Entre besos y disparos

Capítulo 38: Prométeme

Tres días después

—¡Mira! ¿qué será esto?

Allison apareció frente a mi nariz, alzando un traste viejo.

—No lo sé, pero no lo toques —dije a la vez que alejaba la basura de mi cara.

—Parece una tetera…

Ambas gritamos cuando una cucaracha salió volando de su interior. Éste era el segundo insecto que nos saludaba en lo que iba del día. A Allison no le molestaba estos encuentros, todo lo contrario a mí, que aún no superaba el salto que una rata dio desde el techo de la tienda que fuimos a explorar.

Iultin era tan aburrido como abandonado. Los “tesoros” que Allison esperaba encontrar, no eran más que utensilios gastados y ropas deshechas. A pesar de eso, aún me encontraba a su lado, acompañándola como ella había pedido.

Eso y… también quería que pasara el tiempo más rápido. Cada diez minutos, me empinaba y fijaba la mirada en la puerta de su habitación esperando verlo salir caminando con el alta de su médico. En los últimos días, Max había mejorado. Siempre que podía, iba a su cuarto. Me quedaba unas cuantas horas con él. Hablábamos e incluso almorzábamos juntos. Sólo una vez más pude dormir a su lado.

Con la terapia mejoraba la movilidad de su mano. Ahora podía agarrar las cosas sin que sus dedos temblaran. La herida en su nuca iba cicatrizando, al igual que lo hacía la de su hombro.

—¡Un moño! —gritó Allison, llamando mi atención— Se lo regalaré a Andrea.

La niña limpió el moño en su ropa y lo guardó en un bolsillo. Tomó mi mano, llevándome hacia el centro de la ciudad en donde un extenso parque mostraba hierba marchita.

—Vamos a los juegos…

—¿Ahora? —miré el cielo. Pronto anochecería— No, es tarde. Debemos regresar.

—¡Sólo será un ratito! —Allison se aferró a mi pantalón de algodón —Por favor, vamos… quiero ir a los columpios.

Fui disminuyendo de velocidad cuando dos agentes comenzaron a acercarse a nosotras. Claramente iban a detenernos y a obligarnos a regresar.

—¿No te da miedo ir a ese parque viejo a esta hora? —casi me carcajeé cuando Allison brincó, borrando todo rastro de súplica en su cara.

—¿Por qué?

—Puede que… haya algo ahí —una parte de mí se sentía mal por asustar a una niña, pero es que estaba cansada de caminar con ella todo el día—. Un duende, por ejemplo.

—¡¿Hay duendes aquí?!

—Los hay en todas partes y les gusta llevarse a los niños…

Iba a culminar con una risotada malévola cuando escuché un pequeño alboroto a mis espaldas. La puerta de metal se abrió y a través de ella salió Max sin estar conectado a ningún suero. Vestía de nuevo su uniforme de agente, impecable y listo para trabajar.

Tomé la mano de la niña, ignorando sus palabras. A grandes zancadas volvimos a la zona departamental.

—Busca a tu papá —dije mientras la empujaba a entrar a su bloque—. Y no salgas de nuevo ¿okey?

—¿Porque el duende me puede comer?

—Exacto.

Troté hacia Max. Era difícil llamar su atención cuando se encontraba rodeado por tanta gente. Alfredo, Karina, su doctor y otras personas que no conocía, lo mantenían encerrado en una especie de jaula humana.

—¡Max!

Volteó, pero no pudo verme porque la cabeza de Karina se interpuso.

—Debemos sacar a todas las personas de esta ciudad.

—Eso lo tengo claro Karina.

—La pareja de ancianos me preocupa. Ellos tienen necesidades diferentes ¿Contactaste con la central?

—No. Reynolds no puede establecer señal.

—El hombre ha intentado reestablecerla —intervino Alfredo caminando tan rápido que me era difícil llegar a ellos—. Podemos irnos, pero no tenemos cómo.

—Agente no olvide seguir con su terapia y de ¡tomar los medicamentos!

—Lo haré doctor, despreocúpese.

—¿Max?

Todos se detuvieron y voltearon a verme. Tuve la inmensa necesidad de hacerme pequeñita y desaparecer por una rendija de la calle.

Max se acercó a mí, indicando a los demás con una señal de su mano, que lo esperaran.

—Hola —sonreí—. ¿cómo te sientes?

Levanté el rostro para verlo. Con lo primero que me topé fue con el borde de su mandíbula, en ella se exhibía esbozos de la barba. No me había fijado en eso antes. La sombra de los comienzos de su barba le quedaban bien.

—Cansado.

—Entonces ¿por qué te has levantado? Vuelve a tu...

—No puedo —dijo apresurado—. Hay muchas cosas que debo solucionar. No puedo quedarme acostado. Regresa a tu cuarto por favor.

—Pero… —miré a las otras personas, sintiendo un inmenso coraje hacia ellos— Apenas has salido de un ataque y esta gente quiere que trabajes ya. ¡Primero debes recuperarte!

—Regresa a tu cuarto —repitió. Se notaba que estaba perdiendo la paciencia—. Estoy ocupado en este momento Luisa.




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