Entre besos y disparos

Capítulo 50: Kitana, Jason y la cafetera

—¡Ya basta! No fue gran cosa.

—¡Te besaste con un total desconocido! —gritó Diana, abriendo desmesuradamente sus ojos— ¡Te chupó hasta los dientes!

—Que asquerosa... —Kitana miró con desaprobación a Gabriela— ¿Cómo dejaste que alguien que no sea tu odontólogo anduviera en tu boca?

—¡Él se me acercó! Puso sus labios cerca de mí y yo solo me alejaba diciéndole a Kitana con los labios, que me ayudara.

—Ah... ¿Eso decías? Pensé que querías ir al baño.

—¿Pueden hacer silencio? —mi voz no sonaba nada agradable— No puedo concentrarme y estudiar si siguen gritando como chivas locas. Voy a sacar un "ojo" si no estudio.

La licenciada Gómez tenía una particular manera de escribir un cero en sus evaluaciones. Si obtenías esa nota en su materia ella escribía un enorme "OJO" en la esquina de la hoja. Diana, Gabriela y Kitana bajaron sus miradas hacia mí, la única del círculo de chicas que estaba sentada en el césped del campus con un compendio sobre sus piernas cruzadas.

En menos de una semana de haber regresado, mi apariencia de universitaria había regresado con la misma velocidad que la población de granos en mi cara. Con mi cabello despeinado, mi camiseta a cuadros arrugada y los volcanes de pus en mi frente; me transformé en una versión de mí misma a los catorce años, cuando la pubertad y yo recién nos conocíamos.

—¡Diablos Luisa, estás horrible! El estudio te sienta mal.

—Toma —Kitana se agachó junto a mí para depositar una moneda de un dólar sobre la página #78 de mi compendio—. Para que te ayudes buena mujer.

Luego de tres segundos, terminé riéndome con ellas.

—¿A qué hora tienes el examen?

Gabriela se sentó a mi lado, acercándome su funda de papitas.

—En media hora —tomé una papa y me la metí a la boca—. Tengo un salón con cincuentas sillas donde estaré sola con Gómez.

—Nosotras iremos al centro comercial a buscar machos —Diana siempre bromeaba con eso. Todas sabíamos que ella era algo reservada como para iniciar un coqueteo—. Regresaremos luego a recogerte al campus para sacarte a pasear, cuando hayas terminado el examen.

Sentía mucha envidia. Ellas de vacaciones y yo estudiando.

—Gracias, pero hoy no tengo ganas de que me aten a la correa y me saquen al parque.

Dejé a un lado el compendio, rascándome frenéticamente la cabeza. ¡Malditos piojos psicológicos!

—Hay que llevarte al veterinario también, hasta pulgas tienes.

—Puedo morderte también Diana —enseñé los dientes—. Además, tengo que seguir estudiando, aún me quedan varias materias.

—Vamos... —insistió Kitana, aferrándome del brazo— Solo serán dos horas.

—En serio, gracias, pero no.

A regañadientes recogí el abandonado compendio y giré la página para seguir estudiando.

Faltaba poco para que mis amigas finalmente se cansaran de mi humor de mierda y me dejaran sola. Si eso pasaba, no las culparía. Ni yo misma quería estar conmigo.

Había estado así desde el siguiente día de mi regreso, aquel día en que descubrí que la ASN también se encargaba de los quehaceres de un hogar. Ese día juraba que encontraría mi nevera con toda la comida, que había comprado hace meses, en pleno proceso de descomposición. Todo de color verde y con hongos, incluso podía imaginarme a la familia de ratas asquerosas viviendo ahí con sus dos docenas de hijos. Mi departamento había pasado abandonado por meses, sin nadie que sacara la basura ni consumiera los alimentos y mucho menos que recogiera el periódico de mi puerta roja. Sin embargo, no encontré nada de eso, ni a la pareja de ratas (Juanchito y Juanchita) ni a sus docenas de descendientes (Los juanchinchitos).

Todos los periódicos de aquellos dos largos meses estaban apilados por orden cronológico en el piso del estrecho cuarto de limpieza del pasillo. Las cuentas de la luz, el agua, el arriendo... Todo estaba al día. Eso me había indicado el pequeño sobre que había estado esperándome sobre la mesa del comedor, llena de las facturas y de los recibos de pago del arriendo.

Mi nevera me recibió repleta de comida. Tenía una gran variedad de carnes y de bebidas, incluida una única botella costosa de vino, la cual acabaría vacía en uno de esos días cuando me dejara llevar por el abandono y el cansancio.

¿La agencia habría previsto que mi vida estaría con altos niveles de estrés que necesitaría de alcohol para no perder la cordura?

Prácticamente mi vida estaba en completo orden gracias a la ASN.

Diana y Kitana se enfrascaron en una conversación que, según escuché, se trataba de una posible salida a bailar y a beber. Gabriela, en cambio, no apartaba los ojos de su celular y sonreía cada vez que movía su dedo en la pantalla.

Mis amigas no habían cambiado nada ¿Qué podría cambiar en ellas en menos de tres meses? Nada, la cambiada aquí era yo. Aunque me comportara como un ogro con ellas, en el fondo me encantaba que estuvieran cerca de mí, pues, alejaban los recuerdos del secuestro. Hablar con ellas, estar cerca... Esas simple y comunes acciones me hacían sentir que los últimos dos meses jamás hubieran ocurrido.




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