Entre besos y disparos

Capítulo 46: Los siete

Al día siguiente nos encontrábamos caminando en completo silencio por los jardines, separados por una igualmente silenciosa Brenda quien alternaba su mirada entre los dos. No me habían dicho nada acerca de la cita a la que íbamos. No sabía si terminaría con el doctor o con la psicóloga.

Bostecé. Eran las ocho de la mañana, pero yo había estado despierta desde las seis y media cuando me levanté de la cama sin hallar a Max a mi lado. Supuse que se había ido en la madrugada. Esa era mi segunda prueba de que Max era tan sigiloso como un gato, ni siquiera le había escuchado salir.

Caminamos por varios pasillos más, incorporándonos al tráfico de personas con ternos. Iban y venían, hablando en inglés, mirando carpetas, tablets, teléfonos inteligentes... Excepto mirando al frente. Varias veces tuve que esquivar a personas para evitar chocarme con ellas.

La famosa cita era en una mediana sala de proyección en el mismo edificio donde había tenido lugar mi interrogatorio. Al entrar, hallé varios escritorios con sillas y un panel blanco con una presentación que solo necesitaba de un click para iniciar. El primer pensamiento de horror que tuve fue: "Demonios, voy a recibir clases".

Mis dos acompañantes hablaron en inglés y entendí que Brenda dijo: "Está por llegar".

—Señorita Montés, vendré a buscarla cuando su cita haya terminado.

Max caminó distraídamente hacia las ventanas frente a mí. En su caminar hacía balancear la camiseta gris que, apostaba, era dos tallas más grandes para su cuerpo.

—Vamos a reunirnos con Karla. La profesional en vocalización que se hizo pasar por ti en llamadas.

—¿Para qué vamos a reunirnos?

—Para que ella pueda explicarte con mayor detalle lo que ha tenido que hacer y decir en tu nombre.

Tomé asiento en uno de los escritorios, recordando mi universidad y las clases.

—¿Qué hizo por mí? ¿Solo tenía que imitar mi voz, eso no es todo?

—No. Karla es la cabeza del grupo de reintegración social. Había, mejor dicho, hay personal que se encarga de enviar los trabajos de la universidad en tu nombre.

—¿Hay gente haciendo tareas por mí?

—Así es. Ese es otro motivo por el que nos reuniremos con Karla hoy. Ella va a explicarte los trabajos más importantes que te han asignado con el fin de que conozcas cada detalle al momento en que regreses a tu vida —hizo una pausa para mirarme fijamente—. ¿Has estado revisando la carpeta?

Oh... Si, esa tarea que tenía...

—Sí...

Prolongó su mirada fija por otros largos segundos.

—No lo has hecho ¿Cierto?

—No —desvié la mirada. No soportaba que me viera de ese modo—. Bueno, no mucho, pero sí la miré un día...

—Luisa, la agencia no te enviará de vuelta a casa si no estas preparada. Quiero sacarte de aquí lo antes posible y me ayudaría mucho que pusieras de tu parte en esa única tarea que tienes que hacer.

—Empezaré a estudiarlo hoy, después de esto.

Se escucharon pasos por el pasillo. En la puerta del salón apareció una mujer de baja estatura, pelo negro y rizado con ojos oscuros. Vestía un conjunto negro de pantalón con un blazer.

—Hola Karla —saludó Max—. Ella es Luisa.

—Hola.

—Qué tal Luisa ¿Cómo estás?

¿Era latina? No hablaba ese acento como todos aquí.

—Bien. Gracias.

—¿Qué les parece si comenzamos? —Karla rodeó el escritorio central, colocando sobre el varias carpetas— Luisa ¿Tienes tu carpeta de informe?

—No —miré a Max—. No sabía que debía de traerla.

—Lo siento Karla, me olvidé de eso.

—No hay problema agente, tengo una copia que sobra.

Max se sentó en un escritorio a mi lado, estirando sus largas piernas por debajo del mismo. Era tan alto que no cabía en esos puestos.

Karla me pasó una copia de la carpeta y durante las tres horas siguientes, el salón se llenó de proyecciones sobre los trabajos de la universidad que me había perdido. Karla pasaba los documentos en el proyector, explicándome qué materia era y sobre qué trataba el tema y cuándo se suponía, yo lo había enviado.

Me sentía como si estuviera en clases de nuevo, sin entender nada. Había cosas importantes que habían ocurrido y que quería anotar en alguna parte, pero no tenía ni pluma ni una agenda para anotarlas. Al ver esto Karla, me dijo que me facilitaría la presentación para que estudiara.

Max se mantuvo callado e inmóvil a mi lado. Solo hablaba en ciertas ocasiones para ayudar a Karla a explicarme ciertas cosas.

Hablamos de trabajos enviados, los cuales estaban muy bien elaborados, (Tanto, que tuve la impresión de que los catedráticos no se creerían el cuento de que yo los había hecho). Karla recalcó que lo único que falta, con respecto a mi vida académica, era rendir las evaluaciones que me había perdido.

—Cuando regreses a tu vida normal, tendrás una semana para rendir todas las evaluaciones pendientes. Hablamos con la universidad, usando tu nombre por supuesto, y con la situación de tu padre fue sencillo que te otorgaran esa semana.




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