpo del tipo se convulsionaba a causa del disparo hasta finalmente ceder ante la muerte.

Mis pies se desconectaron de mí. Mis ojos, masoquistas, continuaron mirando al cuerpo del tipo. Mi labio inferior tembló a causa del grito de pánico atrapado. No podía creer que Max pudiera ser así de... de pérfido. En mi mente existía un Max despiadado y sin corazón.

—¿Qué hiciste? —pregunté en un jadeo de horror.

¿Por qué tuvo que matarlo? ¡El tipo estaba inconsciente! bien podíamos haber huido, sin embargo, Max... Max lo mató...

—Vámonos.

El tono de Max me descolocó. Era frío, distante, sin alma... Como si no fuera él.

Mi asustado cuerpo reaccionó ante sus palabras. Inconscientemente retrocedí cuatro pasos hasta chocar mi espalda con un árbol. Un sentimiento creció en mi interior. Una corriente que inició en mi estómago y fue creciendo hasta alojarse en mi mente.

Conocía ese sentimiento. Era miedo, le temía a Max.

—¿Qué has hecho?

El efecto que deseé darle a mis palabras no estuvo, al contrario; éstas salieron de mi boca con un tono asustado, inseguro y dudoso.

Max, quien había comenzado a caminar en dirección contraria al cuerpo, se detuvo al oírme. Quería verle. Quería ver sus ojos y comprobar que aún quedaba algo del viejo Max y no del monstruo que lo había poseído. Tan sólo le veía la espalda, tensa y con su pie un poco levantado, a punto de dar un paso.

Dio media vuelta a una velocidad sumamente lenta y angustiante. Centró sus endemoniados ojos en mí. Mi cuerpo se estremeció. Nunca Max me había mirado de esa manera.

—Vámonos —repitió.

—Lo mataste…

Más lágrimas cayeron al decir esto, pero no era por la muerte del tipo en sí. Lloraba por la muerte del Max al que creía conocía.

—¡Quería hacerte daño! —bramó ofuscado, levantando su mano en dirección al muerto. De tres largas zancadas, llegó a mí— Iba a encerrarte en otra fábrica de mierda ¡Y luego iba a matarte! ¿comprendes eso Luisa? ¿lo entiendes? ¡Esto no es un maldito juego de niños! —su nariz resonó por el largo suspiro que soltó— ¿Qué esperabas que hiciera?

Miré sus ojos encontrando desilusión, como si mi pregunta fuera una mera estupidez y haberlo matado fuera lo más obvio y natural. Mi mirada se distrajo con un líquido que manchaba su uniforme, justo a nivel de su pecho. Seguí el camino. Aquel líquido también estaba en su hombro, en su cuello, en su mejilla...

¡Era sangre! Sangre que emanaba de su ceja izquierda ¡Estaba herido!

Una diminuta parte de mí deseaba olvidarse de todo y ayudar a Max. Cuidarlo como él lo había hecho conmigo, pero mi recelo era tan grande que anulaba toda intención de tocarlo.

—¡Estaba inconsciente! No tenías por qué matarlo.

Decidió no contestar y sólo sostenerme la mirada. Hice lo mismo, mirándolo con esfuerzo ya que la sangre en su cara me ponía inquieta. Realmente esperaba que Max se doblegara y dejara salir al que había conocido, pero fue en vano. Max anuló su rostro, volvió a ocultar sus emociones.

—Tenías que verme así... —susurró con voz contenida— Ven.

No me moví, estaba demasiado intimidada por él como para mover un músculo. Abrí y cerré mis puños, esperando. Tragué saliva, provocando un gran ardor en toda mi garganta.

—Debía morir.

Usó esas dos palabras como una excusa para lo que había hecho. Quedé impactada ante lo que decía ¡Max no era este! ¡No lo era! No podía creer que usara esas palabras como una cobarde justificación.

Lo siguiente que pasó no lo vi venir. Agarró bruscamente mi brazo y haló de mí, haciéndome daño.

—¡Oye! No, no... —me sacudí hasta librarme de su agarre— ¡¿Qué haces?!

Estrechó los ojos mirándome entre confundido, enojado e impaciente. ¡Con que facilidad Max podía cambiar de humor!

—¡Vámonos!

Retrocedí asustada.

—Primero... Cálma-ate...

¡Yo tenía razón! Max estaba alterado, lo notaba por la forma cómo las aletas de su nariz se dilataban por la respiración forzada. Su mirada no era la misma, ahora era el hogar del frío y de la indiferencia.

—¡Estoy calmado! —cerré los ojos ante su grito. Luego de unos segundos de silencio, volvió a hablar— Estoy calmado… —desvió su mirada a mí— Ahora vámonos.

—No, espera…

—¡¿No?! —volví a retroceder cuando, con un movimiento rápido, acercó su cara a la mía— Bien, entonces quédate aquí en el bosque sola porque no me necesitas, por lo que veo cuidas muy bien de ti —inmediatamente agaché la cabeza, sintiéndome un perro regañado—. Te pedí una sola cosa Luisa ¡una! Y no tardas en ponerte en peligro.




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