Entre besos y disparos

Capítulo 49: Un adiós con sal y limón

—¿Cómo te fue? ¿Estabas nerviosa?

Andrea, semi acostada sobre la mesa de la cocina, jugaba con una cucharada de mousse de maracuyá en sus labios.

—Nerviosísima. Me sentía como un experimento que salió mal, todos mirándome y leyendo mi vida en esa carpeta.

—En realidad, sí eres un experimento fallido, más bien, eres un daño colateral de Michael Morell —intervino Didier, sentado a un lado de Andrea.

—¿Y qué pasará con Max? —preguntó Isabella.

—Viene conmigo —sonreí al imaginarnos dejando este lugar.

—Dame tu número de teléfono —habló Andrea, brincando de la mesa y aterrizando en el suelo—. No te librarás de la salida al bar.

Bueno... Eso ya estaba visto. Aunque no me gustara esos lugares debía decir que estaba esperando la salida.

—No tengo celular, no desde lo del secuestro. Te daré el número de mi teléfono fijo.

Luego de intercambiar números telefónicos y de soportar el sarcasmo de Didier, empezamos a despedirnos. Estaba llorando porque me era difícil dejar a aquellas personas que habían estado conmigo durante el secuestro. Cada vez que las veía, recordaba lo duro que habían sido esos días, pero también recordaba que salimos victoriosos. Al menos, la mayoría de ellos. Estaba segura de que el rostro de Sara y el sonido de su suave voz estaba en la mente de todos nosotros.

Abrazaba a Tom cuando escuchamos unos pasos por el pasillo central. Era Max que venía a buscarme para irnos.

—Adiós chicos —retrocedí para poder mirarlos a todos—. Gracias por no dejar que caiga en la locura en aquella fábrica, en especial a ti Andrea. Eres tan valiente y fuerte. Te admiro por eso. No creo volver a encontrar almas tan hermosas como las que todos ustedes tienen. Excepto Didier, creo que ofreció su alma al diablo y lo adora secretamente.

Todos reímos. Didier suspiró. Me dedicó un bonito y amistoso gesto con su dedo del medio.

—También voy a echarte de menos Luisa —respondió el francés.

Max giró en la esquina, entrando a la cocina.

—Ya es hora.

Con mi nueva ropa, una muy femenina, me despedí de mis amigos mordiéndome la lengua para no seguir llorando.

—¡Nos vemos en el bar!

Me sequé las lágrimas durante el camino hacia la puerta principal. Llevaba un atuendo bonito que no debía arruinar con mi llanto.

—¿Estás bien? —asentí, ocupada en limpiarme los mocos— Los volverás a ver.

—En el bar al cual tú me acompañarás.

Entonces noté que se había cambiado de ropa. Max ahora vestía su uniforme negro pegado al cuerpo, el que dejaba al descubierto sus brazos. La última vez que lo había visto usando aquel traje, estábamos en Rusia escapando de motociclistas asesinos. Supuse que estaba usando ese uniforme porque era un agente y debía parecerlo cuando llegáramos a la base, aunque hubiera deseado que mantuviera el traje negro que tan bien le quedaba.

—Es tu maleta, tiene un cambio de ropa por si la necesitas —dijo mirando a la mediana maleta de ruedas que arrastraba consigo.

—¿Dónde está tu maleta? —pregunté. Sólo llevaba una.

—¿Trajiste tu carpeta?

La extraje de mi pequeño bolso y la levanté para mostrársela.

Una vez fuera de la zona departamental nos encontramos con un pequeño Audi negro esperándonos. Un hombre de uniforme y cabello negro nos saludó brevemente para después abrirnos la puerta.

—¿A dónde nos lleva?

—A la pista donde está el avión que te llevará.

Le hizo una señal con la mano y el motor arrancó. Max sacó una pequeña billetera de su uniforme.

—Esto es tuyo. Hay una cédula nueva...

Sostuvo el documento entre sus dedos, enseñándome la desaliñada foto que había estado en mi cédula original.

—Es idéntica a la mía —se la quité de las manos para verla de cerca—. Podría jurar que es la misma que perdí en el secuestro.

—Por supuesto no lo es, es otra dada por la agencia. También tendrás que devolverla luego de los tres meses. Tienes 500 dólares en efectivo...

—¿Cuánto?

—Es por si algún gasto se presenta durante el viaje, aunque dudo de que eso suceda.

—Me parece mucho dinero de todos modos.

Me observó por tres largos segundos con un gesto divertido.

—¿Qué pasa? —estreché mis ojos, olfateando a propósito el aire— Me está escondiendo algo, lo puedo oler...

—¿Quieres saber cuánto dinero hay en tu cuenta del banco?

—¿Por qué? —pregunté con algo de miedo— Solo tengo una cuenta de ahorros que mi mamá me heredó.

—Pues ahora tienes 50 mil dólares más. Por un año la ASN te depositará mensualmente ese mismo valor en la cuenta. Tómalo como un "Lamentamos que fueras secuestrada por uno de nuestros enemigos del Estado".

—¿Estás hablando en serio? ¡¿Todo ese dinero para mí?!




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