Entre Cadenas

Cadenas ardientes

Un mes, después de la trágica muerte de Aruma, llegamos al “Gran Reino Español”, uno de los “más ricos” del mundo, decían. Personalmente, no veía nada de rico en la ciudad, estaba lleno de pobres que peleaban día a día para sobrevivir; pero bueno, si el pensamiento colectivo y el “sentido común” decían eso, debería ser así, ¿O no?

 

Antes de bajar de la nave, Carlos nos regaló a Kabil y a mí una especie de túnica grande, con un par de “pantalones” a cada uno. Nos dijo que, para ser normal en la ciudad, debíamos tener vestimenta “adecuada”.

 

Mi pregunta era: ¿Adecuada para qué? ¿Adecuada según quién? ¿Acaso solo había una determinación de “vestimenta adecuada”? ¿Y si preguntamos a los habitantes de Itza, ellos responderían igual? ¿Y si le preguntaramos al señor Nohek?

 

En fin, sin hacer mucho escándalo, nos pusimos esa incómoda vestimenta y guardé el pergamino entre las extrañas ropas.


Al llegar al templo, nos encontramos con lo que más detestaba nuestro difunto padrastro: Una muchedumbre tonta que repite y no piensa.

Era un montón de loros que repetían y repetían el mismo versículo una y otra vez, como si a Dios le sirviera que hicieran eso todos los días de su existencia, hasta cabría considerar si eso no era molesto para Dios.

El señor Nohek pensaba que los dioses podían existir o no, pero no podemos saber lo que quieren por el hecho que ellos son superiores y jamás seríamos capaces de entender un mensaje de ellos porque son tan sabios que necesitaríamos más de mil años de pensar para comprenderlo.

 

Allí, en el templo, existía lo mismo que en Itza: Todos estaban encadenados mentalmente, solo cambiaba el nombre de “Cultura Maya-Itza” al de “Iglesia Católica”.

Era literalmente la misma fórmula:

Un dios dudoso, un conjunto de reglas desfavorables, castigos sin proporción, una masa encadenada sin saberlo y un conjunto de personas al poder (sacerdotes y un hijo/descendiente de dios, ósea en este caso, un monarca)

 

En fin, trabajamos allí durante casi un año, tanto traduciendo como transcribiendo libros de la biblia.

Había un par de bóvedas que estaban prohibidas por una misteriosa razón, pero tampoco me llamó mucho la atención ni me provocó interés alguno. Con Kabil, decidimos solo ser hermanos, para evitar cualquier acusación de ser pareja.

 

En mi habitación, tenía guardado cuidadosamente el pergamino, de modo que nadie lo note. Era quizás la única cosa que me quedaba de mi pueblo. Mi collar brillante me lo había arrebataron cuando me subieron a la nave de madera. Ese pergamino era mi única pertenencia, lo único que podía dar memoria de mi anterior vida.

 

En fin, estaba todo relativamente bien.

 

Una noche, después de un largo día, me encontré con 2 guardias y Carlos en mi habitación, esperándome con el pergamino en la mano.

 

-Tú has entrado a las bóvedas prohibidas y has tomado uno de los textos prohibidos, ¡Ladrón hereje! - Dijo el viejo con la sangre hirviendo.

 

- ¡No! ¡Yo no robé nada! Esto es un pergamino que me regaló mi padre antes de su muerte, en mi pueblo natal. Yo no entré a ninguna bóveda, tampoco me interesa saber que hay allí- Dije

 

-Nos estas mintiendo. Estos textos son de antiguos herejes. Estos textos están prohibidos porque le quitan la felicidad a la gente y cuestionan a nuestro Dios con argumentos sin buenos pensamientos, influidos por el diablo. ¡Eres un hereje al igual que tu hermano! ¡GUARDIAS! - Gritó

 

- ¿Mi hermano ha hecho algo malo? ¿Robo un texto prohibido? ¿Qué le hicieron?

 

-Está en el lugar donde debe estar un hereje que discute sobre la palabra de Dios- Escuché antes que los guardias me golpeen la cabeza, dejándome inconsciente.

 

Desperté en un lugar oscuro, sentado sobre un piso frío, atado con cadenas contra una pared. A mi lado, se encontraba mi hermano, de la misma fortuna, durmiendo.

Ahora, las cadenas no eran de la mente, sino cadenas físicas, tangibles en la realidad.

Cuando Kabil despertó, le pregunté por qué estaba allí. Él me explicó que vio que, uno de los monjes, estaba castigando a latigazos a un niño pequeño de tan solo 10 años. Me contó que intentó detenerlo y le explicarle que tal violencia no iba a servir de nada. Sin embargo, el monje le dijo que era necesario y que era un hereje contradiciendo el mandato de Dios. También me contó que dicho monje, intentó dañarlo con el látigo y él reaccionó de forma violenta, a los golpes. Como siempre, el culpable se hizo la víctima y lo tomaron a Kabil de prisionero por hereje y violento.

En fin, ambos estábamos en la misma situación: Encerrados por no seguir el sentido común de los encadenados mentales, por no hacer lo que SE hace, por no pensar lo que SE piensa, por no decir lo que SE dice…




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