Una sacudida me despertó. Parpadeé y bostecé. Miré a los lados y…
—Hola.
Mi saludo era como el susurro de un ratón asustado.
Los dos hombres me saludaron con un asentimiento de cabeza. El amplio espacio del jeep se iluminaba por una tenue luz amarilla, pero no era lo suficiente para ver sus rostros. Estaba completamente segura de que serían como todos los demás hombres de la ASN. Altos, corpulentos y de facciones toscas.
Parpadeé, secándome el sudor de la frente con el dorso de mi mano. Reparé por unos segundos en la herida, la brotada cicatriz que surcaba el dorso justo por el medio. Aún quedaba costras con sangre.
Alfredo estaba sentado en el asiento del copiloto charlando con el conductor cuyo rostro no identificaba. Cerré mis ojos y junté las manos por entre mis piernas, adoptando la postura fetal con el objetivo de no perder el poco calor de mi cuerpo, a pesar de que el chaleco antibalas era una capa aislante de frío. Moví los hombros, haciendo muecas. La nuca y los hombros estaban tensos. Miré mis palmas, hallando múltiples cortadas que sangraban con el mínimo movimiento.
—Luisa —llamó Alfredo—. Ten, límpiate un poco.
Me pasó una pequeña maleta. Dentro encontré una toalla, un frasco de alcohol y otro más grande con agua. Tomé el paño y limpié mis heridas. Estaba a punto de limpiar mi cara cuando un paquete de chicles apareció de repente. Era el tipo a mi izquierda ofreciéndome un chicle con sabor a sandía. Tomé uno, llevándomelo a la boca en seguida.
El jeep se sacudió al pasar por una zanja, produciendo que mi cuerpo brincara unos centímetros dentro del auto.
Me acerqué un poco a la ventana con la intención de ver el terreno. La zanja parecía ser el único de por ahí ya que, en ese momento, el jeep rodaba firme. Estábamos en una especie de senda por donde el todoterreno transcurría. Los pinos y los bosques habían quedado atrás y alrededor del vehículo no había nada más que un césped bajo y grandes lomas muy, muy lejos de nosotros.
Los dos hombres junto a mí estaban reclinados. El que estaba cerca de la otra puerta, estaba con su espalda apoyada en la ventana y su brazo reposaba en el respaldar, el otro agente se encontraba sentado con un aspecto relajado, con ambas manos sobre sus rodillas.
De repente me di cuenta de que los tres nos mirábamos fijamente sin decir nada. ¡Vaya momento incómodo!
—¿Cómo está Max?
El hombre al otro extremo del jeep dejó caer su cabeza en una señal de rendición a la vez que el otro tipo soltaba una risa relajada.
—¿Qué te dije? Dame esos veinte dólares.
Alzó su mano derecha, tendiéndole la palma a su compañero. El segundo hombre resopló, pero mantuvo una sonrisa divertida. Finalmente levantó el rostro para mirarme por un instante. Era joven, bueno no muy joven. Quizás estaría por los treinta y cinco. Sus ojos eran claros y su cabello rubio, de un tono clarísimo que daba la impresión de ser plateado. Las pecas de su rostro me llamaron la atención.
Luego del intercambio de dinero entre ellos dos, vino otro momento de silencio. Los miré con el rostro ceñudo e intercalando mi mirada entre ellos dos esperando a quién se atreviera a contestar mi inicial pregunta o a explicarme ese intercambio del billete de veinte...
—Hemos apostado —dijo el hombre de las pecas, usando un perfecto español—. Yo aposté a que lo primero que preguntarías sería algo acerca de Maximiliano.
Era extraño escuchar que lo llamaran por su nombre completo.
El tipo sentado a mi izquierda era todo lo contrario al otro. Sus ojos eran oscuros y no se podía distinguir la pupila del iris. Su cabello era negro y su tez bronceada. Su imagen me recordó a Chayanne.
—Yo aposté a que preguntarías a dónde nos dirigíamos... —explicó el otro.
Yo asentí, haciendo un amago de sonrisa que sentí salió como una mueca. Hubiera deseado ser más amable con ellos. Era difícil serlo cuando un frío se había apoderado de mi pecho. No se iría hasta que viera a Max.
Al pensar en él, fue inevitable recordar los horribles momentos. El incendio, los hombres, Max siendo herido. Su cuerpo temblando… su cara de dolor… sus ojos en blanco…
Me mordí los labios para callar los sollozos. La toalla quedó estrujada entre mis manos, haciendo que varias gotas cayeran en mi pantalón.
—¿Te duele algo?
Negué sin arriesgarme a separar los labios. Me dolía algo, pero no era físico.
—Me llamo Matt —habló el hombre parecido a Chayanne. Sonaba como si estuviera desesperado por evitar que yo llorara—. Matt Growney y él es Alex Deep.
El hombre de cabello de mazorca levantó una mano a manera de saludo. Me limité a asentir. Había estado tanto tiempo fuera, sin interactuar con gente nueva y agradable que había perdido los modales.
—Soy Lui... —suspiré— Bueno, ya saben quién soy.
—De hecho, toda la tropa de Maximiliano lo sabe. Te hemos estado buscando ¿Recuerdas?
Volví a asentir.
—¿Dónde está Max?
—Está en Iultin.