El rifle se balanceaba de un lado a otro, siguiendo el ritmo de los apresurados pasos de Max. Yo intentaba seguirle el ritmo también, de mover mis piernas lo más rápido que podía para estar a su nivel. Era tan claro que no podía por lo que Max terminó por agarrar mi mano y halar de mí.
Podía percibir su preocupación y la tensión en su cuerpo con solo tocar su mano. Intenté mirar su rostro, pero la noche ya había llegado y la oscuridad no me lo permitía. Nos alejamos del lago en cuestión de segundos. Volvimos a adentrarnos al bosque.
No decía nada, ni siquiera me miraba. Toda su concentración estaba puesta en su ayudante y en el camino por delante. Varias veces quise preguntarle lo que haríamos o quiénes nos estaban siguiendo, pero verlo así; metido a fondo en su papel de profesional, hizo que mi corazón se me subiera a la garganta y me impidiera hablar.
Había vuelto. La amenaza se materializó convirtiéndose en una verdad que yo misma sabía, en mi subconsciente, que era inapelable. Ellos estaban aquí. Nuestros esfuerzos fueron en vano ¿Cómo saldríamos de esta? ¡Nos habían encontrado!
—Max ¿Adónde vamos a ir?
Me sorprendió que mi voz sonara tan segura y de que no titubeara cuando por dentro mis nervios eran lo único presente.
—A las laderas.
Ir a las laderas me parece una idea suicida, nos encontrarían más rápido. Si nos quedábamos en el bosque, estaríamos cubiertos por el espesor de los árboles.
—¿Recuerdas la posición que te enseñé? —asentí nerviosa—. La usarás, así que prepárate.
“¿Cómo puede estar tan calmado?”.
—¿Por qué vamos a las laderas? ¿Qué está pasando? —dije entre jadeos. Habíamos comenzado a andar más rápido.
—Hay un avión de combate sobre nosotros...
—¡¿Un avión de combate?!
—Ha estado aquí hace unas dos horas, o quizás más; no tengo idea... No sé cuál fue la manera cómo nos encontraron, pero debemos hallar la forma de derribarlo.
—¡¿Quieres derribarlo?¡ ¿Cómo pretendes hacer eso con un avión? ¡un avión!
Mi respiración se alteró e imágenes del caos que viví al salir de la fábrica, invadieron mi cabeza. Por un segundo pareció que volví a eso, a la fábrica.
—Puedo hacerlo —contestó serio.
—Pero… bueno, está bien… y… si logramos correr hasta las laderas ¿Qué haríamos? No tenemos transporte, ellos sí ¡Tienen aviones de combate! No tenemos ayuda ni tus compañeros están cerca, en cambio, ellos de seguro tienen cientos de personas que…
—¡Ya, basta! —gritó, poniendo fin a mi monólogo de terror. Se detuvo y yo también— No hay discusión. Necesito estar a una altura donde pueda dispararles una flecha a los pilotos de las naves. Se estrellará y nos libraremos del radar de la nave y seremos invisible.
Le miré boquiabierta sin entender su idea.
¿Dispararles a los pilotos? Quiere decir que... ¿Intentará disparar una flecha a un artilugio metálico que vuela a una velocidad de infarto y que, además, los pilotos están protegidos por una cápsula de vidrio impenetrable que soporta la fuerza del viento?
—¿Cómo piensas ha...?
Se me pasó por alto el hecho de que Max era un espía, uno de esos que realizaban hazañas imposibles de imaginar. No lo conocía a fondo en su faceta de arquero y lo estaba subestimando; quizás para él, soltar una flecha a un avión en pleno vuelo y de noche, no era tan difícil.
Alzó las cejas incitándome a continuar con mi pregunta.
—Estamos solos —susurré—. No tenemos trasporte y… y… ¡quieres dispararle a un avión! ¿cómo lo harás? ¡yo no soy de gran ayuda! No sé nada sobre pelear, es como si estuvieras solo. Tenemos todas las posibilidades a nuestra contra Max.
—Cuando las posibilidades no están a tu favor, haz que lo estén.
—¿Qué?
—Ian Fleming lo dijo —repuso completamente en calma.
—¡¿Y a mí qué me importa ese tal Fleming?! ¡No quiero morir!
—No moriremos.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—He hecho esto cientos de veces. Fui entrenado para esta situación, sobreviviremos. Confía en mí.
—No… no sobreviviremos —ya comenzaba a gemir. Mis ojos se humedecieron, derramando mi miedo en forma de lágrimas—. Sara dijo lo mismo ¡y murió! Murió… y… —no pude continuar. El llanto había ganado dominio sobre mi cuerpo.
El bosque ya no era tan silencioso debido a mis sollozos. Me llevé las manos a la boca en un bobo intento por callarme. Estaba llorando y generando ruido que podría hacer que nos encontraran más rápido.
—Cálmate.
—No-o puedo-do… ¡no puedo! —mala idea. Al hablar sollocé más.
—Luisa te necesito concentrada, mírame —lo hice. Ver su cara tranquila no sirvió de mucho para apaciguar mi crisis—. Sé que estás asustada, es normal; pero…
—¡Estoy más que asustada! No hagamos esto Max por favor —otro episodio de sollozos mocosos salió a escena—. No-o puedo seguir así ¡Ya no quiero! ¡Estoy harta de todo esto! Que hagan lo que quieran yo ya no quiero vi…