Fue una caminata muy silenciosa y extremadamente incómoda. Lo que hubiera dado por no sentirme así…
Me sequé el sudor de la frente a la vez que tomaba fuerza, arrimada al tronco de un árbol. Cada día, el solo acto de caminar se me dificultaba más. Cada cierto tramo debía parar y tomar un poco de agua cuando la tos me atacaba. Y es que ni para tragar saliva servía, llevaba veintiún años de vida y todavía me atoraba con la desgraciada saliva.
—¿Estás bien? ¿necesitas que te cargue?
Esas eran las únicas palabras que él me dirigía. “Palabras actrices” les decía yo porque ocultaban su estado de ánimo. No podía asegurar si Max continuaba receloso por nuestra conversación o si estaba enojado. No lo sabía.
Le devolví el termo con agua y con gemidos de dolor volví al camino.
Intentaba que el tiempo se me pasara más rápido jugando. Primero me entretuve con una piedra, mi “juego” era patearla para llevarla conmigo durante la caminata; sin embargo, el juego terminó cuando la piedra se perdió por entre unas raíces. Mi siguiente distracción fue contar los pasos que daba, pero lo dejé cuando al paso número 88 comenzó a darme sueño.
Pisé una delgada rama y ésta crujió al romperse. Un segundo después Max detuvo su andar. Se quedó quieto y por ese instante pensé que el crujido de la rama había sido demasiado ruidoso como para delatar nuestra posición. Quizá nos habían encontrado o ¡La maldita rama fue demasiado! ¡debíamos correr!
—¿Qué pasa? —pregunté con miedo— ¿por qué nos detenemos?
Lo imité y permanecí inmóvil, atenta a mi alrededor y a los sonidos.
—Necesito descansar —dicho esto, volteó.
Dejó caer sus armas y luego su cuerpo cayó pesadamente produciendo un sonido sordo. Apoyó su espalda contra una roca y cerró los ojos.
Esta era la primera vez que nos deteníamos por él. Todas las veces en que descansábamos era porque mi asma atacaba y me dejaba sin aliento, por eso se me hacía difícil de creer sus palabras. Aunque, recordando todo, entiendo su cansancio. Max me cargó durante un tramo largo, además corrió y luchó. Ha recibido golpes y ha cargado con una pesada maleta llena de Dios sabe qué armas. No había dormido bien y tampoco ingerido verdadera comida.
—¿Te sientes mal? —murmuré preocupada. Continuaba en la misma posición, pisando la misma rama rota.
Abrió los ojos con pereza.
—No —señaló el suelo—. Estoy bien, siéntate y descansa.
Lentamente me agaché acompañada del ardor de mis piernas y el dolor en mi espalda. Volví a secarme el sudor. Me moría de calor, pero si me quitaba el chaleco no tardaría en morirme de frío.
Qué prueba tan dura estábamos pasando.
“¿Estábamos?... ¿Y si Max había pasado por esto antes?”
Le dirigí una mirada de soslayo. Aproveché que no estaba mirando y lo analicé.
Pues bien, el tipo tenía cuerpo. Y me refiero a un cuerpo fuerte, no a aquellos que van al gimnasio cinco días a la semana y están acostumbrados a levantar la misma cantidad de peso. Max era fuerte y estratégico. Sabía de métodos, de técnicas de pelea y sus músculos se habían preparado de manera distinta al de un obsesionado con el gym. Además, su rendimiento parecía el de un caballo. Este hombre no se cansaba, podría jurar que Max era capaz de terminar un triatlón.
¿Era necesario ser así para trabajar en el espionaje? ¿Qué buscaban las agencias en los espías? ¿Podía incluso yo ser una agente como él? Me reí, no pude evitarlo. Max debió pensar que la deshidratación estaba afectando mi cordura porque me ofreció el termo de agua otra vez.
—¿Puedo preguntarte algo? —no me contestó de inmediato, incluso pensé que se había quedado dormido— ¿Max?
—¿Qué? —contestó manteniendo sus ojos cerrados.
Entonces pregunté algo muy estúpido.
—¿Estabas dormido?
—Estaba…
—Uhy, lo siento ¡lo siento!
Regresé la mirada al suelo.
—¿Qué querías decirme?
—Nada, olvídalo. Descansa.
—Ya me has despertado —dijo reprimiendo un bostezo—. Así que dime lo que…
—Quería preguntarte algo.
—¿Qué cosa?
—Algo sobre ti… —lo miré. Su expresión se había suavizado un poco— Bueno, algo sobre tu profesión —hizo un gesto para que continuara, pero antes necesitaba de una promesa verbal—. Pero debes responder. Promete que me dirás todo, que serás como un libro abierto.
—Es difícil serlo cuando eres un agente de inteligencia externa.
—¿Es un no?
—Es un tal vez —se acomodó mejor de tal manera que su cuerpo quedó ladeado a mí.
—¿Acaso no ibas a ser sincero conmigo desde ahora?
Le miré fijamente, retándolo a incumplir su promesa.
—Hay temas que se me han prohibido hablar, pero de todas formas, ¿Cuál era la pregunta Luisa? Veamos si puedo contestarla.