Aterrizaron lejos de la nación de los Angelinos. Julian jamás había visto ese edificio en ese mundo. Los diferentes palacios del Imperio Blanco habían dejado de ser construidos luego de que el Imperio Negro los derribara en diferentes hitos históricos. El palacio frente a ellos estaba completamente intacto y, al parecer, sin un rasguño en sus exteriores. Nervina caminó sin hesitar hacia la entrada pero él no pudo evitar admirar la estructura.
La risa de la Reina lo sacó de su admiración, - ¡Algo muy bueno está sucediendo adentro! - aseguró, guiñandole el ojo y sin más explicación abrió las puertas y se adentró a la mansión como si fuera una niña entusiasmada por jugar. Su pelo rubio rebotó hasta perderse de vista al otro extremo del pasillo.
Con más cautela, Julian desmontó su caballo, lo dejó en la entrada y también ingresó por el amplio salón. Nervina tenía razón, había algo muy raro en la atmósfera dentro del palacio, era difícil de describirlo, esta se encontraba pesada y no se escuchaba ni un solo sonido más que sus espuelas y las herraduras de su caballo. Había iluminación en todo su alrededor, Julian podía divisar hasta el rincón más lejano con nitidez.
Se detuvo en medio del pasillo como esperando a que alguien saliera a encontrarlo, pero el lugar se mantuvo quieto y silencioso. Siguió avanzando, subió unas gradas y continuó con su camino hasta llegar a la primera puerta. La abrió con cuidado pues quizás lo esperaba una emboscada, pero la habitación estaba igual de tranquila que afuera.
Entró buscando alguna señal de amenaza. El único sonido era el chasquido proveniente de la chimenea terminando de consumir el último leño. Al otro extremo había una cama y un joven durmiendo tranquilamente en ella. Julian se acercó hasta poder distinguir las facciones del Peón y ver el ascenso y descenso de sus hombros que le informaban que estaba vivo.
La atmósfera, el silencio, la falta de amenaza y la cero respuesta que había recibido le decían que algo o alguien había hecho dormir profundamente a ese Peón y probablemente a todos los habitantes de la mansión.
Colocó su espada en el cuello del joven, queriendo incitar alguna reacción. No la tuvo. Presionó la punta al hombro hasta que estuvo seguro de que cualquier persona despertaría, pero el Peón siguió durmiendo sin siquiera moverse en sueños para despojarse de la molestia.
-Está en coma. - Julian estaba molesto. Esperaba encontrarse con un pequeño ejército que lo recibiría con el grito de “¡Matar o morir!” y en su lugar solo estaba la mansión llena de Guerreros en la situación más vulnerable que alguien se pudiera imaginar.
Miró de nuevo al Peón dormido, la espada seguía sobre el cuello. -O tienes la peor suerte del Universo, - murmuró Julian con gesto de no poder hacer otra cosa, - o estabas destinado a perecer aquí, - añadió degollándolo con un solo y suave movimiento. Con sus últimas esperanzas, Julian esperó a que la sangre emanara, creyendo que tal vez la herida despertaría a la víctima, pero no lo hizo. El Caballero Negro entonces salió de la habitación y fue a la próxima, con la esperanza de que quizás el primer Peón se tratase de una especie de trampa. Fue recibido con la misma escena en el segundo aposento, solo que esa vez se trataba de una chica.
Hizo exactamente lo mismo con la segunda y tercera habitación. Para la cuarta, Julian comenzó a bajar la guardia y para la séptima ya estaba de lo más impaciente. Se acercó a la octava con el deseo de terminar lo más rápido posible y largarse de ese lugar.
Entró en el último dormitorio, avanzó con paso apresurado a la cama y al llegar a un costado, se heló en su lugar. La cama se encontraba vacía. Alguien estaba despierto.
Se puso en alerta de inmediato. Alzó su espada y con la vista inspeccionó sus alrededores. Los aposentos estaban vacíos, pero sin duda había alguien merodeando por ahí.
Salió de la habitación intentando hacer el menor ruido posible. Arriba, pudo escuchar pasos amortiguados y golpes, así supo que la Reina estaba batallando con la Pieza Mayor, ¿quizás el Peón estaba con ellos? No. Algo le decía que el Peón se encontraba cerca, ¿Por qué sería el único que estaba despierto? ¿Y en dónde podría estar?
Evidentemente, se dijo, no se trataba del discípulo de una Torre pues alguien así ya hubiera anunciado su presencia, igualmente a los sucesores de Caballeros se les hacía difícil ocultarse. El Peón sobreviviente debía de ser entonces un discípulo de Alfil.
Miró al pasillo delante de él y se volvió en sus pasos. Mientras caminaba, se asomaba por las puertas que se habían quedado entreabiertas. Nuevamente descartó una por una, encontrando solo a los cadáveres que él había dejado en su camino. No entendía dónde podría estar el último Peón y se preguntó si quizás se encontraría afuera de la mansión pero su instinto le repitió que el Guerrero estaba presente en alguna de esas habitaciones. ¿Cómo pudo haberlo ignorado? Fue ahí cuando se dio cuenta de que había un pequeño pasillo del cual no se había percatado, probablemente guiara al comedor o a los baños.
Decidió dirigirse ahí; sin embargo notó una tenue luz en la primera habitación a la cual había entrado. Sintió su corazón acelerarse. Estaba seguro de que había dejado el cuerpo del chico en la oscuridad total y la puerta entreabierta como todas las demás. No se equivocaba, en ese instante una luz parpadeaba por la rendija de la puerta cerrada. Alguien había entrado luego de que él hubiera salido.
Con la espada aún en alto, abrió lentamente la puerta con la mano que tenía libre. Su cautela provenía por el hecho de que era un sucesor de Alfil quien lo esperaba y si había podido despertar o no verse afectado por el hechizo de sueño que había puesto fin a sus compañeros, debía tratarse de un Guerrero con bastante poder.
Entró, ansioso por estar en batalla. En medio de la estancia vio a una mujer que le daba las espaldas y por un segundo sintió su guardia bajar, recordó que se trataba de un Guerrero por lo que decidió mantener su distancia, sujetando su espada firmemente. Miró a su alrededor esperando algo más amenazante, pero el único habitante vivo era ella. Tenía su cabello suelto, tan negro que algunos de los costados se perdían en el resto de la oscuridad y otros mechones descendían y tocaban ligeramente el uniforme biege que llevaba puesto.