Entre besos y disparos

Capítulo 52: El amor perdura a pesar de todo

Punto de vista de Max

—¿Todo bien?

—Sí, todo bien.

Rick asintió despreocupado, retomando la limpieza de su navaja. Quizás notó que no tenía ánimos para hablar o tan solo yo le resultaba aburrido.

Me removí en el asiento librándome de la cazadora negra que había adquirido en Mendoza, Argentina. Una ciudad que no había podido conocer bien ya que estuve de paso, pero estaba seguro de que regresaría acompañado de Luisa.

Pensar en ella me provocaba malestar. Luisa estaba irritada conmigo y era definitivamente mi culpa.

“¡¿Hasta cuándo vas a seguir decidiendo por mí?! ¡¿por qué me sigues mintiendo?!”

—¿Dónde has dejado tu lengua?

Escuché tres pasos detrás de mí. Al segundo siguiente sentí un apretón en mi hombro. Era Eduardo. Caminó balanceándose, hacia el asiento frente al mío. El clima no era el ideal para viajar en helicóptero, pero a los diez agentes de mi cuadrilla, el mal clima quedaba reducido a nada en comparación al anhelo que sentíamos por regresar.

—La llevo conmigo desde que nací.

—Falta menos de una hora para aterrizar —sacó un cigarrillo de su bolsillo. Lo encendió rápidamente—. ¿Qué harás cuando llegues?

Separé los labios para contestarle, pero antes de que pudiera decir algo, Glenn caminó hacia Eduardo para arrebatarle el cigarrillo de los labios. Lo tiró al suelo y lo aplastó con su bota.

—¿Nunca has viajado en avión? —reclamó con su voz ronca— No se fuma.

—¿Ahora eres azafata? —contestó un sonriente Eduardo.

Glenn no era un hombre sociable. En los tres años que llevaba trabajando junto a él nunca vi que él se acercara a alguno de nosotros. Mantenía su distancia y siempre estaba separado del grupo, pero, en cuanto a combate Glenn se destacaba.

—No fumes.

—¿Querías saber qué haría en cuanto llegara no?

Ambos me enfocaron, olvidando su pequeña discusión. Glenn dio media vuelta y regresó a su lugar.

—El hombre es un bicho raro, pero dispara una carabina M4 como los dioses.

—Si, es útil.

—Alguno de nosotros iremos a un bar. Hay que recuperar esos tres meses que solo bebimos agua ¿te unes?

—No.

—Sabía que dirías eso, acabo de ganar cuarenta dólares —y sonrió.

Giró un poco hacia Rick. Éste suspiró sacando unos billetes de su bolsillo.

—¿Qué te sucede Max?

—La verdad Eduardo en este momento no soy buena compañía.

—Cuenta qué te pasa.

¿En verdad pensaba que le contaría lo que me pasaba?

Me incliné hacia él, pasando un brazo por sus hombros.

—¿Por qué no vas a sentarte allá, en esa esquina, y piensas en todas las jarras de cerveza que tomarás con esos cuarenta dólares?

—Entiendo, entiendo.

No se fue como le dije, al contrario; continuó en ese asiento, pero por lo menos me ignoraba. Diez minutos después sacó otro cigarrillo del paquete y lo encendió escondido entre los asientos. Me miró por un momento, permitiéndome ver que se estaba divirtiendo al jugar con la paciencia de Glenn.

¿Era ese comportamiento infantil una consecuencia de estar más de cuatro meses en el extranjero, persiguiendo a un traidor?

Glenn se dio cuenta y no tardó en levantarse furioso de su asiento y perseguir a Eduardo. Éste corrió hacia el fondo del helicóptero, riendo por jugar con el temperamento de Glenn.

Una vez libre de entrometidos, regresé mi mirada a la ventanilla del helicóptero. No se vislumbraba nada más que nubes.

“Nunca vas a dejar de mentirme. Nunca vas a dejar de ocultarme cosas…”

Recordaba con suma claridad el resentimiento en sus palabras. Su mirada. Mierda ¡Sus ojos! Desde el bosque en Rusia, prometí que jamás permitiría que ella me volviera a ver con desilusión y sin embargo lo hizo.

“No quiero hablar contigo”.

Sonreí sin ganas. Pues tendría que hacerlo. Quiera o no, Luisa tendría que hablar conmigo. La obligaría a escucharme si fuera necesario, pero no dejaría que Luisa creyera que no era importante para mí.

Suspiré. Moví mi cabeza, haciendo tronar mi cuello.

Todo hubiera sido diferente si Alfredo no hubiera regresado antes sin avisar a nadie. De la noche a la mañana, un jet despegó llevándose a Alfredo. El motivo aún no lo conocía, pero ya sentía cierto nivel de enojo con él por no haberme avisado. Maldito de Alfredo, podría haberle mandado un mensaje a Luisa. Hubiera podido arreglar un poco las cosas.

Sentí una inquietud en el pecho. Cada cierto tiempo revisaba mi reloj. Quería verla y arreglar las cosas ya.

Tenía ideado un plan a seguir para cuando aterrizara. Lo primero que haría sería buscarla en su departamento. Había pensado en todo con respecto a mi plan y en los posibles escenarios con los que me podría encontrar. Lo malo que pudiese pasar era que no la encontrara en su departamento. Y algo peor que eso, terrible, sería encontrarla con alguien más...




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