Entre besos y disparos

Capítulo 32: Inquietante calma

Volví a bostezar, era la quinta vez que lo hacía. No existía nada peor que caminar por senderos polvosos después de una mala noche de sueño. No había podido dormir nada. En la madrugada fui atormentada por vívidas pesadillas. Había soñado con todo y con todos. Con los secuestradores, con mi madre e incluso con Max. Éste último fue el peor. La pesadilla había sido… ¡horrenda! Y la sentí muy, muy real.

Me estremecí y pensé en cualquier tontería con tal de alejar los recuerdos.

Levanté la mano, llevando el insípido cake a mi boca.

—¿Estamos cerca?

Max, adelantado con unos cuantos metros, giró levemente su cuerpo hacia mí. Su rostro brilló por las gotas de sudor y su respiración agitada llenaba el silencio de nuestro viaje.

—Sí —secó el sudor con su mano enguantada.

—¿Qué tan cerca?

—Cerca.

¡Agh!

—¿Cuánto falta?

—Nos demoraremos más si continuamos hablando. Vamos.

Por supuesto me mintió. No habíamos estado “cerca” porque de haberlo estado, hubiéramos dormido allá en el lago; en cambio, tuvimos que asentarnos en medio de la nada una vez más. Todo el día de caminata, mareos y dolor sólo nos sirvió para avanzar mas no para llegar al esperado lago de agua dulce.

Me dejé caer, arrepintiéndome al instante. Me había dado un buen golpe en las costillas…

—Daré una vuelta.

—¿Te vas? —el dolor quedó olvidado dando lugar para el pánico— No Max, por favor no…

—Cálmate —dijo callándome—. No me alejaré mucho, tampoco me demoraré. Quédate aquí ¿Entendido? No hagas que se repita lo…

—¡Entendí! Okey, okey me quedo aquí —refunfuñé con mala gana.

Me cubrí totalmente con la manta. Escuché solo el sonido de sus pasos alejándose entre las hojas y la tierra húmeda. Me descubrí un poco, lo necesario para echar una mirada. Estaba sola. Agudicé el oído, oyendo sus pasos, pero más alejados.

“¿Acaso no tiene miedo? ¿cómo puede arriesgarse así?”

Bueno… había recibido entrenamiento y se había preparado para esto. Era un experto en el arte de dar la mano sin que descubran el cuchillo bajo la manga. De seguro la agencia lo había moldeado para no sentir miedo. Pero era un humano, debía dudar en algunos momentos…

Suspiré y volví a cubrirme toda.

No hubo la oportunidad de que entrara de nuevo en un ataque de ansiedad, puesto que el sueño acumulado del día anterior contribuyó a que cayera dormida.

Desperté en medio de una espiral de oscuridad. Miré a todas partes como si pudiera descifrar figuras en la tiniebla. Otra vez se escuchó la voz, un llamado. Una femenina voz hacía eco en todo el lugar, mandando ondas sonoras de peticiones por ayuda. Empecé a moverme sin dudarlo.

A medida que daba cada paso, el lugar iba tomando forma. La oscuridad iba menguando, pero no desaparecía por completo. El tronco de árboles, piedras y hojas caídas aparecieron ante mis ojos.

De repente la voz gritó de nuevo, pero esta vez diciendo mi nombre. Comencé a correr, esquivando con éxito las rocas. Solo me detuve cuando dos entes aparecieron ante mí. Eran dos altas sombras, llenas de los más fieros y tétricos sentimientos. Sentí miedo y recelo, en mi corazón sentí un deja vú... Yo conocía a esas sombras al igual que ellas me conocían a mí.

Una punzada de dolor se incrustó en mi pecho. Mi mano fue a posarse sobre el sitio, como un acto reflejo por calmar la angustia de mi corazón. La voz femenina, quien había proferido alaridos de dolor segundos atrás, provenía de una mujer adulta de larga cabellera caoba. La segunda punzada no tardó en aparecer en mi pecho.

Me acerqué dos pasos, ahora sin temer ni titubear. El miedo que había sentido al principio parecía haberse reemplazado por otro sentimiento que aún no reconocía pero que tenía la certeza de haberla experimentado antes.

Los ojos almendrados de la señora estaban abnegados en lágrimas. Tirada en el suelo, con medio cuerpo ladeado, la mujer tenía la postura más indefensa y a la vez más aterrada. Mi visión de aquella mujer se vio interrumpida debido a que ésta alzó sus brazos para cubrirse la cara. Aquellas sombras de la noche le estaban golpeando.

—¡Luisa, corre!

Mi corazón brincó en su cavidad debido a los miles de punzadas que le cayeron como una lluvia de flechas.

—¡¿Ma… mamá?!

Corrí en su dirección olvidando la presencia de las sombras. Me dejé caer de rodillas a un lado de mi madre. Aunque estuviera llena de golpes, moretones y cubierta de sangre, no perdía su belleza. Sus ojos almendrados como los míos, me miraban sumidos en una calma extraordinaria y a la vez fuera de lugar ¿La habían golpeado y ella estaba en paz?

—Mamá...

No aguanté más y me quebré en llanto.

Acuné mi cabeza en su pecho y ella me acobijó de la manera cómo a mí me gustaba y en la manera como sólo ella sabía.

—Mi hermosa guerrera... —susurró en mis oídos— No sabes cuánto te he amado...




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