¡Hola! Mi nombre es Canek, perteneciente de la tribu de Itzá, del pueblo Maya y te voy a contar cómo era mi vida y cómo cambió de forma incomparable.
Yo fui esclavo desde mi concepción, ya que era hijo de padres esclavos y, cuando nací, mi padre ya había muerto y mi madre había fallecido en el parto. Me convertí en huérfano y, el empoderado de mis padres no se quiso hacerse responsable de mí. Afortunadamente, el señor Nohek, me compró, evitando la posibilidad de ser sacrificado a los dioses, una especie de fuerzas mayores en las que mi pueblo creía (o algo así me explicó el señor Nohek).
Jamás supe más de mis padres. Lo único que me había quedado de ellos, fue un collar brillante con la representación del dios Ah Mun, “nuestro” dios más importante, el dios del maíz y la abundancia.
El hecho de ser esclavo no me provocaba un gran mal. Realmente vivía bien y el señor Nohek, quien era como mi segundo padre, me trataba con mucho cariño.
Solía trabajar en el campo para mi señor, con otros 2 varones y una joven mujer: Tante, Kabil y Aruma.
El amo Nohek era como nuestro padrastro. -"Amen y sean amados. No importa la manera. Ustedes pueden amarse como hermanos o como pareja, eso no importa. Lo importante es que se amen y se cuiden entre ustedes"- nos dijo una vez.
Nuestro padrastro era una persona muy sabia, y que tenía muchísimos años de vida. Era un hombre que razonaba más allá de lo que pensaban los sacerdotes. Él mismo, nos contó que le habían ofrecido un lugar entre los sacerdotes y su respuesta fue muy clara: -” Con vosotros, asesinos de hombres y niños, ¡¡¡NUNCA!!! ¡consíganse a otro viejo para decir mentiras! ¡Yo no voy a matar gente inocente en nombre de un ente divino inexistente!"
Él nos explicó que, desde ese momento, nunca más salió de la casa, ya que veía soldados, alrededor de su casa de piedra en el valle. Allí, en el valle, estaba lleno de gente adinerada, al igual que el señor Nohek, quienes pertenecían a la “Elite”.
En fin, el señor era alguien muy inteligente, quien pensaba que los dioses podían tanto existir o no, y que los sacrificios eran una tontería. Aun así, estas matanzas, se seguían haciendo por ser lo que “SE DEBÍA HACER” y lo que era “NORMAL” para evitar la venganza de los dioses.
Siempre, cada periodo de tiempo, en promedio de 7 soles, nos reuníamos y “pensábamos”.
Según el señor Nohek, después de tanto tiempo de trabajo, había que tomarse un pequeño momento para pensar, y que, si no lo hacíamos, dejaríamos de ser humanos y empezaríamos a ser simples esclavos, sin alma ni mente, con el único pensar de “los apoderados” (caciques y sacerdotes) diciendo cómo debíamos pensar.
Con el señor Nohek y mis compañeros de trabajo decidimos ponerle un nombre: “Las cadenas de la mente” o “La pérdida del espíritu”.
Habitualmente, estas conversaciones y charlas quedaban en privado, ya que los “encadenados de la mente”, entenderían confundidos que éramos nosotros los encadenados, con el simple hecho de hacer dudar la existencia de los dioses y el poder de los sacerdotes. Nos borrarían… Nos matarían… Nos harían desaparecer como el agua caliente...
Esta es justamente la razón de porque tenían a nuestro amo vigilado: los hacía pensar, desnaturalizar, reflexionar las palabras del cacique.
Esto fue el crimen que lo llevó a su muerte…
Pensar…