Narrador externo
Las uñas de Luisa estaban ya casi por la mitad. Ella continuó mordiéndolas, aunque ya no pudiera por lo gastadas que estaban. Sus piernas parecían dos batidoras de lo tanto que vibraban. Sus nervios no podían contenerse más.
La iglesia, en lugar de representar un sitio seguro y de salvación, daba la impresión de que en ella se había realizado varios sacrificios en sectas. Luisa sabía que era su gran imaginación que le hacía pensar cosas tontas, sin embargo, distraer su mente con el deterioro de la iglesia era mucho mejor que pensar en Max y que se le bajara la presión. Pensar en él había pasado a la lista de cosas por no hacer.
Los tobillos comenzaron a doler. En ese momento notó el movimiento loco de sus piernas, por lo que decidió levantarse del banco y empezar a caminar de un extremo a otro, llevándose las manos al pantalón.
¿Qué estaría pasando? ¿Por qué nadie le decía nada?
Observó las escaleras, ubicadas tras el altar, que llevaban a la terraza de la iglesia en donde unas viejas y oxidadas campanas de toneladas de peso, reposaban. En ese lugar estaban algunos agentes, haciendo guardia con binoculares de alto alcance.
Al llegar a la iglesia, Luisa había corrido hacia dichas escaleras con la esperanza de llegar a la terraza y robar los binoculares del agente más cercano para ver cómo estaba Max, si es que llegaba a divisarlo claro. Pero su plan no funcionó muy bien, ya que ni siquiera logró poner un pie en el primer escalón cuando una mujer la detuvo y la sentó con los demás civiles.
Arnold, Allison e Isabella le hacían conversa para distraerse entre sí, considerando el hablar como una forma de no pensar en aquellos que estaban fuera. Pero Luisa no los escuchaba, ni siquiera los miraba. No estaba cómoda y eso hacía que ella fuera incapaz en entablar una conversación cuando Max estaba frente a esos imponentes cuatro aviones.
Debido a eso en una oportunidad que apareció de la nada, Luisa se escapó del circulo que la gente había hecho en torno a ella. Ignoró los llamados de Arnold. Caminó hacia las paredes laterales de la iglesia, tratando de descifrar los restos de pintura que quedaban y adivinando a qué santo pertenecían.
Trascurrió hora y media durante la cual permanecieron encerrados en la olorosa iglesia, escuchando el roer de las ratas, siendo vigilados y cuidados por los agentes que prestaban servicio médico. Algunos de los civiles y también agentes no habían sido trasladados a la iglesia; permanecían en sus respectivos departamentos ya que estas personas estaban heridas gravemente desde la primera invasión al campamento impidiéndoles moverse, pero, varios agentes y médicos estaban con ellos.
Luisa se detuvo de su caminata sin rumbo dentro de la iglesia cuando un agente moreno se interpuso en su camino. Luisa lo miró confundida por un segundo, para después mirar sobre el hombro del agente. Se había encaminado hacia las escaleras inconscientemente.
Le dirigió una mirada enojada al hombre. Dio media vuelta y regresó.
De nuevo esa sensación de incertidumbre y de miedo se apoderaron de ella. Estaba cansada ¡Harta! ¡Cansada de estar en esa constante preocupación! Quería, deseaba con toda su alma, que Max regresara a salvo. Ya lo había hecho antes. Ya había sobrevivido a varias misiones, entonces esta última no tenía por qué ser la excepción.
Un pensamiento le cruzó la mente... Si continuaba su relación con Max, esta preocupación formaría parte de su vida por siempre. ¿Ella quería eso?
"Luego..." Se dijo. Había demasiado tiempo cuando regresara para pensar en eso.
Elevó la mirada y fue testigo de cómo todos los agentes, se congelaron en su caminar y alzaron la mirada al mismo tiempo, como perfectos robots sincronizados. Parecía que estaban atentos a algo.
Luisa se acercó hacia el pasillo central de la iglesia. Se sentó en el borde de una de las tantas bancas, en completo silencio y sin retirar su mirada de los agentes. Notó cómo ellos se miraban entre sí. Sus miradas habían cambiado. Ahora era una mirada de calma, sin tensión.
Un agente uniformado hasta la cabeza caminó hacia el centro del altar. Empujó con el pie la mesa vieja para hacerse espacio en el centro. Miró a todos, quienes habían dejado a un lado sus conversaciones, para prestar atención al hombre.
—¡Escuchen bien! —su voz hizo eco dentro de la iglesia— Los aviones que han aterrizado en Iultin son pertenencia de la CIA...
Un murmullo se incrementó por todo el lugar. Los médicos, al igual que los civiles, no tenían idea de lo que estaba ocurriendo. Los agentes y aquellas mujeres que prestaban servicio junto a ellos, comenzaron a callar a la muchedumbre.
Luisa perdió la paciencia, quería saber todo lo que pasaba. Y lo más importante, saber si Max estaba en peligro. Al final, Luisa también se unió al trabajo de los agentes y comenzó a callar a las personas.
Cuando por fin los murmullos cesaron el agente prosiguió...
—Esos aviones han sido mandados para sacarnos de aquí —se liberó del casco y se sacudió el pelo rubio cubierto de sudor—. El agente Lombardo ordena que todos salgamos y vayamos al terreno baldío. Recojan sus pocas pertenencias, encuéntrense con su familia porque nos marcharemos lo más temprano posible.