Entre Caleras

Tercera Parte

Lo que pocos sabían y María quería contarme, era la trágica historia de la descendencia de aquella familia, que de cierta manera tuvo que pagar las equivocaciones de su padre.  

Narbona tuvo una única hija, Juana, que cuando llegó a la estancia ya era adolescente. Sola en aquellos parajes inhóspitos, rodeada de peones y esclavos, terminó entablando amistad con la hija de la cocinera, de la misma edad, amistad que perduraría por el resto de su vida.

Al poco tiempo, se casó con un estanciero de la zona y tuvieron once hijos. Al fallecer su padre, ella y su marido se hicieron cargo de la estancia y de todos los negocios que tenía, incluidos los de las construcciones en Buenos Aires. El tráfico de esclavos comenzó a mermar y aunque su marido quería continuar con el contrabando, Juana nunca estuvo de acuerdo con ese negocio.

Una de sus hijas, Escolástica, desde niña había sentido “presencias” en la casa y no había tenido una infancia feliz. Jugando una vez en la capilla de la estancia, se había caído por una de las tapas que estaban en el piso, que conducían al túnel que su abuelo había mandado construir. Se había desmayado por el golpe y se despertó por unos gritos que provenían de la inmensa oscuridad. Demoraron en encontrarla y cuando lo hicieron la niña estaba en un completo shock.

A sus veinte años, Escolástica estaba cada vez peor y su padre tomó la decisión en contra de su madre, de internarla en el nuevo hospital de mujeres que funcionaba en la calera de las Vacas. Pensó que así en otro ambiente tal vez su hija mejoraría. Lo que su padre no sabía era que en aquel lugar su hija también veía entidades por todos lados, espíritus de los negros esclavos que habían muerto en ese paraje desde la época de los Jesuitas. Diagnosticada con principio de locura, fue derivada a un hospicio en Montevideo, del que nunca volvió.

Su hermana menor Rosa, la entendía bien porque ella también los veía, pero no quería contárselo a nadie por temor a que la internaran. Trataba de actuar normal aunque estuviera rodeada de ellos. Su madre presentía que algo le sucedía porque a veces pegaba saltos como si algo la asustara, así que le preguntó. Tuvo que contárselo, pero le pidió que no se lo dijera a su padre. La madre estuvo de acuerdo, no quería perder otra hija de aquella manera.

Aprovechando el momento de confesión, la madre le contó algo que había sucedió mucho antes de que ella naciera. Entre el nacimiento de sus hermanos Teresa y José, había perdido un embarazo de pocos meses. La cocinera, que la acompañaba desde su juventud, le había advertido un tiempo antes que por todo el sufrimiento que su padre había causado a su gente, su descendencia debería pagar la sangre derramada aunque fuera indirectamente.

Cuando Rosa le preguntó a su madre por qué nadie hablaba de ese hermano y dónde estaba enterrado, la madre no tuvo más remedio que contarle toda la historia. Al perder al bebé por aborto espontaneo, lo habían sepultado junto a su padre en el sepulcro de la familia. Pero cuando fue a ponerle flores a los pocos días, encontró horrorizada que el sepulcro estaba abierto y el pequeño cuerpo había desaparecido. Nunca supieron qué había pasado y decidieron dejar todo como si nada hubiera sucedido.

Rosa falleció muy joven, con apenas treinta y cinco años, también fue enterrada en el sepulcro familiar de la estancia. Los últimos residentes de la familia Narbona, hijos de Tomasa que se casó con un español de apellido Pineda, vendieron la estancia casi un siglo después que su fundador la estableciera en la zona. La compraron unos hermanos estadounidenses que raramente venían al paraje. Contrataron gente que se encargara de mantener funcionando el lugar, entre ellos los abuelos de María.

Después que su madre murió, María quedó sola en aquel paraje. Se tuvo que hacer cargo de todo el mantenimiento del predio aunque ya no funcionara nada de lo que una vez fue una gran estancia productiva. Entre confesiones María me contó que también los veía, estaban por todos lados, la cocina principalmente, así que nunca se sintió sola en realidad.

Complacida con mi reportaje y la gran historia que tenía entre manos, me volví para Montevideo. A los pocos días me llegó la noticia de que María había fallecido, ahora podía descansar en paz.



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En el texto hay: mentiras, esclavitud, secretos

Editado: 27.08.2022

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