PUNTO DE VISTA DE LUISA.
Salí de la habitación de Andrea con una sonrisa y un fulgor agradable en el pecho. Aferrada al soporte del suero, caminé por los pasillos del hospital manteniendo la sonrisa. Si alguien me viera así, algún enfermero o médico, de seguro pensarían que la paciente del 1408 había enloquecido finalmente. Sin embargo, mi sonrisa no se debía a un delirio de mi traumada mente. Sonreía porque Andrea estaba mejor. Hoy había hablado más e incluso había reído de las tonterías que salían de mi boca. Hasta se había arreglado su cabello. Lo llevaba trenzado a un lado de su cabeza. Me alegraba verla de esa manera. No podía esperar a verla totalmente recuperada.
—Móntes a su cuarto —indicó un enfermero larguirucho—. Debemos prepararla para su alta.
Mis últimos dos días en el departamento de salud pasaron tan rápido al igual que un sábado. En esos días nunca estuve sola. Si no me encontraba durmiendo, estaba metida en los cuartos de Andrea o Isabela charlando. O haciendo intentos ridículos de origami con las servilletas. Hubiera deseado que Max regresara a visitarme, pero eso no ocurrió. Yo ya me esperaba que él no volvería. La cabeza me latía con sólo pensar en todo lo que él debía hacer. Le faltarían horas al día para que Max lograra terminar todas sus obligaciones y pendientes.
Al regresar a mi habitación, Lily ya estaba ahí. No se dio cuenta de mi regreso porque estaba ocupada guardando varias cosas en una pequeña maleta gris. Me aclaré la garganta llamando su atención.
—A bañarse —dijo en un perfecto español—. Tu ropa está doblada en la mesa.
Me sentí como una niña de cinco años.
Lily se acercó a mí y me desconectó del suero. En un movimiento tan rápido que casi ni sentí dolor, me sacó el catéter y me colocó una venda donde solía estar la aguja.
Hice lo que dijo, con la diferencia que esta vez no me demoré tanto en la ducha. Mis prisas por irme de esa habitación hicieron que me cepillara el cabello con demasiada fuerza, haciendo que perdiera varios de ellos.
Mientras Lily me explicaba lo que había guardado para mí en la maleta, alguien tocó la puerta de mi habitación. Automáticamente me emocioné. En ese momento juraba que Max había venido a verme, pero toda emoción cambió a confusión cuando tres hombres entraron a mi cuarto. Un hombre gordito de color, con mirada pesada y un poco calvo junto una mujer adulta con curvas pronunciadas y con kilos de más quien cargaba una maletita blanca, y entrando último estaba Max.
—¿Quiénes son ellos? —le susurré a la enfermera mientras veía a Max de soslayo. Se mantenía inexpresivo y sin pronunciar palabra, de pie contra la pared del baño.
Entonces lo recordé. Max me había advertido que el último día de mi estadía en el hospital, me visitarían. Ellos serían los enviados de la agencia.
—Tu asesor te lo explicará —respondió Lily—. Te dejaré con ellos por unos minutos.
Cuando quedé a solas con las tres personas inmediatamente me sentí cohibida. No sabía si saludar o esperar a que ellos hablaran primero. Opté por la segunda opción.
—Buenos días, señorita Montés —inició el hombre con voz grave—. Permítame presentarme, mi nombre es Jeffrey Owen y mi compañera es Megan Moore.
La mujer asintió en mi dirección.
—Hola —contesté sintiéndome tonta con mi saludo pobre y frío.
Decidí sentarme en la cama, sosteniendo mi pequeño bolso gris.
—Soy un asesor de la ASN y el encargado de hacer contacto inicial con usted —se removió sobre sus pies, aflojándose un poco el nudo de su corbata—. Vengo en representación de la Agencia de Seguridad Nacional...
Mientras Jeffrey hablaba Megan arrastraba silenciosamente una silla y acomodarse en ella para luego sacar del maletín una pequeña laptop que fue a parar sobre su regazo.
—Señorita Montés.
—¿Sí?
—Estos son objetos personales que trajo consigo —Megan le ofreció una funda transparente con cierre a presión—. Solo encontramos un anillo.
Me tendió la fundita y efectivamente ahí estaba mi anillo de gato.
—Voy a hacerle unas preguntas espero que no le importe.
—Claro.
Me senté mejor en la camilla, cruzando las manos por delante con el anillo ya puesto. En esta ocasión ya no se deslizaba, eso quería decir que había subido algunos kilos.
—¿Qué recuerda usted del atentado que sufrió el campamento del agente Lombardo?
Íbamos de nuevo... No quería recordar nada de eso, pero me daba la impresión de que todos en la agencia estaban empeñados en hacerme recordar. Comencé con mi discurso, diciendo todo lo que recordaba, aunque fuera poco. Cada palabra que salía de mi boca, Megan lo plasmaba en su máquina de escribir. El "tac tac" de la laptop se hizo más y más alto.
La visita de Jeffrey y de Megan no duró más de quince minutos. Luego de hacer tres preguntas más, se retiraron, dejándome sola con Max.
—No has hablado.
Me levanté, el trasero me dolía. Lo abracé y antes de poner mis manos en su nuca, revisé la venda de la herida.