Entre Caballeros (precuela)

Capítulo 14

Quedaron solos Zulman y él… y el resto de la tripulación del Capitán. Julian había escuchado todo sobre el Capitán, aunque jamás se habían conocido en persona. Se trataba de un hombre peligroso y grotesco.

Lo miró bajar de un salto desde el barco hasta aterrizar frente a él.

-Matarte y tomar tu lugar en el ejército no suena mal, ¿no creen? - le preguntó a sus hermanos y la tripulación, obteniendo respuestas animadas de su parte. - Lo estoy considerando, - añadió sonriendo. - Tal vez se me haga más fácil conseguir a esa Peón para jugar un rato con ella, ¿no era eso lo que buscabas cuando te interrumpí? - preguntó lamiéndose los labios de forma teatral. - Te diré qué: quien gane en este encuentro se la queda, ¿qué te parece?

Julian apretujó la empuñadura de su espada con fuerza. Estaba enojado, pero seguía débil. Había comido muy poco durante su recuperación y sentía que su interior no había sanado por completo. Comenzaba a sentirse mareado y la vista se le nublaba. Sin embargo, no hubo tiempo de hacer otra cosa más que arremeter, pues el Capitán lo atacó con una intensidad que había experimentado solo contra Guerreros.

-¡Además de la Peón, también me quedaré con tu espada, cuando mueras! - anunció el Capitán después de unos cuantos choques. Su espada también era muy buena y aunque la de Julian era mejor, él seguía encontrándose en el agua, un lugar en donde se le dificultaba luchar. - ¡¿Es lo mejor que puedes hacer?! - exigió saber, propinándole una fuerte patada dirigida al pecho.

Julian bloqueó el golpe y aprovechó hacer un corte con su espada en la pierna del Capitán. Este gruñó retrocediendo. El corte había sido muy superficial. Julian iba a arremeter de nuevo, pero algo voló desde el barco central y se introdujo en su hombro. Gruñó de dolor y se tambaleó viendo que eran dos flechas. Miró hacia arriba e identificó a la hermana del Capitán sosteniendo una ballesta.

-¡Bien hecho hermanita! - congratuló Zulman y arremetió de nuevo.

Se escucharon las campanas de los barcos y la batalla se vio interrumpida.

-¡Vienen los Mayalles! - anunció el hermano menor. - ¿Nos quedamos?

Zulman lució disgustado. - No. No hay botín aquí. No vale la pena. ¡Retirada! - indicó yéndose a su barco sin dedicarle una última mirada al Caballero.

Mientras veía a los cobardes partir y escuchaba a los Mayalles acercarse, Julian se extrajo las flechas del hombro, su uniforme había hecho poco para evitar que las puntas de dammantino le atravesaran la piel.

Sabía que se encontraría con Zulman otra vez y quería estar preparado para ello, pero aquella corta batalla le había dado un vistazo del talento del individuo y supo que no podía subestimarlo.

Dando unos pasos, Julian notó puntos flotando en el agua, ésta comenzaba a aclararse con las primeras luces del amanecer. Eran piezas de ajedrez que se mantenían sobre la superficie, entre los cadáveres y la sangre.

Se inclinó y tomó la figura de un alfil blanco, la miró y la guardó dentro del su uniforme. Luego, fue por su caballo y egresó del escaque antes de que los Mayalles llegaran al lugar.

Minutos después, se encontraba en el mundo humano. Miró a su alrededor. Era de día y el lugar estaba tranquilo y lleno de árboles. Descendió de su caballo y caminó un poco. Estaba seguro de que el Peón se encontraría en aquel lugar, pues era el único destino a esa hora si se salía del país de los Mayalles.

Caminando un poco, encontró una casa grande. Afuera había muchos ancianos descansando en sillas, bancas o mantas en el suelo. Identificó a la Peón caminando por el lugar y se aseguró de que su presencia no fuera percibida. Miró cómo ella se acercaba a un hombre sentado en silla de ruedas, le hablaba y luego se sentaba sobre sus rodillas y cerraba los ojos.

Alexandria. Ese era su nombre, recordó mientras la contemplaba al lado de aquel desconocido.

Julian les dio la espalda y se sentó a inspeccionar su herida. Las flechas habían atravesado casi todo el hombro. Extrajo el bote de cicatrizante que Alexandria le había dejado, cortó un poco de cuero de la silla de su montura y se la colocó entre los dientes. Después, intentando hacer el menor ruido posible, roció el cicatrizante sobre su herida, mordiendo el cuero intentó no gritar, pero un rugido se le escapó de su garganta.

Escupió el cuero y volvió a inspeccionarse. La herida estaba cerrada. Se recostó sobre un árbol para descansar. Necesitaba comida.

Miró hacia atrás esperando encontrar a Alexandria en la misma posición, pero ella había desaparecido.

Se puso de pie. -Quédate aquí, - le murmuró a su caballo y se acercó a la casa. Era claro que se trataba de un asilo para ancianos y que estaban aprovechando el calor del sol para relajarse afuera y disfrutar de la naturaleza.

Se acercó al hombre con el que ella había estado. Era más joven de lo que parecía a simple vista, teniendo menos de 50 años, pero su mirada perdida, su inmovilidad y falta de respuesta le revelaron a Julian la razón por la que se encontraba en ese lugar.

Julian se acuclilló frente a él y dejó ir una exclamación cuando reconoció que se trataba del antiguo Caballero, Bynner. Volvió a examinarlo para asegurarse de que estuviera en lo cierto y efectivamente era él.

-¿A esto has llegado? - preguntó decepcionado.

Recordaba la primera vez que vió a esa leyenda en persona. Julian había sido apenas un adolescente, pero lo recordaba como si hubiera sucedido ese mismo día.

Recogía y movía chatarra en el Imperio Negro, su lugar de nacimiento, cuando Julian había escuchado las alarmas e individuos gritando, anunciando que había un Guerrero Blanco en el escaque, cosa que nunca sucedía y por la cual había mucha razón para causar alboroto. Matar a un Guerrero Blanco era hazaña suficiente para considerar a cualquiera como uno Negro por lo que en los cortos minutos de la estancia del Caballero, esa fue la razón de vivir de todos los individuos que residían ahí.




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