Dicen que la mente tiene formas de protegerse a sí misma.
Disociación. Desrealización. Amnesia.
Alexandria deseaba poder sentirlas todas. O al menos una de ellas. En su lugar, experimentaba todo lo contrario. Sentía que las imágenes ante sus ojos se implantaban en su cerebro de forma permanente, como clavos siendo golpeados por fuertes martillazos dentro de su cráneo.
Su culpa. Todo era su culpa, pensaba mientras presionaba la herida en el cuello de su mejor amigo, pero la sangre se escurría entre sus dedos y emanaba haciendo caso omiso de los intentos de las pequeñas manos que deseaban evitar su salida.
-¿Raúl? - Su voz suplicante salió como un quejido, las lágrimas ahogaban su garganta y sus ojos. - Raúl, por favor.
No existía una palabra que hiciera que la sangre regresara a su origen. No existía una palabra que lograra cerrar la herida. No existía una palabra que despertara a los muertos.
-Raúl, por favor. - Las lágrimas incrementaron cuando la cantidad de sangre saliendo de la herida, se iba reduciendo. - Por favor. - Todo el cuerpo de Alexandria temblaba. Su nariz estaba abrumada por el olor y su vista borrosa por llorar, pero sus oídos escucharon claramente los pasos del hombre que había asesinado a su mejor amigo. A su hermano. Y que ahora la buscaban a ella.