Entre besos y disparos

Capítulo 45: Alma complementaria

—¿Te quedas conmigo?

Dudó entre irse por la puerta o quedarse en mi bloque. Era casi media noche y eso solo indicaba que Max debía irse ya. Casi que podía escuchar su voz seria diciendo: "No Luisa, no es posible, es muy arriesgado y me traería problemas si me encuentran contigo".

—¿Prometes no despertarme con un golpe?

“¿Eso es un prometedor sí?”.

—Yo no golpeo cuando duermo.

—¿Ah no? —masculló con una corta risa, tomando mi cadera y llevándome con él hacia la habitación— La noche en que dormiste conmigo cuando llegaste a Iultin, me diste un manotón.

—¿De verdad? —asintió. No sabía que yo hacía eso cuando dormía. Nadie antes había dormido conmigo para que me dijera eso— Lo siento ¿Entonces te quedas?

—Solo si tú quieres.

—¡Claro que quiero!

—Genial.

Al entrar, apagó la luz. En un segundo, la claridad de mi cuarto se esfumó, dando paso a la profunda oscuridad que solía reinar en mi bloque. Con las cortinas cerradas para evitar posibles mirones, la oscuridad se intensificó aún más.

Esperé a escuchar los pasos de Max, pero no aparecieron.

—¿Max?

Levanté las manos para buscarlo en la oscuridad. Max caminaba tan ligero que podría jurar que estaba sola.

—Aquí estoy.

—Caminas como un gato, no te escucho ni un solo paso.

La cama se hundió en cuanto se sentó.

—¿Te importa si me saco la camisa? Me incomoda dormir con ropa.

Tragué saliva. Agradecía que estuviera oscuro y así él no pudiera verme el rostro.

—No importa.

Me enterré en las sábanas, escuchando todo. Max vació sus bolsillos del pantalón, dejando cosas sobre la mesita a un lado de la cama. Sus zapatos cayeron con un golpe sordo al suelo y la camiseta blanca de lino, que le asentaba muy bien, la escuché arrugarse y caer al suelo suavemente.

Era tonto el loco palpitar de mi corazón. ¡Ni siquiera lo estaba viendo! Solo el sonido de su ropa cayendo provocaba que mi cuerpo se pusiera como una batidora.

—¿Ya te dormiste Luisa?

—No.

—Estas muy callada ¿Qué te pasa?

“Me pasa que estas semidesnudo y cerca de mí. Eso y que mis hormonas están desorganizadas”.

—Nada —forcé un bostezo—. Estoy cansada, es todo.

—Tu día ha sido pesado —arrastró un poco la sábana para cubrirse—. ¿Dónde te llevó Brenda?

—A la psicóloga. Estuve más de una hora con la Dra. Anderson.

Max permaneció en silencio por unos minutos.

—¿Te fue bien? —preguntó cauteloso.

—Si, la verdad es que sí. Hablamos de muchas cosas...

—No tienes que contarme —dijo interrumpiéndome—. Las sesiones que tengas con la Dra. son cosa entre tú y ella.

—Pero quiero contarte.

Le dije un resumen de mi cita con la psicóloga, recalcando los talentos extras que Olivia tenía con respecto a los nombres. En cuanto le conté a Max acerca del significado de mi nombre, él no dejó de repetirme que estaba de acuerdo con eso. También le conté de lo difícil que había sido para mí hablarle de mi madre y su muerte.

Por suerte, la mano tranquilizadora de Max estuvo en ese momento para apartar los amargos recuerdos con su tacto.

—También hablé con Didier.

—Ah, el francés.

—Me lo encontré en uno de los salones de por aquí.

—¿Por qué estas tan lejos?

Extendió el brazo hacia mi abdomen y me arrastró por la cama hasta que mi espalda chocó con su pecho. Me pasó un brazo por encima de la cintura y el otro brazo, por debajo de mi cabeza. Y como si yo fuera la almohada que le faltara, me estrujó entre sus brazos mientras enterraba su cara en mi cuello y aspiraba profundamente.

—Hueles muy bien —y repitió la olfateada.

Me había logrado contenerme debido a que no podía ver el torso desnudo de Max, pero, en ese instante podía sentirlo a través de la fina capa de tela que nos separaba. Y el hecho de que estuviera entre sus brazos, hacía a mi autocontrol temblar. Brazos anchos y fuertes, con músculos en los músculos. Un apretón más y moriría.

Pero moriría feliz.

Iba a decir algo, pero mi mente se distrajo. Él olía bien también, una deliciosa combinación de gel de baño con alguna colonia. Una combinación de olores que me envolvían al igual que sus brazos. Varias veces aspiré profundo solo para llevar tan exquisito aroma a mis pulmones. Y el abrazo de Max me hacía sentir segura, a salvo y protegida. Podía caernos toda la CIA encima en ese momento y yo no estaría asustada.

La mano de Max acarició mi antebrazo, subiendo y bajando suavemente, haciéndome cosquillas.

—Luisa no te duermas todavía.




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