Entre besos y disparos

Capítulo 41: Sueño de Morfeo

Punto de vista de Luisa.

Estaba soñando. Atrapada en una angustiante pesadilla en la que no podía moverme. Por suerte pude despertarme con una sacudida digna de un perro. La voz de una mujer hizo eco por toda la cabina de carga, anunciando el aterrizaje de nuestro avión. Acto seguido, todos dentro de la cabina aplaudieron y vociferaron gritos de júbilo. Yo aún seguía un poco somnolienta.

Toda la rutina del despegue se repitió para el aterrizaje. Max comprobó mis correas. Me dedicó una orgullosa sonrisa al ver que esta vez yo lo había hecho bien.

Para suerte de mi débil estómago, el aterrizaje fue mucho más llevadero. No sentí el incómodo peso en mi estómago, ni los mareos ni las náuseas. Ese fue el momento en que realmente caí en cuenta de mi liberación. Ya no estaba en Iultin. Ya no estaba en Rusia. En lugar de eso estaba con Max, en mi continente. Cerca de mi hogar.

“¡Soy una sobreviviente! ¡Soy fuerte!”.

Sonreí con gran felicidad cuando las ruedas del avión se detuvieron y las luces iluminaron la cabina de carga. Mis latidos, con cada segundo, se volvían más rápidos.

—Hemos llegado —anunció Max. Con su mano guio mi boca hacia él para darme un corto beso.

—¡Max!

Ambos giramos la cabeza en dirección a quien llamaba. Un hombre agitaba sus manos en el aire, indicando a Max que se acercara.

—Vuelvo en un minuto.

Rápidamente se libró de las correas y avanzó por el pasillo, en dirección al hombre. Intercambiaron unas cuantas palabras. Al mismo tiempo, un montón de personas y agentes incluidos; se acercaron a él para darle palmadas en la espalda, estrecharle la mano y dedicarle sinceros "gracias". Desde la distancia pude notar lo incómodo que se encontraba cuando las personas le sostenían la mano. En una ocasión me miró y le sonreí. Él se lo merecía, se merecía eso y mucho más.

Max me llamó con su mano. Crucé la muchedumbre de gente que atestaban los estrechos pasillos. Llegué a tiempo a su lado para ver cómo las grandes compuertas se abrían lentamente. Todos quedamos en silencio, dejando a un lado las plegarias, las gracias y las conversaciones sobre el futuro que todos nos preguntábamos cómo sería.

Lo primero que vi fue el sol brillante, cegándonos a todos. Cinco siluetas negras esperaban a los pies de las compuertas, interrumpiendo el paso completo de sus rayos. Un hombre mayor de color, vistiendo con un terno azul con brillantes y grandes condecoraciones; avanzó un paso subiendo a la plataforma.

—Bienvenidos.

Las demás personas permanecían inmóviles. El hombre de color continuó subiendo por la rampa, en dirección a Max. Tras ellos estaban los cuerpos de auxilio. Varios enfermeros también subieron por la rampa manteniendo sus rostros inexpresivos. Podía escuchar cómo los enfermeros se dirigían a cada avión y sacaban en sus camillas y sillas de ruedas a las personas lesionadas.

Cuando el hombre estuvo a la altura de Max me dirigió una rápida mirada acompañado de un asentimiento de cabeza.

Come with me.

Al instante sentí a Max soltar mi mano. Me volví a aferrar a ella, asustada de que me dejara sola con aquellas personas.

—No te vayas —le murmuré, siendo consciente que el hombre me entendía.

—Estaré aquí, no me iré a ninguna parte —sabía que se refería a la central—. Ve con ellos. Luego yo iré a verte.

Cuando Max bajó del avión, las otras cuatro personas lo siguieron, rodeándolo.

Un joven asiático se acercó a mí y me tomó de la misma mano que Max había soltado. Me condujo hacia una silla de ruedas que esperaba a pie de la plataforma. Me hablaba en español, pronunciando ciertas palabras mal, pero no le prestaba atención, solo caminaba hacia donde él me indicaba.

Rápidamente cruzamos la gigantesca pista. Mis cabellos se agitaron, golpeándome en la cara. El día se tornó nublado en menos de cinco minutos. Parecía que faltaba poco para que comenzara a llover.

Luego de cruzar la explanada de aterrizaje, ingresamos a una edificación en cuya pared más alta, había un escudo de diseño flamante con las siglas ASN. Atravesamos una doble puerta, entrando a un largo pasillo. El resplandor de los reflectores iba y venía, tornándose intermitentes mientras la silla avanzaba.

Las enfermeras a mi alrededor hablaban entre sí. Quería decirles que podía caminar perfectamente, la silla de ruedas era una tontería. Pero intentar decirles eso a las enfermeras con señas era difícil. No hablaba inglés, solo entendía ciertas palabras, pero no era capaz de entablar una conversación coherente.

Por lo que solo me dejé manejar.

Recorrimos pasillo tras pasillo hasta que el ambiente comenzó a tener sentido. Estábamos en un hospital. El inconfundible olor a medicamentos y a desinfectante penetró en mi nariz. Me acomodé en mi silla al tiempo que una enfermera de cuerpo rellenito me abría los párpados y me cegaba con un haz de luz. Otra en cambio, me desataba los pasadores de los zapatos que me habían proporcionado en Iutlin.

Hubiera protestado por ese trato poco amable pero primero: No sabía el idioma y segundo: No tenía fuerzas ni para mover un dedo. Me daba la impresión de que mi cuerpo había estado guardando todo el cansancio y los dolores y ahora los liberaba todos a la vez. Sentía como si el mundo entero hubiera caído sobre mí.




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