Entre besos y disparos

Capítulo 34: cuerpo vacío

En un segundo estaba agachada a los pies de Max, cubriéndome las orejas. La adrenalina no le tomó ni dos segundos enteros en apoderarse de mi cuerpo y vigorizarlo para la acción. Levanté el rostro, pasmado y temeroso. Pude ver cómo el arco de Max dejaba de estar en el suelo a medio metro de nosotros para volver a las manos de su dueño. En tres segundos, Max colocó la flecha lista con la "bala" y pasó una pierna sobre mi cuerpo a manera de un puente, protegiéndome.

Lo primero que hizo Max fue soltar la flecha en dirección al rapado. Ésta se incrustó en su mano, obligándolo a soltar el arma que estaba a punto de accionar. Vi cómo el tipo que intentó violarme quería sacar la flecha de su mano, pero no lo hizo a tiempo, explotó destrozando su extremidad.

El monstruo se preparó y de su traje de monje sacó una pequeña pistola negra. No tardó en disparar. Max suspiró, dejándose caer al suelo, delante de mí. Un vértigo extraño y fuera de lugar apareció en mi cuerpo. Repentinamente me sentía mareada y la cabeza me latía con una fuerza demoledora.

Los segundos eran importantes y en cada uno ocurría cosas diferentes. En un segundo Max disparó dos flechas, a la vez que giraba sobre sus talones para atacar el circulo de hombres que nos rodeaban. Al segundo siguiente aquellos mismos hombres empezaron a dispararnos.

Grité cuando sentía corrientes de aire pasar por entre mis cabellos y comprendía que esas corrientes era los caminos de las balas que, por un milagro, no me alcanzaban.

Mi brazo derecho fue agarrado bruscamente por Max, quien me levantó de un tirón. Él mismo comenzó un baile que consistía en esquivar balas, un baile muy peligroso y temerario. Primero, estaba de pie junto a su costado firmemente agarrada por su brazo y cuando parpadeaba, Max abría el brazo que me sostenía, para alejarme de su cuerpo y esquivar otra bala.

A pesar del desorden que se llevaba a cabo, mi mente siempre estaba pendiente de él. Miré a Max por unos breves segundos. Fue cuando noté que había cambiado las flechas por una pequeña y brillante pistola.

—¡Atrás de mí!

Max aflojó su agarre. Corrí los escasos pasos que nos separaban hasta colocarme en su espalda. Tres hombres cayeron. Uno por una bala en la cabeza, el otro por dos disparos directamente al corazón y el tercero murió al ser aplastado y carbonizado por su propia moto en llamas.

Escuché gritar al monstruo, dando bramidos de enojo al aire, combinados con el quemar de las plantas a nuestro alrededor.

Quedamos espalda contra espalda. Yo era empujada por Max para que caminara en dirección opuesta, hacia la negrura del bosque que no había sido alcanzada por el incendio.

Todo marchaba bien, o al menos eso parecía. En los pocos doce segundos que habían pasado, Max y yo estábamos vivos y acercándonos a una zona segura del bosque donde ya podríamos pegar carrera con una de las motos.

—¡Camina, camina! Al espesor del bosque ¡Vamos!

No tuve el coraje de pegar una mirada al centro de batalla. Sabía que, si miraba, me quedaría pasmada y sería alcanzada por una bala. Di tres zancadas largas hasta que un insulto acompañado de un gruñido de dolor me detuvo.

Era Max.

Lo vi tambalearse dos pasos hacia atrás, tropezando con las raíces. Casi cayó al suelo de no ser porque se agarró a tiempo de una rama. Su rostro no reflejaba dolor intenso, al contrario, demostraba confusión. La preocupación por él se calmó al ver su cara, pero aumentó cuando el charco de sangre comenzó a brotar de su hombro.

Le habían disparado.

—Dios mío ¡Max!

Regresé ¡corrí! Corrí hacia él saliendo de la poca oscuridad de esa zona segura del bosque y quedando en evidencia. En ese momento no pensé en el peligro, no consideré el que me vieran. No pensé en mi propia vida. En ese momento, todo era él, lo más importante era la vida de Max.

Sus ojos castaños me enfocaron y se abrieron de horror. Me quedé paralizada viéndolo alternar su mirada entre mi persona y el monstruo. No sé qué habrá visto en el monstruo, pero su cara se desencajó. Todo su autocontrol y capas de confianza se fueron al suelo. Se abalanzó sobre mí, arrinconándome contra un árbol, con ambos brazos a cada lado de mi cabeza.

Me miró y acto seguido, se sobresaltó bruscamente. Su mirada se desenfocó por un momento de mi rostro. Su cuerpo convulsionó de manera espontánea, agitándolo todo, haciendo que perdiera el equilibrio.

Lloré descontroladamente mientras mi cerebro intentaba hallar una explicación.

—¡¿Max?!

No obtuve respuesta. Tan solo continuó convulsionando, pero sin caer. Un frio desolador y fúnebre recorrió mi espina dorsal.

Comencé a tocarlo, buscando la otra herida que le provocaba aquel sufrimiento, pero no hallé nada más aparte del disparo en el hombro. No entendía cómo seguía de pie, aún con los brazos acorralándome ¡¿Qué le sucedía?!

Palpé y palpé, pero mi búsqueda fue en vano.

Mientras recorría con ojos vidriosos la cara de Max, pude ver por el rabillo del ojo un objeto extraño. Una especie de cilindro metálico con tres franjas de luces estaba adherido a su nuca. La franja amarilla estaba encendida parpadeando junto a la franja verde. Parpadeó hasta que la franja verde tomó posesión y quedó encendida definitivamente. Max aulló, gritando, dejando salir un alarido de dolor desde lo más profundo de su garganta, helándome el cuerpo y el corazón.




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