Di vueltas sobre la cama, ocasionando que la sábana celeste se enredara entre mis piernas. Seguía somnolienta y con intenciones claras de continuar enterrada en las almohadas.
La noche anterior no había sido la más divertida, de hecho, me recordó a mis noches solitarias de mi departamento en las que me pasaba mirando con enojo los ejercicios de trigonometría con los que mi maestra me torturaba. Lo diferente ahora era que ya no me trasnochaba resolviendo ecuaciones trigonométricas, en lugar de eso, empleaba gran parte de mis horas de sueño en revisar y memorizar los historiales de conversación que la carpeta "System Luisa" contenía. Ya había bautizado a la mencionada carpeta.
Solté un largo suspiro, que rápidamente se convirtió en un bostezo. Tiré de las sábanas para poder sacar la cabeza y respirar. Dentro de poco mi alarma comenzaría a sonar y eso solo indicaba el inicio de mi día de trabajo. Casi que podía escuchar los ya familiares tacones de Brenda sonar por el pasillo.
No era que odiara a Brenda, nunca podría, pero prefería la compañía de un brócoli hervido a la suya.
Brenda venía cada mañana, a las siete, solo para tocar mi puerta y avisarme que me estaría esperando en el recibidor para acompañarme a mi cita con Karla. Y aquello se había vuelto una rutina que, con el pasar de los días, solo logró que viera con ojos enojados a la molestosa Brenda. Y solo era conmigo, porque a los demás sí los dejaban dormir hasta las diez.
Karla, aunque era amable y paciente conmigo en nuestras citas, no podía quitarse el letrero de "Pesada" que yo misma le había colgado. Verla todos los días por la mañana era pesado. Y más pesado que eso era despertarme minutos antes de la dichosa alarma.
Finalmente sonó. Abrí los ojos y lo primero que vi fue el techo. No deseaba levantarme. Quería seguir acostada en la cama con los brazos cruzados sobre el pecho, al igual que las momias, pero sabía que, si no respondía a la puerta, Brenda sacaría una bazuca de su sostén y la explotaría.
Me senté sobre la cama, apagando la alarma de un puñetazo, no sin antes mirar la fecha. 31 de diciembre, a tan poco para que se acabara este año de mierda.
Mi cuarto estaba semi oscuro así que, con la mayor pereza del universo, me puse en pie y arrastré mi somnoliento trasero a los ventanales para correr las cortinas.
Cinco minutos después Brenda tocó la puerta de mi habitación, dando cinco golpes secos.
—¡Me estoy vistiendo! —grité antes de que pronunciara su saludo.
Permanecí atenta al sonido de sus pies irse y cuando estuve segura de que así era, salí a la cocina. Ese día me tomaría el tiempo que yo quisiera para desayunar. Últimamente y debido a la insistencia y puntualidad de Brenda Miss Responsabilidad, terminaba mi desayuno llenándome la boca con pan, atorándome en el camino.
Encontré mi desayuno, cortesía del agradable Daniel, sobre la encimera. Era una tortilla con bacon y café, acompañado de rodajas de pan tostadas y, sobre un platito de diseños amarillo, reposaban las píldoras de hierro y vitaminas.
Luego de quince minutos masticando despacio mi desayuno, la puerta sonó de nuevo.
—Apresúrese por favor.
¡Oh mierda...!
—¡Ya voy!
Salté del taburete y corrí de puntillas al baño, quitándome la ropa en el camino.
La mayoría de mis prendas favoritas ya las había usado en la semana y en mi armario solo quedaban, en el rincón, los vestidos y las faldas que etiqueté como "última opción". Así que como aún no llegaba mi ropa limpia, me vi obligada a usar un vestido rosa pálido de corte sencillo, ideal para ir a misa. Lo combiné con sandalias crema con piedras brillantes como adornos.
Con mi pelo mojado era... otro caso, de nuevo peleé con el arrancándome mechas. Estaba demasiado largo, me llegaba más abajo del pecho. Ojalá la agencia también ofreciera cortes de cabello gratis.
Recogí la tarjeta llave de la cama y salí a la salita, en ese momento Brenda tocaba de nuevo la puerta, pero esta vez no eran tres golpes, ya habían aumentado a ocho.
—Brenda, la puerta ya empieza a tener la marca de tu puño ahí.
—¿Cómo dice?
—Que ya estoy aquí. ¡A clases Brenda!
—Hoy veremos a la doctora…
—Eso, eso mismo —aún estaba dormida al parecer—. ¡A terapia Brenda!
Durante la última semana, mis citas con Olivia se habían mantenido con normalidad. Desde la primera sesión grupal que tuvimos, volvimos a repetirla unas dos veces más. La psicóloga estaba contenta con nuestros avances. Incluso yo. Además de ver cómo cada uno avanzaba, me gustaba tanto verlos de nuevo, aunque fuera por una hora.
Ingresé en el jardín botánico que era el despacho de la Dra. Olivia mientras ella corría las persianas para dejar entrar la luz del sol. Me dejé caer sobre el sofá, estirando la falda de mi vestido, eliminando las pequeñas arrugas. Dejé por el momento, la carpeta sobre la mesa de centro. Ese día, después de la cita con la psicóloga, correría a ver a Karla.
—¿Lista para nuestra sesión?
—Como siempre.
Me levanté, haciendo girar el vuelo del vestido. Ambas salimos del despacho.