Entre Caballeros (precuela)

Capítulo 17

Un mar rojo fue lo primero que Alexandria vio en el horizonte. ¿Un mar? sí, debía serlo pues a esa distancia podía ver las olas moviéndose.

Había aterrizado en un suelo suave; al tocarlo, se asemejaba a una esponja. Dio dos pequeños brincos tanteando la suavidad. De pronto le dio el deseo de recostarse y quedarse dormida, pero los dos soles brillaban de forma potente, entonces, si el calor no la asesinaba, lo haría la deshidratación.

Miró a su alrededor tratando de identificar la dirección en la que se encontraba el pueblo. Notó que el mar parecía más grande que la última vez que lo había visto hacía unos cuantos segundos. Mucho más grande. Lo contempló durante un poco más y estuvo segura: el mar se estaba acercando a ella.

Ella no había dado un solo paso, ¿la tierra se movería en aquel lugar? Esperó y el mar siguió creciendo. Tal vez la ciudad estaría en el lado opuesto del mar y debía ir a esa dirección pero la rapidez con que el mar se iba acercando le dijo que no lograría evitarlo.

De pronto, su corazón dio un brinco, pues escuchó voces a lo lejos. Prestó más atención, pero no pudo descifrar lo que decían, el rumor del mar amortiguaba las voces. Las oyó de nuevo con el mismo resultado. Poco después, le llegó la palabra apenas audible para ella.

-¡Salta!

No creyó escuchar bien. El mar casi llegaba a ella.

-¡Salta! - escuchó más claramente esa vez. La voz provenía de una persona que parecía estar surfeando en aquella gran cantidad de agua. - ¡Salta, ya!

Alexandria hizo lo que le ordenaban justo cuando el mar por poco llegaba a sus talones. Logró aterrizar sobre las olas mientras estas avanzaban a gran velocidad.

-¡Bien hecho! - le congratuló una persona con ojos verdes y cabello negro extremadamente corto.

-Unos segundos más y estarías debajo de nosotros... y de ellos - le indicó otra, este era un rubio con el pelo igual de corto y ojos café.

Alexandria miró hacia abajo, dándose cuenta de que no era agua la que los llevaba sino miles de cangrejos que avanzaban como uno solo, con la rapidez y suavidad de una serpiente.

-¡Cuidado! - le advirtió el rubio. - ¡Los amarillos explotan!

Ambas personas eran mayores que ella y cargaban arpones en sus manos. Cuando uno de los cangrejos más grandes se tornó amarillo, comenzó a vibrar y explotó en cinco cangrejos rojos. Entonces, los arpones fueron lanzados para atravesar a los pobres animales que acaban de emerger.

El de pelo negro le guiñó el ojo.-¡Son los que saben más sabrosos!

Era obvio que ambos sabían lo que hacían pues saltaban coordinadamente, dejaban ir los arpones en el momento exacto y no fallaron ni una vez. Luego, con una gran agilidad, metían los cuerpos en sacos que iban aumentando de tamaño. Pero lo que más cautivaba a Alexandria era el goce que miraba en ellos, pues ninguno dejaba de sonreír y muchas veces daban tremendas carcajadas que los cangrejos debajo de ellos se agitaban más.

-Uh-oh - el rubio miraba al frente con una expresión de mayor emoción. - ¡Nos tardamos mucho! ¡Corre! - esta última orden fue dirigida a Alexandria.

Ella vio que más adelante los cangrejos comenzaban a desaparecer debido a que ya no había suelo. Los animales iban avanzando directamente hacia un gran abismo.

-¡Corre, ahora! - insistió el de pelo negro y los tres empezaron a correr a toda velocidad aún sobre los cangrejos. - ¡Más rápido! - se iban acercando al abismo a una velocidad alarmante a pesar de estar corriendo en la dirección contraria. - ¡Vamos! - urgió una vez más cuando veían que la cantidad de cangrejos de su lado se iba reduciendo.

Con los últimos animales lanzándose sobre el risco, los tres saltaron y cayeron de golpe en el suelo/esponja.

Alexandria jadeaba violentamente, sentía que sus oídos y pecho estaban a punto de estallar, pero sus dos compañeros parecían estar pasando el mejor día de su vida, riendo hasta sostenerse el estómago.

-¡Eso estuvo cerca! - advirtió el rubio, intentando inútilmente ponerse serio.

-¡Esa fue la mejor caza que hemos tenido en mucho tiempo!

Dejándolos en el suelo con sus risas, Alexandria se acercó al borde. - ¡Hey, ten cuidado! - exclamó el Rubio, de nuevo con su tono de advertencia, esa vez poniéndose en serio de verdad.

La Peón no podía ver el fondo, todo estaba completamente oscuro. - Tantos cangrejos perdidos, ¿no se les dificulta la caza? - preguntó con curiosidad.

-¡Nah! - repuso el de cabello negro, poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo. - Ninguno muere, ya lo verás.

Segundos después, una mancha roja salió del abismo y pareció flotar en dirección de donde habían venido. Alexandria jamás se había sentido tan maravillada y observó cómo el cangrejo volaba utilizando las patas estiradas como si fuera una hélice que hacía girar su cuerpo completo. Después, salió otro y luego otro. Segundos más tarde el cielo estaba cubierto de los cangrejos que regresaban de donde sea que era su hogar.

Los dos personajes se acercaron a ella y el de cabello negro volvió a hablar. - Eres un Guerrero, ¿cierto? Te vimos aterrizar. Alexandria, ¿no es así? - Ella no le respondió. - ¿No te interesa saber nuestros nombres?

Alexandria seguía observando a los cangrejos como una niña viendo un helicóptero por primera vez. Desde ese punto, pudo notar la diferencia de los tamaños, algunos eran realmente minúsculos pero otros eran bastante grandes, de la dimensión de un bebé rinoceronte. Tan grandes que tambaleaban como un trompo que estaba a punto de caer.

El rubio la notó observándolos. - Los más grandes son los más viejos. No los cazamos porque saben realmente horrible, por eso preferimos a los pequeños.

Ella parecía hipnotizada por el movimiento de las patas, un suave vaivén como una hélice que estaba a punto de detenerse. ¡Hélice! Se recordó de las rimas que había escuchado en el festival.




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