Entre cintas y balones.

Capítulo 1: La mudanza.

Ese sábado fué distinto. Además de ser el primer sábado del verano. El sábado significaba muchas cosas en casa de la familia Andersson.

 

Para Willson, el pitbull americano significaba estar todo el día con Cosette. Para Cosette significaba bañar a Willson y llevarlo al parque en la tarde.

 

Pero para Andrew, significaba un viaje en automóvil de más de cuatro horas. Tener los brazos adoloridos después de sacar las cajas y maletas de casa pasa ayudar a subirlas al camión. 

 

Daba igual si el camión de mudanza hubiera llevado dos hombres para aquella labor, era más por hacer algo en lugar de ver a su madre y su nuevo esposo besándose como un par de novios adolecentes. 

 

Y también lo hacía por Hunter. Después de todo gracias a él ahora tenía un perro. Ya que su madre no le permitía tener uno. Decía que no quería pelos del perro en los sillones ni en las alfombras. Y tampoco desastres en toda la casa. 

 

Así que luego de jurar ante la ley que decía la verdad y nada más que la verdad, sostuvo su promesa de hacerse cargo del cachorro en todo y entrenarlo bien para no enfadarla. 

 

Su madre le observó con los ojos entonados esa tarde mientras estaban los tres en aquella junta "familiar" en la sala. No creía del todo que su hijo fuera capaz de semejante responsabilidad. 

 

—Es bueno que los chicos adquieran responsabilidades cariño — abogó Hunter por él.


Pues el trato había sido ese: convencerla para que le dejara tener un perro y a cambio él le aceptaría como parte de la familia siempre y cuando hiciera feliz a su madre. 

 

—Andrew ya está por cumplir 17 y las obligaciones implicadas a una mascota contribuirán a su formación de adolecente. Que mejor manera de ir adquiriendo compromisos. 

 

Hunter se sentó en el brazo del sofá donde se encontraba Alexia, su esposa. Le guiñó un ojo a Andrew para tranquilizarlo cuando vio como ella meditaba sus palabras. 

 

—Oh. Tienes razón cielo. Esto te ayudará a convertirte en muchacho responsable. Oh cariño que haría sin ti — dijo con voz melosa cogiéndole la mano a su marido y olvidándose por completo que su hijo estaba enfrente mientras ellos se besaban. 
—Entonces le diré a mi amigo que sí — dijo retrocediendo al ver aquella escena con el estómago revuelto. 

 

Desde que su madre conoció a ese hombre tenía que soportar sus infinitas muestras de afecto tanto en casa como fuera de esta.

 

—Sí mi niño — respondió despegándose de los labios de Hunter —. Y ya sabes. Uno que no tenga tanto pelo — sentenció.

 

"Como si hubieran perros calvos" pensó Andrew poniendo los ojos en blanco mientras ellos no le veían. 

 

—¡Sí mamá! — exclamó desde la puerta. 

 

Pero debía admitir que desde la llegada de su cachorro, la educación canina era más difícil de lo que imaginó y lo peor era que se volvía más y más costosa con cada día. 

 

A penas llevaban un mes con él y ya habían tenido que reemplazar una alfombra, una cortina de la sala y olvidarse de un par de frazadas pues el cachorro rompía todo. Además de incluir algunas medidas de seguridad para proteger los zapatos, los calcetines, los cojines y todo lo que estuviera al alcance de Rocky. 

 

Así que esa mañana, Hunter, Alexia, Andrew y Rocky partieron a su nuevo hogar. 

 

Hunter era policía y había sido asignado a la comisaría de una ciudad que le quedaba a cinco horas en auto. De manera que vieron a bien mudarse ese verano luego de la boda. Y aunque para Andrew aquello implicaba mudarse por cuarta vez en su vida, lo hizo sin lamentar mucho el dejar aquel lugar. Llevaba casi dos años ahí desde el divorcio de sus padres, a penas y se había acostumbrado a la escuela y el vecindario. Y solo había hecho un amigo, al que podría escribirle sin importar donde estuvieran. 

 

Todo el camino tuvo que soportar la vieja música de la radio. Una lista infinita de "Éxitos de los 70's" terminó para dar paso a "Éxitos de los 80's". 

 

No era tan mala aquella música, de hecho conocía algunas pues su madre la ponía en sus días melancólicos. Más bien, lo irritante era escucharlos a ellos cantar a todo pulmón cada canción para luego oírlos decir cosas cursis uno al otro.


Las únicas dos razones por las que soportaba todo aquello eran: 


Uno. Ver a su madre feliz. Desde antes del divorcio, se la pasaba muy sola y deprimida. 

 

Había sido una buena tenista en sus días de juventud en la universidad. Y gracias a los consejos de unas amigas, aplicó para impartir clases de tenis en el club que había en las afueras de la ciudad. Con ello, su lado emocional mejoró muchísimo. Estar entregada al deporte le traía satisfacción y le ayudaba a dejar de pensar en el divorcio. Incluso su figura mejoró considerablemente gracias al ejercicio físico. 




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