Nadie me creería si les digo que de verdad conocí al amor de mi vida debido a un pequeño accidente provocado por alguien más. Pero para que me crean, se los contaré.
A San lo conocí un día de invierno en una cafetería, él trabajaba ahí y yo siempre iba a esa cafetería porque estaba cerca de la Preparatoria donde trabajo. Ser profesor de adolescentes no era fácil, compraba un café latte y un cuernito —que era en su mayoría de los días mi desayuno— y procuraba llegar por lo menos una hora antes de mi primera clase, así podía desayunar tranquilo y sin prisas.
Toda está historia de amor comenzó por un error en mi pedido, me habían entregado el café incorrecto, yo solo iba a pedir que me lo cambiarán, pero uno de los chicos se puso tan nervioso que terminó llamando a su jefe, ahí conocí a San, él es coreano y un Alfa; su familia se había mudado cuando era casi un adolescente, la cafetería era un negocio familiar así que él lo había heredaron y ahora se hacía cargo de ella.
— ¿Hay algún problema? — su voz era realmente ronca que fue suficiente para derretir mis sentidos.
— Bueno, me entregaron un café que no es el que pedí — traté de sonar lo más tranquilo posible.
— Entonces solo deben cambiarlo. ¿Por qué tanto escándalo? — miró con reproche a su empleado.
El chico se disculpó y de inmediato preparó mi pedido correctamente, ahora el problema era que había perdido media hora en todo eso; ya no me daba tiempo de desayunar ahora debía correr al salón y dar clases.
Pasarón algunas semanas y quién siempre me atendía era San, con el pretexto de verificar que mi pedido siempre estuviera bien. Aunque era un gesto lindo también me parecía curioso y divertido. A veces él se sentaba conmigo y hablábamos sobre mí, sobre él o sobre lo diferente que eran nuestras culturas. Era agradable conversar con él, así que después de clases también iba ahí a merendar algo y luego me iba a casa a hacer todo lo que debía hacer.
Después de un año de conocernos en el café y que el cortejo hubiera comenzado oficialmente, me invitó a una galería. Sería una cita muy especial; yo tenía ese presentimiento, aunque con San todas las citas eran especiales. Él se encargaba de hacerlo, de hacerme sentir cómodo y querido. Nos pusimos de acuerdo y cuando llegó el día tan esperado, me esforcé de verdad para verme bonito. Era muy común que me pusiera lo primero que sacara de mi armario y listo; no me preocupaba por vestirme de manera extravagante o demasiado bien. Los jóvenes eran bastante curiosos por mi forma de vestir tan sencilla pero elegante aunque a veces muy bizarra. Sin embargo, con San era distinto; él me hacía sentir bien y quería realmente arreglarme, aunque fuera un poco, gracias a él. Él provocaba que mi lado Omega quisiera salir a flote.
Desde mi adolescencia me había declarado abiertamente homosexual. A mi madre le disgustó que fuera gay; me insultó de mil y una maneras, lo que dolió. Ella deseaba que conociera a una buena Alfa y que me casara, pero mi padre, en cambio, me apoyó y dijo que no importaba mi sexualidad, mientras yo fuera feliz y un humano responsable, lo demás solo eran detalles. Solía vestir de maneras muy diversas, dependiendo de cómo amanecía. A veces me vestía un poco más femenino y delicado, y otras me vestía como si fuera un matón. Mi padre siempre me llamaba por un apodo en específico dependiendo de mi vestimenta; es una dinámica muy bonita que, gracias al cielo, aún tenemos. A veces era su "principito" y otras era su "Jefe".
Había elegido verme bonito, pero no tan femenino como los estereotipos sobre los Omegas ni tan rudo como un mafioso de novelas asiáticas. Nervioso, llegué a la cafetería, donde los trabajadores me recibieron con emoción y halagaron mi apariencia, lo que me puso aún más nervioso. Tan pronto como salió San, todos nos quedamos boquiabiertos. Él vestía un traje negro y se veía elegante pero muy fresco. Me miró de la cabeza a los pies y un silbido coqueto salió de sus labios.
— Soy realmente afortunado de tener la oportunidad de salir con un chico tan bonito — tomó mi mano haciéndome girar
— No digas cosas tan vergonzosas — replique, avergonzado — Tú también te ves bien, San
— Y bueno, un chico tan bonito solo merece cosas bonitas — con una sonrisa, entregó un hermoso tulipán blanco.
Siempre en cada una de mis visitas al café o nuestras salidas, San me regalaba rosas, girasoles o tulipanes. Se esforzaba siempre en recordar hasta el más mínimo detalle de mí y nuestras pláticas, en especial esas pláticas a media noche cuando teníamos ganas de hablar de tonterías. Mis mejillas estaban un poco coloradas por los cumplidos que hacía San; soy débil ante eso. Después de algunas órdenes y advertencias que dejó a los chicos de la cafetería, salimos de ahí rumbo a la galería. Me contó que era organizada por su segunda hermana mayor y que era la oportunidad para que los jóvenes artistas dieran a conocer su talento. Durante el camino, también me contó que él deseó en algún momento de su adolescencia ser un pintor reconocido, pero que lo dejó de lado cuando empezó a hacerse cargo de la cafetería. Ahí estaba feliz, así que olvidó ese pequeño deseo. Sentí una punzada en el pecho cuando vi sus ojos tristes; esos que siempre me miraban como si fuera la obra de arte más bella ahora se notaban tristes y nostálgicos.
— ¿No has pensado en intentarlo? — pregunté apoyando mi cabeza en su hombro.
— Lo pensé hace poco, mi hermana me invitó a participar en su exposición — me respondió tranquilo.
— ¿Aceptaste? — volví a cuestionar con interés.
— Lo hice, quiero mostrarte mi trabajo, una parte de mí que te he mostrado muy poco — una sonrisa tímida apareció en sus labios borrando cualquier rastro de tristeza.
Lo abrace con emoción, haciéndole preguntas sobre el cuadro que pintó, en que se había inspirado y muchas cosas más. Él, por su parte, solo reía divertido ante mi desbordante interés en su obra, pero no contestaba a ninguna de mis preguntas.